Vuelta a España
En Bilbao vence un gigante
Philippe Gilbert, ganador de cuatro de los cinco monumentos del ciclismo, se impone al paso por Arraiz
Estamos en Bilbao, en el mismo centro, y aquí sus gentes eligen quien gana en su tierra. Como si la chanza sobre los nativos bilbaínos tuviese algo de cierto, en la capital de Vizcaya venció un gigante, Philippe Gilbert. Un coloso de 37 años, venerable por longevidad y categoría, cuyo palmarés no cabe en un vistazo. Hay que deleitarse durante algunos minutos para englobar los éxitos de este belga que realza el valor de la Vuelta. Tour de Flandes, París-Roubaix, Lieja-Bastoña-Lieja, Giro de Lombardía (2), Amstel Gold Race (4), campeón del mundo en ruta (2012), Flecha Valona, seis etapas en la Vuelta, tres en el Tour, una en el Giro... Junto a Peter Sagan y Alejandro Valverde, el mejor ciclista del mundo en la caza de victorias. Una autoridad de este deporte que impuso su hegemonía en el Alto de Arraiz, tremenda cuesta de dos kilómetros al 12 por ciento de desnivel medio, frente a dos españoles con carácter, Alex Aramburu y Fernando Barceló.
Es imposible que a alguien le guste el ciclismo y Gilbert no le provoque pellizco. El belga ha protagonizado alguna de las mejores estampas en las carreteras en la última década. Aquella afrenta a los hermanos Schleck en la Lieja 2011, que ni siendo quintillizos los luxemburgueses le habrían derrotado. Aquel Mundial en Valkenburg, apostando todo a las rampas que conocía de sus éxitos en la Amstel Gold Race. La pasada París-Roubaix que ganó en el esprint a Politt después de haberse destrozado la rodilla en el Tour y haber planteado dudas sobre su futuro ciclista. Y, en general, el rigor con el que habla, entrena y compite. Un profesional que honra su empleo.
La afición al ciclismo en el País Vasco está arraigada como la pelota a mano, los pinchos o el chirimiri. Inherente a sus genes, a los vascos les encanta este deporte. Y fluye sobre las carreras que gestionan o reciben una atmósfera singular, que arropa el evento.
Hay vocerío y pasión en los puertos, la orografía acompaña y el tiempo, no siempre bondadoso, conforma un ambiente que contagia. Como la inmensa mayoría de los seguidores del ciclismo, en el Alpe d’Huez o en el pavé, en el Muro de Grammont o el Mortirolo , los seguidores animan sin mirar la nacionalidad, sin excluir a nadie por una bandera, siempre activo el personal para fundirse con el ciclista en el aliento y en la fatiga de los puertos.
Roberto Laiseka es el piloto del coche que abre carrera, donde se ubica la dirección. El exciclista ideó hace tiempo este final de etapa de la Vuelta que le da trabajo. Un tránsito por esas cimas angostas que comunican caseríos o suben a un merendero. Caminos asfaltados donde solo hay sitio para un coche y con cierta dificultad. El paraíso de cicloturistas del mundo.
Por allí se gestó una jornada intrépida y veloz en la Vuelta. Imposible armar una fuga. « Yo ataqué veinte veces , y siempre volvía al último puesto. Pero tardaba siete kilómetros en remontar al pelotón y atacar de nuevo», recordó Gilbert.
La escapada se consumó antes de uno de esos pasos ceñidos a la vegetación o la cuneta, el Urruztimendi, de tercera categoría. Una delicia para el espectador. El favorito unánime, Gilbert, y un vagón de 18 corredores con presencia inequívoca del Caja Rural, el equipo que más presión tiene en la Vuelta porque ya han ganado sus adversarios modestos, el Murias (Iturria) y el Burgos BH (Madrazo).
El Jumbo ya ha asumido su papel nuclear y lleva al pelotón a un ritmo excesivo, velocidad de crucero para evitar arreones de Valverde, Nairo o Supermán. Roglic solo tiene una palabra en la cabeza que repite de forma obsesiva en su discurso escaso de palabras. Madrid.
Con Bilbao a un costado, Gilbert se promocionó a sí mismo en el Alto de Arraiz, balcón de la ciudad inédito hasta ahora para la Vuelta. Arrancó una vez y separó la paja del grano en el grupo. Apretó una segunda y esta vez se abrió la puerta porque solo Alex Aramburu y Fernando Barceló le siguieron a escasos metros. Fue hermosa la persecución por el centro de Bilbao, los dos españoles en acoso a una celebridad. Gilbert supo medir con tino y levantó diez dedos. Diez victorias en grandes vueltas. «No gané, pero me quedo con esa imagen. Yo, persiguiendo a Gilbert ante tanta gente», resumió orgulloso Fernando Barceló.