Pablo Capote

De filosofías y confesiones

«Como el arte, solo desde lo emocional puede entenderse plenamente la caza»

Pablo Capote

Mis amigos me riñen con frecuencia por no tener WhatsApp. Sí, efectivamente, soy yo el que no gasta esta aplicación y, salvo el correo electrónico, ninguna otra. Ya tengo bastante con el ordenador. No lo digo con orgullo, creo que es simplemente un mecanismo de defensa.

Relacionarme a través de una pantalla no me seduce y no me importa ser ajeno a esa apoteosis de la comunicación y de lo visual. La imagen, hoy, lo percibido por la vista, se ha convertido casi en nuestro único, y engañoso, vínculo con la realidad.

No es un equívoco nuevo ese de confundir lo que se ve con lo que es, ya Plotino en el siglo III dijo que somos lo que miramos y, siete siglos antes, Demócrito, considerado el padre de la ciencia, consciente ya de la distorsión de toda óptica y de esta falacia, supuestamente, se quitó los ojos para que no le estorbaran en la contemplación del mundo externo. Ojos que no ven, corazón que siente.

Aunque no recomiendo practicar en casa los drásticos métodos del filósofo griego, lo cierto es que el ocularcentrismo ha alcanzado cotas prodigiosas, no siempre gratificantes, que nos han convertido en meros espectadores o pasivos receptores del mundo en el que vivimos. Como escribió Martin Heidegger, el mundo es hoy una imagen de sí mismo; y la vida, en palabras de John Berger, un juego en el que todos miran y nadie juega.

Ver o no ver, esa es hoy la cuestión.

Por eso es valiosa la posibilidad que actividades como la caza nos brindan de participar en la experiencia de la vida –por lo tanto, de la muerte– con todos los sentidos y desde dentro, implicándonos de forma auténtica y consecuente con nuestra naturaleza. La vista incluso sus virtudes trasladadas a la inteligencia, como la lucidez, son solo parte de la trama y es necesario para que sea completa sentir el frío, sudar, escuchar y oír el monte y sus criaturas en vivo y en directo y, llegado el caso, mancharse con su sangre caliente. Al final, todo lo aportado por los sentidos y las emociones lo destila, más que nuestra mente, el animal que somos.

Como el arte, solo desde lo emocional puede entenderse plenamente la caza; y vano trabajo es intentar justificarla razonando con quien, como mucho, tan solo la conoce de vista y también la rechaza desde las entrañas.

Evitar en lo posible ese «veo, luego existo» y reivindicar que para sentirme vivo y feliz necesito salir al monte y, como Juan Palomo, cocinar y comer lo que cazo, reconozco que es mi pecado.

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