Vuelta a España
Nunca más bicis negras
Contador se ha caído las dos últimas veces, en el Tour y en la Vuelta, conduciendo una máquina oscura
Alberto Contador no quiere creer en la mala suerte, pero... «En el Tour me caí con una bicicleta negra. Y era negra la bici con la que me caí en la Puebla de Sanabria. Así que he decidido que nunca más», contó en la cima de La Camperona, donde superó a Froome y casi estuvo a la altura de Quintana, el nuevo líder. De su bicicleta, plateada , se bajó con dificultades. Feliz pese al daño que le clavaban las heridas del viernes. «Tras la caída de La Puebla pensé que la Vuelta se había acabado para mí -confesó-. Me vi muy mal». Al borde del adiós.
Durmió, como en varias noches del pasado Tour, con Indiba , la máquina de radiofrecuencia que acelera la recuperación de lesiones musculares. No es buena compañía, siempre viene cuando hay dolor. «He dormido mal. He pasado una mala noche. Me he despertado varias veces por las heridas. Además, me acosté tarde porque me estuve tratando con la Indiba para bajar la inflamación del gemelo de la pierna izquierda», relató antes de abandonar el hotel hacia la salida de Villalpando. Caminaba con una leve cojera, como si quisiera proteger la pierna tocada en el patinazo de la Puebla de Sanabria. Estaba serio, preocupado . «Confío en que una vez en carrera el músculo se caliente y me permita pedalear».
Con los golpes nunca se sabe. Las caídas le sacaron del pasado Tour. «Confío en que esta vez no sea una rotura muscular, sino una contractura». Con el brazo y la rodilla del costado zurdo vendados, se subió al rodillo antes de tomar la salida. A ensayar. A recibir los primeros picotazos de las heridas. «A ver cómo de dolorido llego a la meta», temía.
A Contador le costó ser un ciclista hábil. Empezó a pedalear tarde, con 14 años. Enseguida destapó su clase cuesta arriba. Hacia abajo era medroso, le faltaba maña. Aprendió pronto y, ya profesional, se adaptó a las bajadas como los mejores especialistas. El Tour le ha visto atacar cuesta abajo. Apenas sufría sustos. Ni caídas. Su lista de incidentes comenzó en el Tour de 2011: se cayó en el Mont des Alouettes y cedió casi minuto y medio. Arrastró las consecuencias de ese tropiezo y acabó quinto en París. El gran impacto le llegó en la edición de 2014, en el empapado descenso del Petit Ballon, en los Vosgos. Perdió el control de su bicicleta y se machacó una pierna contra la cuneta. Se reincorporó a la carrera y subió el puerto, pero llevaba una fisura en la meseta tibial . Tuvo que abandonar cuando ya se preparaba para un duelo con Nibali, vencedor final.
El año pasado volvió a perder pie en el col de Allos, aunque su peor lastre fue el cansancio que traía por ganar el Giro, donde también había patinado. Y hace un par de meses, en el pasado Tour, todo se le vino encima nada más empezar, en la primera etapa. Al entrar en una rotonda le resbaló la rueda delantera. Perdió el equilibrio. Solo. El impacto fue brutal. Un día después, camino de Cherburgo, se vio implicado en una montonera y varios ciclistas le aplastaron la pierna izquierda. Sal sobre la herida. Aguantó varias etapas más, pero cada vez iba más torcido sobre la bicicleta. Se retiró. Su consuelo fue que, así al menos, iba a prepararse para esta Vuelta. El viernes, en el kilómetro final de la séptima etapa, el infortunio volvió a citarle. Nuevo trastazo. Malo. Otra vez el gemelo de la pierna izquierda torturado.
Por la mañana aún dudaba. Pero se agarró a su lema. «Querer es poder . Y es la hora de aplicarlo», se conjuró. Notó que la cojera remitía y partió hacia la salida. «La gente me animaba», agradeció. Esta Vuelta se ha dedicado a castigarle: le alejó un minuto de Quintana y Froome en la contrarreloj por equipos inicial y otros veinte segundos en Ézaro. Ceder en La Camperona habría sido la sentencia. «He corrido con sangre fría. Mi meta era salvar el día. Y lo he hecho. He perdido sólo unos segundos con Quintana y he dejado atrás a Froome», resumió. «Me gusta ser optimista». Aunque tiene un miedo: «Estos golpes suelen notarse más el segundo día». Eso es hoy en el Naranco, víspera de la llegada mañana a los Lagos de Covadonga. Dos días más para sobrevivir. Si los pasa irá con su bicicleta plateada a por el podio. En La Camperona, Lagutin celebraba la victoria de etapa. «Es un sueño», decía. Quintana, el liderato: «Es mejor estar delante que detrás». Y Contador, que sigue vivo en la Vuelta. «Estoy mejor de lo que esperaba».