Tour de Francia
Froome también puede con las caídas
Pese a subir el puerto final con la bici de Thomas apenas cede tiempo frente a Bardet, el ganador y el más valiente
El podio de Saint Gervais Mont Blanc mira de frente al gran Monte Blanco. Pero el público le da la espalda. Está pendiente del líder, de Froome , caído justo antes de iniciar la subida final . Suena la música oficial bajo una leve lluvia. Eso es que sí viene. Sonríe. Amarillo. Y cojea. Tiene la rodilla derecha cubierta con una venda llenade hielo. Está manchada de rojo. «Es sólo piel. No es nada» , tranquiliza Froome. Con más de cuatro minutos sobre Bardet , el valiente ganador de la etapa , y con cuatro y medio sobre Quintana, que dice seguir en el Tour «de milagro» al estar tan débil, Froome se puede permitir el lujo de cojear. Se lo ha ganado en las 18 etapas anteriores. «Por eso decía que había que ahorrar tiempo», recuerda. Saluda al gentío y se va, con pasos entrecortados, en busca de una revisión médica. Necesita esa rodilla en la etapa que viene, la del Joux Plane y Morzine, la última antes del paseo a París. Un día más aunque sea cojo. Y aunque vuelva a caer, como en Saint Gervais, la lluvia que a punto ha estado de cambiar el Tour .
Receta para un caos. Ingredientes: se espolvorea pintura sobre la carrera, se le añade un buen chaparrón y se bate la mezcla a toda velocidad. No falla: caos perfecto. El recorrido de la etapa pasaba por la cota de Domancy como la cronoescalada del día anterior. Pero en sentido contrario. Bajaba lo que se subió el jueves. Y, claro, ahí seguían las pintadas con los nombres de los ciclistas sobre el asfalto . Se leían al revés. A todo eso se sumó una ráfaga de lluvia justo cuando los que se juegan el Tour cruzaban por ahí. Ya se sabe: las primeras gotas tiene sobre la carretera el efecto del aceite .
Pedaleaban sobre un cristal separado por una raya continua, blanca, traidora. El caos se adueñó del Tour . Caídas . La del torpe y cuadriculado Mollema, que se bajó del podio. La de Porte, que tuvo que malgastar ahí las fuerzas que luego no tuvo. La de Dani Navarro, roto, que se bajó del Tour. Miedo. La tormenta seca de bochorno había dado paso a una de verdad. Bramó un trueno en la carrera. Suspiro hacia dentro. ¡Caída de Froome! El líder total que sólo teme a una desgracia tomó una curva de Domancy inclinado sobre la línea blanca empapada de agua. Error. La rueda delantera patinó, le descabalgó. El maillot amarillo se levantó arañado , con un hilo de sangre manando de la rodilla derecha, con el codo rojo. Pero en medio de esa lluvia de balas mojadas, mantuvo la calma .
No salió pitando a pie como en el Ventoux. Tranquilo, esperó a los suyos. A Landa y Henao. No. Demasiado bajitos. A Thomas, que sí es más o menos de su talla. Agarró la bicicleta del galés, que no tiene los platos ovalados que él utiliza, y se propuso limitar las pérdidas en la subida pendiente, la de Saint Gervais Mont Blanc. Lo hizo: Bardet , el más valiente, el que aceleró el descenso de Domancy, ganó la primera etapa para Francia pero apenas le sacó al líder 36 segundos. Quintana, que se nota tan vacío que quiso retirarse durante la etapa, sólo le restó diez. Nada para tanto susto.
La nube, de un negro lúgubre que atemorizaba, se tragó el Mont Blanc. Parecía el escenario para un entierro. El del líder. La etapa había nacido precipitada. Con una salida cuesta arriba. Agonía desde la primera pedalada. Majka, Navarro, Pantano... Se fugaron los de siempre . Aunque esta vez cambió el color del maillot que les perseguía. Ya no era el Sky. Les pisaba el rastro el Astana de Aru, el italiano que quería la etapa y el podio. Así, con la fuga condenada pese al empeño final de Rui Costa y Rolland, la carrera se descolgó por la cota de Domancy, barnizada de pintadas. El cielo apuntó bien. Empezó a llover en el peor momento. Rolland resbaló el primero. Anunció el caos. Total.
La tarde oscureció. Las emisoras crepitaban locas. En los coches, los directores iban ciegos. Oían la palabre ‘chute’, caída, pero no sabían de quién. Gritos. Golpes en los volantes. Bardet, un francés que va al ciclismo como a la guerra, izó la bandera de su país, tan huérfano de grandes ciclistas. No tiene el motor de Froome, pero sí, al menos, el mismo coraje . Aprovechó el trampolín de su amigo Cherel, atrapó a Rui Costa, le pisó y tiró hacia su victoria en Saint Gervais, el pueblo que se apellida como la gran montaña. Grande como Bardet, segundo del Tour . Detrás, Froome pasaba revista a su cuerpo. «Sólo piel», repetía. Pero pedaleaba raro, encogido sobre bicicleta ajena. Como dejaba metro y medio de distancia con el que le precedía, daba la impresión de ir al límite. ¿Se podría romper la cuerda? No. Froome es de goma .
Cuando se siente en crisis, piensa en aquella mañana en Kenia, en una carretera lejos de todo. Al fondo de la recta ve a un grupo de hombres que se levantan y ocupan el trazado. Sabe lo quieren: su bicicleta, su reloj, su teléfono. Puede dar la vuelta. Pero... No. Acelera. Esprinta justo al llegar a la altura del grupo de ladrones. Nota las manos de uno en su costado. Ve cómo otro trata de agarrarle el manillar. Pero les esquiva. Pedalea cien metros más y para. Les observa satisfecho. La adrenalina le rebota en las sienes. Esa victoria, relatada en su autobiografía, le define . No iba a arrodillarse tampoco en la subida a Saint Gervais, en la etapa del caos. A rueda de Poels, sólo cedió en los últimos 500 metros , cuando ‘ Purito ’ y Valverde creyeron disputar la victoria de etapa que ya había ganado 23 segundos antes el valiente Bardet. El caos que seguía. A ‘Purito’ nadie le había dicho que el francés iba delante. Lo supo por el videomarcador de la meta. «Menos mal, porque si no, al entrar levanto los brazos y hago un ridículo histórico, ja, ja».
Al Tour le queda otra etapa de montaña y de lluvia. ¿De caos? Bardet ya tiene lo que quiere, la plata. Quintana , también. «Bastante tengo con conservar la tercera plaza». Nadie habla de Froome. Ni cojo le cuestionan.
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