Patrimonio natural

Sierra silenciosa

El descenso del número de aves en nuestros campos es algo que hace al autor, cazador, naturalista y ornitólogo, añorar tiempos pasados por la pérdida de este valioso patrimonio natural

Javier Hidalgo

La asistencia a monterías ha generado siempre para mí un deleite complementario al de la propia actividad cinegética: la observación de la fauna silvestre y muy especialmente la de las aves. Las horas que se pasan en la soledad del puesto proporcionan habitualmente ocasiones para espiar a las aves en la quietud del campo. Sea una bandada de mitos, la aparición de la elusiva becada, la irrupción de una collera de perdices o el revoloteo de un petirrojo al pie del lentisco, esta continua presencia de pájaros a mi alrededor, con sus reclamos y sus trinos, ha hecho que me pareciera corto el tiempo de espera en la batida. Y a veces, he de confesarlo, me ha privado de cobrar un buen cochino que se escurrió por la postura mientras yo estudiaba con los prismáticos a una pareja de herrerillos…

Una preocupante nota que ha prevalecido en las cacerías a que he asistido durante esta recién acabada temporada es la disminución notable de las aves presentes en la sierra. Rachel Carson (Pensilvania, 1907 – Maryland, 1964) denunció los estragos causados en la avifauna por el uso indiscriminado del DDT durante el siglo pasado, que habían hecho enmudecer al bosque de los cantos de los pájaros, y lo hizo con la publicación de su best seller ‘Silent Spring’, (Primavera Silenciosa, 1962), primavera sin cantos de las aves. Aquí y ahora, podría aparecer un manifiesto similar al de Carson que se titulara Sierra silenciosa, que pusiera en evidencia este notorio descenso en el número de especies y de efectivos de los pájaros del monte. He echado de menos escribanos, currucas, carboneros, trepadores, totovías, carpinteros y tantos otros que en época pasada alegraron mi espera en las armadas de montería.

Es evidente que la mayoría de las aves, no solo de las sierras y dehesas, sino también de todos los demás hábitats, ha sufrido un descalabro en sus censos. La verdad es que hay menos de todo, con la excepción de unas pocas especies que se han adaptado con éxito al incremento y ocupación de la especie humana.

Esta disminución de nuestro patrimonio natural no debe extrañar si se considera el alcance de la injerencia humana en los biotopos, que en muchos casos los lleva a desaparecer. La transformación de los terrenos en campos de agricultura intensiva donde se vierten insecticidas y herbicidas; la ocupación del campo con infraestructuras como vías de comunicación, urbanizaciones, pantanos, granjas fotovoltaicas, aerogeneradores, etcétera; la desecación de las zonas húmedas y la tala de los bosques son algunos claros ejemplos del daño que la actividad del hombre infiere entre los espacios y las especies naturales.

Somos muchos ya en este planeta y no vamos dejando hueco para los demás seres vivos. Parece que caminamos hacia una situación en que la fauna e incluso la flora, una mínima representación de ellas, se verán limitadas a parques zoológicos y botánicos.

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