El rastreo y la caza en el origen de la ciencia y el arte
El rastreo de los sapiens destinado a la búsqueda y la caza de animales puede considerarse un adelanto del pensamiento científico
La subida hasta la masía por un sendero boscoso, empinado sin misericordia para con piernas y pulmones, me recuerda qué es salir al campo lejos del asiento del todoterreno.
Como es mi forma de mirar a la naturaleza, voy rastreando. Nada más salir, en un tramo hormigonado de la pista que sale del caserío de la Montalbana , he visto un excremento de zorro. Una vez hemos cogido el sendero que entra en el bosque, la garduña lo ha sustituido y ya no he dejado de ver sus típicas cagarrutas hasta culminar el ascenso. Tanto el primero, de cánido, como el resto, del mustélido del babero blanco, todas las heces contenían semillas de higo. Muchos de los mamíferos carnívoros del bosque mediterráneo son jardineros naturales y su papel en la dispersión de semillas de muchos árboles y arbustos es impagable. Una vez llegamos a la vieja construcción, el camino sigue subiendo, pero con menos dureza, lo que nos permite relajar la respiración y contemplar el entorno con más placidez.
Encinares jóvenes enmarcados por preciosos márgenes de piedra seca, de los que asoma al camino algún bonito arce de Montpellier en esplendor otoñal. Manos humanas llevan milenios modelando este paisaje. Cuando llegamos al pie del roquedo, dos fresnos nacen de la roca caliza desafiando a la gravedad, lejos de los suelos húmedos y silíceos en los que dicen los manuales les gusta prosperar.
El abrigo al que llegamos tras el precioso ascenso es un balcón al espectacular barranco de la Gasulla . Aquí subían las gentes de hace 8000 años. No hay duda de que este lugar les transmitía algo y casi entiendo por qué lo escogieron para crear uno de los lugares más increíbles en los que he estado nunca: la Cova Remigia , cuyas paredes pintaron maravillosamente los cazadores recolectores prehistóricos del Maestrat.
Entre el Neolítico y el Paleolítico
Hay que decir que estos grupos humanos en la frontera entre el Paleolítico y el Neolítico no habitaban las cuevas en las que pintaban. Hasta donde he podido leer, no hay evidencias arqueológicas de habitación humana de estas ‘balas’. Como dato curioso, en tiempos históricos, la Cova Remigia había sido un corral para el ganado que se apacentaba en la sierra. El constante frotarse de las ovejas en la roca, el rascadero, borró la parte baja de algunas figuras pintadas, como es el caso muy visible de un jabalí sin patas.
Entramos en el abrigo por una puerta metálica, único acceso, pues el yacimiento se ha tenido que fortificar para evitar robos o el simple vandalismo, probablemente más dañino y más estúpidamente perverso que el expolio. Las explicaciones de la guía tienen el don de hacer aparecer ante nuestros ojos una panoplia de maravillas. Muchísimas de las más de setecientas figuras hacen referencia a la actividad cinegética de estas gentes. Curiosamente, hoy hay batida de jabalí en los barrancos de la zona, especie muy representada en las paredes de este abrigo y de la Cova del Civil , que visitaremos esta misma tarde. Aunque la caza del jabalí y de la cabra , especies que todavía prosperan en estas sierras austeras, aún se practica aquí y los motivos ya no son los mismos, no deja de ser una curiosa paradoja esta conexión entre sus pobladores humanos, a los que separan varios milenios.
Las figuras más grandes son un conjunto formado por un ciervo abatido por flechas , panza arriba con las patas estiradas. Este último detalle parece indicar que el animal no ha muerto aún, como nos explica nuestra guía, en contraposición a los representados con las patas encogidas y flácidas, que ya habrían muerto. Tres arqueros se acercan al ciervo encorvados, con precaución. Tanto en este caso como en otros de los que hablaré más tarde, aquellos arqueros estilizados tienen un aspecto, unas actitudes y unas habilidades que me recuerdan tremendamente a otros cazadores-recolectores actuales, concretamente a etnias africanas como los San. Estos sapiens del Mesolítico ibérico son representados a menudo desnudos, tocados con plumas, y su lenguaje corporal es muy cercano al de los últimos pueblos que aún practican esa forma de vida en África.
Casi puedo continuar la secuencia y ver cómo el cazador hace una ceremonia de desagravio hacia el ciervo, pidiéndole perdón y justificando su acción, pues servirá para alimentar a su familia. Las pinturas representan a otros cazadores de ciervos, cabras monteses o jabalíes. Se observa incluso a uno de ellos que carga un jabalí sobre su cabeza. No hay duda de que aquellos sapiens vivían peligrosamente y que la obtención de proteínas mediante la caza no estaba exenta de emoción. El uro que, flechado, carga contra un arquero que huye de él es una maravillosa muestra de los riesgos de esta actividad a la que los pintores de la cueva daban tanta importancia. También es destacable, como nos explica nuestra guía, el carácter narrativo y no propiciatorio de muchas de estas escenas, particularmente este ataque del uro herido. Desde mi experiencia de haber tenido que sufrir las embestidas de un toro avileño en campo abierto, puedo afirmar que nadie desearía invocar esta situación mediante la magia de las pinturas.
Hay escenas relacionadas con otras fuentes de alimentación típicas, como la miel . Las pinturas que representan a las abejas son de una delicadeza sobrecogedora. Pintaron rituales. Un chamán tocado con la cola de un zorro en su cintura está junto a otra figura que vomita. Un buen amigo que forma parte del grupo de visitantes empatiza fuertemente, pues él experimentó con la ayahuasca en la Amazonía peruana y se reconoce en esa escena. En otra parte de la pared, una enigmática sucesión de punteados se piensa que fue algún tipo de expresión del pintor en medio de una alucinación, mojando sus dedos en el pigmento e imprimiendo la punta en la roca. Es solo una interpretación, pero no hay muchas dudas de que las pinturas rupestres prehistóricas tienen mucho que ver con las creencias de cada grupo humano y son una poderosa expresión del pensamiento simbólico propio del Homo sapiens .
