Tour de Francia
Froome golpea en un Tour de luto
Refuerza su liderato y se aleja tres minutos de Quintana tras una ‘crono’ conmocionada por la matanza de Niza
Al Tour le han matado la música. La carrera está en la caverna de Pont d’Arc, meta de la contrarreloj que ha ganado Dumoulin y que ha reforzado a Froome, pero piensa 300 kilómetros más allá, en la masacre de Niza. Tour a media asta . Más policía que otros días. La misma inseguridad. Agentes de rostro crispado y con chalecos antibala registran todavía como más saña las bolsas de los que acceden a la caravana de la carrera. Lupa. Buscan bombas, munición... Pero, ¿cómo parar a un iluminado suicida que convierte las llaves de un camión en un arma de destrucción masiva? «Ha sido un despertar horrible», lamenta con un hilo de voz Alaphilippe, ciclista francés. Silencio de luto en el Tour.
Las flores del podio quedan en la tarima para los muertos de Niza. «No quiero que los terroristas nos cambien la vida», defiende Dumoulin, el mejor en los 37,5 kilómetros llenos de viento de la ‘crono’. «Es un día triste. Tras ver las horribles escenas de Niza, todo mi pensamiento está con Francia, con el público, con las víctimas y sus familias», comparte Froome, segundo en la etapa a un minuto de Dumoulin y líder absoluto. Ha extraído oro de la cuevas. Ya le saca en la general 1.47 a Mollema, 2.45 a Yates, 2.59 a Quintana y 3.17 a Valverde. Pero pese a que empieza a sentenciar su tercer Tour, no quiere hablar de ciclismo. Guarda silencio de funeral. Como todos. «El mundo se ha vuelto loco”, resume ‘Purito’ Rodríguez. El catalán, que con apenas 58 kilos casi sale “volando” sobre alguna ráfaga de aire, ha perdido cuatro minutos y pico, pero eso es lo de menos.
Le duele el terrorismo. «Son bestias. La vida es injusta», se queja Nibali. Bajo el suelo que pisan está la caverna de Pont d’Arc. El origen del hombre. En 1994, tres amigos espeleólogos encontraron lo que buscaban en este acantilado interior. Una fuga de aire entre las piedras. La señal de que dentro esperaba algo. Entraron. Descubrieron una inmensa galería. Belleza mineral. Y algo más: al girar la lámpara aparecieron siluetas de rinocerontes, caballos, mamuts... De hace 30.000 años. La cuna del arte rupestre. Uno de aquellos artistas primitivos dejó pintado un bisonte con ocho patas: quería transmitir la sensación de movimiento. Comunicarlo. Un rasgo inicial de humanidad. Dicen los que han estudiado la cueva que ahí, en ese dibujo, está el principio del alma. Treinta mil años después, un camión desalmado ha devuelto al hombre a las cavernas.
Abajo, en la cueva, el tiempo ha permanecido congelado. Arriba, el cronómetro ordena, aclara, el Tour. Hay que preguntar a los que van llegando. Jon Izagirre, gregario de Quintana, acaba octavo la etapa. Bien. Sigue creciendo. «Ufff. Vaya bandazos que da el viento cuando pasas al lado de una caravana», avisa. «No había manera de acoplarse con un asfalto tan botón», comenta. «Es una carretera puñetera». Al de un rato llega Mikel Landa. «No es fácil mantenerse concentrado. Es un recorrido que no te da ni un respiro para recuperar», resume. Apuesta, claro, por su líder: «Froome está muy fuerte». Acierta. Sólo Dumoulin, que ha salido cuando arreciaba menos el viento y que lleva días ahorrando fuerzas, puede con Froome. Pero Dumoulin no cuenta. La medida del Tour es el británico .
El mismo viento que enloqueció el jueves la etapa del Mont Ventoux, barre la región de Ardeche, tierra caliza agujerada por cuevas. El viento es la única montaña que Nairo Quintana no sabe subir. El aire, tan liviano, beneficia a los más pesados. A Dumoulin, a Mollema, a Froome. El colombiano no se ajusta a la bicicleta de contrarreloj . Ese traje no es el suyo. Pedalea patiabierto, como sobre un caballo desbocado. No sabe domarlo mientras le azotan la ráfagas. «El viento me ha afectado al principio. Luego he respondido mejor», se anima. Aun así, le ha concedido dos minutos a Froome. Ya pierde tres en la tabla. «Estoy bastante lejos. Espero que las piernas vayan mejor y pueda recortar», se pide a sí mismo. El Movistar ha vuelto al Tour de 2015: de nuevo afrontará los Alpes a distancia de Froome y con dos corredores parejos, Quintana y Valverde, el único del mundo capaz de estar siempre arriba. El único del pasado Giro que sigue en pie en este Tour. Y que, encima, aspira a ganar los Juegos Olímpicos de Río una semana después de llegar a París. Valverde no sabe frenar. Tampoco Froome.
El reloj del Tour no deja de inclinarse hacia el británico. Su abanico copa la carrera: atacó en descenso, sobre el viento, en la subida al Ventoux y ahora saca renta contra el ‘crono’. En la cueva de Pont d’Arc alejó en 51 segundos a Mollema, en 1.45 a Valverde, en 1.47 a Van Garderen, en 1.58 a Yates, en 2.05 a Quintana y Porte, en 3.07 a Bardet, en 3.20 a Aru y en 3.43 a «Purito» Rodríguez. Froome viene de Kenia. En la proa de su bicicleta se hizo pintar un rinoceronte. La fuerza tranquila.
El jueves en el Ventoux le venció el pánico tras chocar contra una moto y echó a correr a pie. Un instante de locura. Archivado. En la caverna de Pont d’Arc supo meterse en esa burbuja que es la contrarreloj. Concentrado. Poderoso. Ritmo de rinoceronte. Su animal preferido. A ese trote soportó los empujones laterales con que el viento atizaba su rueda lenticular trasera y ahorró tiempo, quizá de sobra, para manejar los Alpes a su gusto. Con casi dos minutos sobre Mollema y tres sobre Quintana, Yates y Valverde, ha empezado a resolver este Tour entristecido por el eco de la matanza. El cineasta Werner Herzog rodó una película sobre la caverna de Pont d’Arc. Se titula: «La Cueva de los sueños olvidados». En el Tour nadie olvida Niza.
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