Vuelta a España

Senechal honra a los gregarios

El lanzador francés gana en Villanueva de la Serena por una avería de su esprinter, Fabio Jakobsen

PHOTO GÓMEZSPORT

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Unos metros más allá del coqueto Palacio de Congresos de Villanueva de la Serena edificado con cuerdas, Florian Senechal llora como un niño sin cumpleaños, apoyada la cabeza en el manillar, la mirada hundida en el momento increíble que acaba de protagonizar. Ha ganado por una sustitución de piezas. Es el lanzador de Fabio Jakobsen, el velocista rehabilitado en cuerpo y alma de aquella caída monstruosa en Polonia. Pero el holandés ha dimitido. Pinchazo. Senechal está acostumbrado a la velocidad, aunque nunca es la suya. Siempre asoma en el último momento, la ley del ciclismo, el jefe de filas, alguien con un don superior que se merienda la guinda de la tarta. Senechal invierte los papeles. Habituado a comerse el aire, a dejar sudor para otros, el francés exprime su impulso de lanzador y gana en La Serena. El paseo más extenso de la Vuelta, 203 kilómetros por la Siberia de las dehesas , fue un monumento al gregario.

Por más que el mercado, la difusión global y el eco de la televisión puedan propagar otros valores, el único sentido de este deporte son los aficionados . Seguidores ocasionales que refuerzan su noción de pertenencia cuando una carrera como la Vuelta pasa por su pueblo, transita durante dos minutos por las calles donde crecen hijos, padres, abuelos y vecinos. Ese entusiasmo que se transmite, medio invisible e intenso, fortalece el músculo de un evento como este.

La Vuelta a España sale de Belmez, donde las caras en la pared, y media hora después aterriza en Los Blázquez, puerta de entrada desde Córdoba a La Serena. Carreteras secundarias, solitarias y solemnes . Magnífico escenario para recorrer en calma y deleitarse con la España profunda.

Los Blázquez saluda a la carrera con un ramillete de gigantescas figuras de ciclistas fabricadas en tela y paja, el pueblo en la calle, sus gentes ataviadas con la publicidad de la caravana que ha pasado una hora antes , gorras, globos, mochilas… Es una población engalanada, que cuelga cartelones en la avenida principal. Una vez en un año, o en varios, van a ser protagonistas de una mañana lúdica, promoción para el vecindario. Hay camisetas del Atlético por doquier, cientos de sombrillas que guardan las cabezas del sol abrasador y un sincero agradecimiento que se demuestra con hospitalidad sin límites.

La carrera ingresa en La Serena, comarca definida por la penillanura, 400 o 500 metros de altitud, pizarra, dehesas, encinas, jaras, tomillos… Paraíso del cerdo ibérico en tierras generalmente acotadas y por lo común destinadas al pasto. A la izquierda del camino ciclista queda Puerto Hurraco y su leyenda negra a medio desterrar, dibujada en un pueblo de casitas blancas y vecinos desconfiados con el visitante.

Por esta Siberia de las dehesas circulan, como funcionarios solventes en jornada de fichar, los tres escuderos de los equipos españoles invitados por la organización. Son los tres tenores de las primeras horas de carrera en la televisión, en jornadas como este viernes vinculadas inevitablemente a la siesta. Escapan el Burgos-BH (Diego Rubio), el Caja Rural (Álvaro Cuadros) y el Euskaltel (Luis Ángel Maté), el veterano andaluz que impulsó al equipo a la Vuelta). Tan previsible se adivinó la sesión en fuga que Álvaro Cuadros, uno de los escapados, se para a orinar apretado por la necesidad.

Un mínimo viento de costado genera tensión en el pelotón por las infinitas rectas de carreteras en tono rojizo. Son fuegos de artificio que en nada afectan al resultado porque el día viene diseñado de serie. A 28 kilómetros de la meta, medio inapetente, el grupo engulle a los tres fugados.

El Deceuninck acciona su máquina de triturar y el viaje hasta la patria de José Manuel Calderón restablece su conexión con la realidad. El equipo belga es el mejor embajador del éxito. Calibrado para las victorias parciales, las clásicas y cualquier opción que se ponga a tiro, es un ejemplo de eficacia.

Por allí aparecen los subalternos del figura Jakobsen, el tren azul que cada día pone al pelotón en fila de a uno a cincuenta y tantos por hora con la meta a la vista. Apellidos sin purpurina, Knox, Cerny, Van Lerbeghe, que cancelan a todo trapo cualquier intento de ataque de los adversarios. Y queda Florian Senechal, el lugarteniente y hombre de confianza del líder.

«En el equipo tenemos una organización muy definida -explica Senechal-. Hay hombres muy rápidos y cuando entrenamos juntos, yo no les gano. Soy el cuarto o el quinto más rápido» .

A la línea de meta se dirigen como de costumbre hasta que pincha Jakobsen y pierde posiciones. Pero el vagón azul no descansa, sigue fiel a su propósito. Tan veloz va el lanzador que, acostumbrado a lidiar con el peligro, casi se queda solo. Lo acompaña Matteo Trentin, el italiano que descubre su oportunidad. Pero es día de rebajas en la Vuelta y Senechal se impone, aceleración por las vallas y golpe de riñón… «Sí, sé que soy menos rápido que mis compañeros de equipo, lo dicen las cifras puras y duras, pero hoy tenía una oportunidad y el equipo me ha dicho por el pinganillo que la aprovechara. El trabajo paga y hoy tengo mi recompensa».

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