En las pinturas se aprecia que la violencia tribal formaba parte de la vida de aquellos pueblos. Cohortes de arqueros celebran con los arcos y flechas sobre sus cabezas la ejecución de un prisionero, o quizá su sacrificio. Como contrapunto, una pareja hace el amor entrelazada y mirándose de frente. Si se lee algún documento científico sobre estas pinturas, los investigadores se refieren a ellos como un acoplamiento, pero lo cierto es que estos amantes transmiten mucho más que la ejecución de una cópula.
El rastreo
Como el lector imaginará, las pinturas rupestres de la Remigia que mayor impacto emocional producen en mí como naturalista que rastrea son las que representan huellas. Principalmente, el rastreo está representado por huellas dejadas por los ungulados a los que los cazadores persiguen. Algunos de estos rastros acaban en las mismas patas traseras del animal, y los animales rastreados son representados en diferentes estados: heridos gravemente con los cuartos traseros caídos, al paso o incluso galopando, tanto huyendo como persiguiendo.
Los pintores que vivían en estos barrancos (hay superposiciones y pinturas de diferentes estilos) no solo dominaban la técnica, pues las figuras y escenas están perfectamente ejecutadas , sino que conocían a la perfección la fauna que representan; diría que de forma mucho más realista que los humanos actuales, y eso es extensivo a sus rastros. Se aprecian las diferencias entre las huellas de uro, típicas de los grandes bóvidos, y las más pequeñas y estilizadas de ciervos y cabras. Y no solo dominaban la morfología de las huellas, abecedario de ese antiguo lenguaje que es el rastreo, sino que también pintaban patrones de movimiento, pasos, trotes, galopes, paradas…; las frases y oraciones de ese lenguaje, esas que finalmente acaban contando un relato en el sustrato.
Existe una figura, a la que he llamado el Pensador, que es la que me emociona más. Realmente observo a dos de estos arqueros en una actitud similar, uno tras el rastro de un uro y el otro, mi Pensador, rastreando una cabra montesa. Esta figura se encuentra inclinada hacia el suelo, examinando un rastro. La sucesión de huellas no lleva de manera más o menos directa hasta la cabra, sino que envuelven al hombre. El rastreador está pensando, está rastreando.
El genial Louis Liebenberg, teórico sudafricano del rastreo que estudió particularmente el uso de este arte por parte de los cazadores-recolectores modernos del Kalahari, lanza una teoría ciertamente hermosa en su libro The art of tracking. The origin of science.
Liebenberg habla sobre el nacimiento de esta herramienta tan antigua del ser humano, casi tanto como nuestra propia especie. Si bien nuestro linaje evolutivo proviene de primates comedores de vegetales, en un momento dado empieza a consumir carne y a obtener las proteínas imprescindibles para el proceso evolutivo de encefalización. Dentro de un círculo virtuoso de difícil comprensión para los que no somos paleontólogos , el cerebro cada vez más grande, órgano muy costoso energéticamente, ve favorecido su crecimiento de especie en especie por la reducción de otro órgano muy exigente en calorías, los intestinos, que se acortan al no tener que digerir vegetales. Las especies humanas, mucho más omnívoras y de inteligencia en aumento, comienzan a obtener esas proteínas carroñeando primero y luego convirtiéndose en depredadores que cazan con herramientas.
El lector puede preguntarse dónde está la relación entre los textos teóricos de Louis Liebenberg y aquella figura que hemos dejado en la cueva pensando sobre el rastro de la cabra . Bien, esa búsqueda activa de proteínas por parte de nuestros antepasados nos lleva al Homo sapiens. La aparición anatómica de nuestra especie va unida a un nuevo cráneo con el cerebro más grande alcanzado por el linaje, con permiso de los neandertales. Aun así, esa capacidad craneal no va ligada al intelecto moderno, sino que este aparece varios miles de años después de que los primeros sapiens apareciesen en África.
En determinados paisajes semidesérticos , en los que se alternan dunas con depresiones pobladas de vegetación, ni siquiera oteando desde los puntos altos los cazadores detectarían siempre a un animal oculto en la espesura del fondo. Siendo necesario rastrear en estos ambientes, los humanos habrían desarrollado una forma de rastreo especulativo en la que se sigue al animal rastreado de forma sistemática, huella tras huella en el sustrato adecuado (la arena) para perder el rastro cuando el animal entra en los ‘corrales’ de vegetación. Aquí, tal y como aún ocurre en la actualidad, los rastreadores deben practicar un rastreo especulativo, discutiendo entre ellos de forma racional, creando hipótesis y experimentando las posibilidades hasta dar con la solución de por dónde ha salido el animal de la zona ‘oscura’. Aquellos sapiens rastreadores estarían adelantándose al pensamiento científico.
Estas cosas se me pasan por la cabeza frente al Pensador de la Cova Remigia. Siento que estoy ante humanos que habrían traspasado la frontera del pensamiento simbólico. Gentes que llevaban milenios ya pensando de forma científica, antes de inventarse la ciencia, mientras usaban una herramienta que, ayudándolos a sobrevivir de forma cotidiana, pudo estar en el origen del arte y de la ciencia. Mientras el arquero discurre rodeado de huellas, la cabra huye al galope inaprensible como una idea fugaz.