Al pie de una encina
Naturaleza y sentido común
No crean los políticos que, gracias a su gestión, han salvado al lobo, lo han condenado
Este verano estuve unos días en Palermo, la capital de Sicilia, y ante una circulación rodada verdaderamente caótica y que, sin embargo, funcionaba con bastante soltura, pregunté cómo conseguían resolver el enigma. La contestación fue todo un curso de civilización: «aplicando el reglamento con educación y pensando en el prójimo».
Vuelto a mi tierra, a mi querida tierra, reflexioné cuánto mejor nos iría si nuestros políticos acogieran la misma filosofía y, ante situaciones difíciles o fuera de control, dejaran de imponer doctrinas y escucharan al sentido común.
Por ejemplo, con la voracidad recaudatoria a que llevan políticas ideológicas y que desemboca en aumento de la economía sumergida; o cuando, desde los despachos, se dedican a dictar sus leyes a la naturaleza, tan independiente ella.
El caso del lobo, por ejemplo, que lleva aumentando sus manadas año tras año, repoblando nuevas regiones hasta el punto de tener que tomar drásticas medidas para contener sus daños. Ante un problema presente que va a crecer en el próximo futuro, la contestación desde la Administración ha sido la técnica del avestruz: no existe problema y, como se busca una sociedad verde, femenina y sin los estorbos de niños y viejos, se decide no controlar la amenaza y declarar al 'Canis lupus' especie protegida por la ley.
Al revés de lo que se hace en Palermo, donde las personas manejan las leyes para que la vida funcione, aquí se impone inviable para que no pueda cumplirse. No crean los políticos que, gracias a su gestión, han salvado al lobo, lo han condenado. E igual que unos impuestos expropiatorios conducen a la evasión fiscal y a menor recaudación, lo mismo los ganaderos actuarán por su cuenta y sin control alguno harán la guerra al enemigo de sus vacas, ovejas y yeguas.
Nadie desea conscientemente delinquir, pero si se trata de supervivencia las personas se olvidan de las leyes y los agentes de la autoridad se han de convertir en inquisidores de toda la población, porque esta medida afecta a aldeas enteras.
Y vaticino más, la espléndida labor de la Fundación Oso Pardo, que ha conseguido con su gestión que el mítico plantígrado vuelva a las montañas cántabras, si no se autoriza en breve la cacería controlada para que el aumento de población no degenere en cuestiones para los humanos asistiremos a percances graves como ocurre en Rumanía, donde un número excesivo de esos simpáticos animales produce accidentes incluso luctuosos.