Tour de Francia
El primer día «jubilado» de «Purito»
El corredor catalán recibe el cariño del pelotón tras anunciar que deja el ciclismo esta temporada
Primero fue «Cacaíto». Luego le pusieron «Purito». Y ayer, a Joaquim Rodríguez le llamaron «jubilado» . Un día antes había desvelado en Andorra, donde vive, que colgará la bici al final de esta temporada. Que ya basta. Que tiene 37 años y una familia a la que ve a tiempo parcial. Su anuncio corrió por la salida de la etapa de ayer. En 17 temporadas como profesional, el ciclista catalán ha coleccionado amigos y simpatías en el pelotón. «La verdad es que algunos ya lo sabían. Otros lo sospechaban. Hay quien me ha dicho que no lo entiende, que me ve bien como para seguir. También me han dicho que soy valiente por irme así , cuando estoy arriba», comenta Joaquim Rodríguez en la meta de Revel. En unas semanas o, como mucho, unos meses, se despedirá de la empresa que le ha dado de vivir y que le ha hecho disfrutar: el ciclismo. Aunque hay algo que no esperaba escuchar: «Me han llamado jubilado, ja, ja».
Con la interminable cuesta de Envalira de salida, los ciclistas calentaban sus músculos. Un arranque así carga de tensión. «Tras el anuncio de mi retirada, he vuelto de golpe a la realidad . La carrera no espera a nadie», apunta el corredor del Katusha, quinto en la general del Tour a 37 segundos de Froome. «Este deporte es lo mejor que me ha pasado en mi vida», agradece.
Mucho antes de apodarle «Purito», a Joaquim Rodríguez le conocían como «Cacaíto» . Era menudo, moreno y le colgaba el maillot como a Nelson «Cacaíto» Rodríguez, aquel escalador colombiano que en el Giro de Italia 1994 llamaba «don Induráin» al campeón navarro. Entonces, Joaquim acababa de cumplir quince años. Era un crío eléctrico. Vivo. Hijo de un camionero que había sido ciclista. «Mi padre no quería que fuera corredor. Practiqué fútbol, balonmano, baloncesto, natación... Hice de todo menos ciclismo. Pero era lo que me gustaba. Incluso cuando empecé a andar en bici, mi padre me obligaba a seguir con el fútbol. Una semana jugaba al fútbol, los partidos de casa, y cuando el encuentro era fuera yo podía elegir: o fútbol o carrera ciclista», recuerda.
Si quería ser corredor , tenía que serlo de verdad. Duro. Así lo impuso su padre. Sin medias tintas. «Se levantaba pronto los sábados y si veía la más mínima mancha en la bicicleta no nos llevaba a correr». Joaquim, que era un trasto, sabía cuál era el peor castigo: cuando se portaba mal le quitaban la bicicleta. A llorar. O peor: le prohibían ir a correr. Si no hacía ninguna trastada, el fin de semana era para el ciclismo. En familia. Primero corría Joaquim y cuando acababa su prueba, el padre le cogía la bici y le subía el sillín para que corriera Alberto, su hermano mayor. Sin lujos. Sin perdón: «Cacaíto» volaba en la carretera pero no avanzaba con los libros. Se apuntó a un curso de administrativo y se pasaba las mañanas en el aula de electricidad, donde estaban los de su cuadrilla. No era ese su camino.
Desde chaval, como recuerda el libro «Por amor al ciclismo», Joaquim empezaba muchas frases así: «Yo cuando pase a profesional...». En 2000 descubrió el Tour como espectador. Quería ver la etapa de Hautacam, la que iba a ganar Javier Otxoa. La noche anterior durmió en el coche a mitad de puerto . Al levantarse, metió media sandía en la mochila y pedaleó hasta la cima. Vio pasar a Otxoa, a Armstrong, al «Chaba»... Unos meses después, Manolo Saiz le llamó para decirle que tenía hueco en el equipo Once. Había cumplido: «Yo cuando sea profesional...». Pronto dejó de ser «Cacaíto». Recién llegado al Once, fue el único que aguantó a Jalabert y Zulle en un entrenamiento. Ahí mostró su carácter y su humor: se puso a su altura con dos dedos en la boca, como si fumara un puro. Ya era «Purito». Y en nada, un jubilado.
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