Patrimonio natural

Vivir después de morir: la odisea de un árbol

La historia del más allá del final del ciclo biológico de un árbol, lo que ocurre cuando su vida desaparece como tal, es otra etapa de su existencia

Antonio Notario Gómez

No se trata de un título inquietante, no hay fantasmas ni siquiera fenómenos paranormales. El hecho ocurre en la Naturaleza de forma espontánea sin la intervención del hombre; o, mejor dicho, sin la voluntad de intervención del hombre. Es, simplemente, la historia del más allá del final del ciclo biológico de un árbol, lo que ocurre cuando su vida desaparece como tal.

Como bien dicen Bobiec, Gutowski, Laudenslayer, Pawlaczyk y Zub en su obra 'The after of a Tree', de 2005, cuando un árbol muere es de inmediato invadido por microorganismos, especialmente hongos. Su llegada está sujeta a distinta casuística, si bien la más usual es la debida a que determinados insectos los transportan al objeto de descomponer la celulosa y hemicelulosa que, a su vez, provocan la creación de los azúcares imprescindibles para alimentar a sus larvas. Así, la cantidad de azúcar aumenta alcanzando su cota máxima a los cinco años de la muerte del árbol, disminuyendo a partir de ese momento, junto con cambios en la humedad y temperatura de la madera, todo lo cual influye sustancialmente en los organismos invasores.

Se puede hablar de cinco etapas por las que pasa el árbol muerto. La primera dura menos de un año, en cuyo transcurso los insectos se alimentan en el interior de la corteza que permanece firmemente adherida a la madera sin evidentes rastros de descomposición. La segunda se extiende desde la segunda mitad del primer año hasta el cuarto, con el inicio del desprendimiento de la corteza y el aumento constante de las especies de insectos, tanto xilófagos como sus depredadores y parasitoides. La tercera ocurre entre los cinco y los seis años, y es cuando aparecen aquellos insectos que prefieren la madera parcialmente podrida y especies de hormigas que viven bajo los restos de la corteza. La cuarta se data de los siete a los nueve años: la madera se descompone, la albura llega a su máximo de pudrición y aumenta la temperatura; pero, por el contrario, el duramen se mantiene, lo que permite la presencia de ciertas especies de insectos. Y la quinta y última inicia su andadura a partir de los nueve años, sobreviviendo solamente el duramen con una humedad muy alta, condiciones idóneas para que la fauna dominante esté representada por lombrices y miriápodos (ciempiés, milpiés, escolopendras).

Obviamente la presencia de todos estos organismos huéspedes del árbol muerto no pasa desapercibida por aquellos otros que tropiecen con él, como lo puede ser un buen número de vertebrados, que los perciben con sus especiales órganos sensoriales o simplemente con su vista, permitiéndoles una fuente de alimento opcional y muy nutritiva. Cualquiera de nosotros, paseando o cazando por el bosque, de seguro que ha tenido la ocasión de observar los destrozos causados en los restos de un árbol por los jabalíes o la presencia de alguna ave insectívora, aquellos que buscaban y la otra que estaba buscando un fácil y excelente alimento proteínico en las jugosas larvas de insectos xilófagos.

Pero aquí no termina el papel beneficioso que el sufrido árbol muerto es capaz de ofrecer. Hay un buen número de representantes de todos los grupos taxonómicos de vertebrados que lo usan como habitáculo, como refugio circunstancial o como lugar de cría, tal como ocurre con distintas especies de sapos, lagartos, lagartijas, serpientes, murciélagos, roedores, aves...; habiéndose citado, incluso, el impacto sumamente negativo que sufrirían algunas de estas últimas, las aves, si no lo tuvieran a mano (por ejemplo, pico tridáctilo, Picoides tridactylus, y lechuza de Tengmalm, Aegolius funerus).

Soy consciente de que toda esta historia puede ser manejada por los seguidores de la doctrina ecologista alertando a la sociedad de que eliminar un árbol muerto del bosque o monte sea una falta de ética (expresión muy usada por sus fervientes seguidores) o un mal irreparable a la Naturaleza. Pero también soy consciente de que aquellos otros con un sentido más acorde con la realidad intentarán en el mejor de los casos hacer que esta odisea del árbol sea un hecho sin romper el equilibrio entre lo natural y los intereses del hombre, lo que sería bastante complicado, casi inoperativo, pues ¿a quién convenceríamos, por ejemplo, de no limpiar el monte o bosque de madera muerta para evitar los incendios que lo destruirían? Contentémonos en contemplar alguno de los bosques prístinos que aún quedan dispersos por nuestro planeta, como el de Bialowieza, en el noreste de Polonia, precisamente el modelo en el que se basa la obra de los autores al principio citados, de cuya belleza doy fe al haberlo visitado allá por el año 2007. Sin olvidar aquellos otros lugares de nuestra querida España como lo pueden ser, entre otros, el asturiano Robledal de Muniellos, reserva natural integral del Parque Natural de las Fuentes del Narcea, Degaña e Ibias, o el gaditano Pinsapar de Grazalema del Parque Natural de la Sierra de Grazalema.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación