Patrimonio natural
Los cortinos y el oso
Estas empalizadas de piedra protegían los panales de abejas del ataque de plantígrados
Desde tiempos inmemoriales, desde que el hombre pasó de ser cazador y recolector a hacer uso de la agricultura y la ganadería, comenzó su ancestral lucha contra aquellos animales que, viendo la oportunidad de aprovechar un recurso fácil de obtener, entraron en un eterno conflicto con sus intereses. Fruto de esa lucha, en este caso con nuestro emblemático oso pardo (Ursus arctos), surgieron en nuestros montes cantábricos unas empalizadas de piedra destinadas a proteger los ansiados panales de abejas. Son los conocidos cortinos, muy abundantes en toda la zona occidental de la Cordillera Cantábrica, sobre todo en el oeste de Asturias, aunque también presentes en sus zonas limítrofes de León y Galicia, y que con el paso de los años están tan integrados en el paisaje que ya forman parte desde hace mucho tiempo de nuestro patrimonio natural. El oso siente una especial atracción por las colmenas de abejas, bien sea para alimentarse de su miel o de sus larvas (los insectos componen una parte importante de la dieta del oso) llegando a ocasionar grandes pérdidas para los apicultores.
Para paliar estos daños, nuestros antepasados construyeron muros de piedra de entre dos y tres metros de altura y predominantemente de planta circular (aunque en algunos casos puede ser cuadrangular o semicircular aprovechando alguna pared rocosa). En la parte superior presentaba unas losas en forma de alero, para evitar que el oso, un gran escalador, pudiera acceder al interior. Por el mismo motivo, tampoco se dejaban árboles pegados a los cortinos, para evitar que los plantígrados los usasen para salvar el muro de piedra. Se construían siempre en laderas inclinadas de orientación predominantemente sur, para aprovechar así mejor las horas del sol y permitir la entrada de los rayos solares a todas las colmenas dispuestas en su interior en bancales, a la vez que se facilitaba la entrada y salida de las abejas al exterior. En el interior se albergaban entre 30 y 40 colmenas y el acceso podía ser por una puerta de madera o, si carecía de ella, mediante una escalera. Las colmenas, en un inicio, estaban hechas con troncos de árboles vaciados, con unas losas a modo de tapa y unos agujeros en los laterales para que entrasen y saliesen las abejas. Paulatinamente se han ido sustituyendo por las colmenas cuadradas modernas. Además se ubicaban en laderas donde la flora era del agrado de las abejas (lo que conocemos como vegetación melífera), como pueden ser las grandes masas de brezo cantábricas; y, como curiosidad, nunca había dos cortinos en la misma vertical de la ladera, aunque hubiese más de uno a lo largo de ella. Los cortinos solían ser propiedad de una familia, aunque los más pobres compartían cortín entre varias familias y solo las más acomodadas podían disponer de más de uno.
Se calcula que algunos tienen más de 500 años y en la actualidad hay unos 2.000 cortinos registrados, aunque la inmensa mayoría en estado ruinoso. Con el paso del tiempo, el hombre, además de que mucha menos gente se dedica ya al noble arte de la apicultura, ha ido evitando complicaciones, las colmenas se han ido trasladando a las zonas próximas a los pueblos y los cortinos han ido perdiendo su función. La comodidad de tener las colmenas cerca, protegiéndolas con los modernos pastores eléctricos, ha hecho que los cortinos, en sus laderas de difícil acceso y alejados de los núcleos urbanos, hayan ido cayendo en desuso.
Poco a poco el monte los va invadiendo, sus piedras se caen y de algunos ya solo intuimos su anterior existencia por las plantas circulares que se dibujan entre las rocas, las escobas y los brezos. Su abandono, además de una gran pérdida etnográfica tan característica de nuestras montañas norteñas occidentales, supone una menor presencia de colmenas en nuestros montes y con ello la importantísima labor polinizadora que ejercían las abejas en nuestro medio, pues como ya decía Einstein «la vida sin abejas sería un desastre global, al hombre solo le quedarían cuatro años de vida. Sin abejas no hay polinización, ni hierba, ni animales, ni hombres».
De los que aún quedan en uso son muy conocidos los cortinos de Moal, en las puertas de la Reserva Natural Integral de Muniellos (Asturias), a pie de carretera y en muy buen estado de conservación, que hacen al visitante rememorar cómo funcionaban los cortinos de antaño.