El campo
Octubre de zorzales
«Suelen llegar a principios de mes, junto con los petirrojos, aunque estos vienen cada vez en menor número»
Cada otoño, cuando disfrutábamos en la mesa de los pájaros cobrados en las primeras cacerías de zorzales , mi padre repetía la frase «este es el pájaro más chico que comía mi abuelo». Se refería a mi bisabuelo, Eduardo Hidalgo Verjano , que había sido alcalde de Sanlúcar, Gran Cruz de Beneficencia y a quien el Rey concedió un marquesado que él reusó por ser liberal.
Tirábamos los zorzales a la entrada, en el mes de octubre, cuando cada mañana esperábamos las bandadas de aves migrantes que durante ese mes y el siguiente llegan a nuestras latitudes para pasar el invierno consumiendo los frutos de nuestra montanera. Cuando ahora se lo cuento a mis amigos británicos, reaccionan con horror ante la constatación de que en España se cacen sus apreciados Song Thrushes, que deleitan sus jardines con un melodioso canto en primavera. Pero yo les salgo al paso argumentando que tenemos que defender nuestras cosechas de uvas y aceitunas de sus voraces little birds…
Mi bisabuelo tenía buen gusto porque la carne de zorzal es deliciosamente fina y su afición por ella ha seguido cultivándose en la familia.
Los primeros zorzales migrantes suelen llegar a principios de mes, junto con los petirrojos , aunque estos vienen cada vez en menor número, ya sea por el descenso generalizado de su población o por la influencia del cambio climático sobre sus migraciones. En los últimos años se ha puesto de moda un procedimiento ilegal de captura que consiste en atraerlos durante su viaje, en mitad de la noche, con un reclamo electrónico que reproduce su llamada y que se coloca junto a un arbusto iluminado artificialmente a cuyo alrededor se emplazan redes invisibles. Mediante esta artimaña se consiguen perchas que pueden ser muy numerosas, dependiendo de la intensidad del paso, que está relacionada con la dirección de los vientos que soplan cada día. Además y aparte de zorzales, al engaño entran otros pájaros migrantes nocturnos si se usan sus diferentes reclamos, como bisbitas, pinzones, petirrojos, etc., todos los cuales son sacrificados para consumo directo o venta ilegal a bares y particulares.
Es este un ejercicio clandestino al que las autoridades medioambientales deberían prestar atención prioritaria y penalizar a sus actores. Existen suficientes leyes de protección de la naturaleza para ello.