Tour de Francia
Ion Izagirre explota en el tercer Tour de Froome
Sin miedo en el descenso del Joux Plane, deja atrás a Nibali y Pantano y gana en Morzine, donde nadie ataca al líder
Echó el descenso mojado del Joux Plane a cara o cruz. «Hay que ser valiente», se dijo Ion Izagirre al coronar con Nibali y Pantano el último puerto del Tour antes de bajar a la meta de Morzine. «¿Miedo? Nunca». Fue el único que usó ese lema.
Detrás, todos se rendían ante Froome y el abrumador Sky. Nadie peleó nada. No llovía agua, sino conformismo. Bardet se frotaba las manos con su segunda plaza. Quintana, anestesiado, ha llegado al tercer cajón de París por un camino invisible, anónimo. Yates, Porte y Meintjes ni intentaron asaltar el podio. Apáticos. Sólo ‘Purito’ demostró que sus piernas no estaban encasquilladas. Soltó un demarraje para disfrutar de su despedida en la ronda gala. Aru, que había puesto a trabajar al Astana todo el día, se apagó en la puerta del Joux Plane. Tiene disculpa: no pudo. Los otros rivales de Froome no lo intentaron. No merecen el Tour que celebrará el británico por tercera vez en París , ni merecieron la etapa que Ion Izagirre se jugó a cara o cruz. Cara. Así, con el rostro iluminado bajo la nube de Morzine, entró el guipuzcoano en la historia del Tour. A la victoria por el riesgo. «¿Miedo? No se puede tener miedo», soltó. En Morzine, en el día de la rendición definitiva de los adversarios de Froome, ganó un valiente. Y solucionó el Tour de su equipo, el Movistar: Izagirre le dio la etapa y la clasificación por equipos. Consuelo para el triste y blando Quintana.
En la salida de Megeve todos miraban a Froome . ¿Cómo estaría tras la caída del viernes? No cojeaba. Paseaba su sonrisa en unos Alpes todavía el sol. Froome, con su silueta frágil, ha sido el gran depredador de este Tour. El más fuerte, el más atrevido. El mejor. Su aspecto engaña. Su biografía desmiente esa aparente fragilidad. No iba a arrugarse por un golpe antes de la última etapa de verdad.
«Me encanta llevar a mi cuerpo al límite de la ruptura» , asegura Froome. Así se entrena y así compite. Educado, tímido y de voz apacible, Froome es por dentro un salvaje. Un africano criado en libertad. En la Navidad de sus 17 años regresó a casa, cerca de Mombasa, para la cena familiar. Ya soñaba con ser ciclista. Y como esa noche iba a comer de más, salió a correr a pie por la playa. Feliz. De repente notó un pinchazo y se quedó clavado sobre la arena.
De un pie le sobresalía la punta de un viejo arpón, roñoso y anclado en el suelo. No sintió dolor. Trató de desengancharse de un tirón. Imposible. Un paseante le ayudó. Cortó la base del arpón y fue el hombro en el que Froome se apoyó hasta un hotel cercano. La punta del arpón le atravesaba el pie. Cuando llegó su madre y una de sus primas buscaron un médico barato. No había para más. El doctor, tembloroso, le inyectó una anestesia local que no funcionó. Tenía que abrir el pie en canal. «El dolor fue insoportable» , recuerda Froome. Su prima tuvo que abandonar la sala. La sangre formó un charco bajo la mesa. Al fin, salió el arpón.
El supuesto médico le suturó la herida con una aguja de coser e hilo de pesca. Le dejó una cicatriz enorme, pero sólo cobró seis euros por la carnicería. Froome, cojo, pudo celebrar como si nada la cena de Navidad. «Disfrutamos de una excelente velada». Y aprendió que el dolor es siempre pasajero. «El recuerdo de ese arpón me ayuda cuando estoy al límite del sufrimiento en un puerto o una contrarreloj», dice. Cuando tras caerse el viernes en el descenso de la cota de Domancy llegó a la meta con la rodilla abierta, declaró: «Es sólo piel». Durmió bien. «Sí, estaba cansado». Se levantó y se preparó para la última etapa de montaña de su tercer Tour . Lo que tenía en la rodilla era sólo dolor. Y nunca es eterno. Se pasa y se sigue adelante.
En la última etapa de los Alpes ni siquiera tuvo que arrimarse a su límite agonístico. La etapa arrancó con un fuga masiva y consentida por el Sky . Kreuziger, arrastrado por Sagan, buscaba mejorar su clasificación. Guerra menor. Con el dúo del Tinkoff se fueron Ion Izagirre, Pantano, Nibali, Alaphilippe, Rui Costa, Zakarin, Henao, De Gendt, Gougeard... La victoria era suya. Detrás, el Sky repartía grilletes entre sus rivales. Sumisos, todos aceptaban la esclavitud. Que el Tour no haya sido vibrante es culpa de los opositores a Froome. El líder y Sagan han sido, con mucho, los dorsales más atractivos y atrevidos de esta edición. Ellos y el Bardet del viernes. Al resto, las cámaras apenas los han rozado. Tampoco camino de Morzine.
Y eso que la etapa se puso en brazos de la lluvia . Pero tampoco en descensos submarinos se atrevieron a desafiar a Froome. El británico viajó plácido, a hombros del Sky, por todos los puertos del día. Desfile. A su rueda, Bardet, Quintana y Yates arrastraban sus candados sin atreverse a alterar el ritmo maquinal del Sky. Ni el Joux Plane alteró esa rendición. Froome alcanzó la meta con una sonrisa, rodeado de sus gregarios, como si se adelantara al paseo triunfal de París.
Sólo delante había ciclistas con los puños cerrados. Los de la fuga. Pantano, que adora a Pantani, y Alaphilippe, se lanzaron a por el Joux Plane. Nibali se les pegó pronto. Izagirre, que había ahorrado fuerzas, sintió que era el momento. Tiene instinto. Genético. Su padre trabajó en el barro; fue campeón de España de ciclocross. A Izagirre, la lluvia le anima. Es su elemento. Por eso, al coronar con Pantano y Nibali la cima, hizo su apuesta. O todo o nada. «No podía llegar abajo con los otros. Son más rápidos». Aprovechó que Pantano se salió en una curva y que a Nibali le bloqueaba el miedo por la caída del día anterior. Y ya no frenó. Delineante. En cada giro arañaba un segundo a dos de los mejores especialistas en domar el vértigo. «Tampoco yo soy malo», sonreía. «Me la he jugado. Tenía que hacerlo» . Así es el ciclismo de Izagirre. Y el de Froome. Los dos triunfadores en Morzine. Las dos sonrisas en la niebla de este Tour gris. Las dos caras del día. El resto eran cruces.
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