Cazador, conservacionista y príncipe

«Ejerció sus vocaciones a lo largo de su vida desde el conocimiento racional de los equilibrios naturales y de la gestión humana que los facilita y beneficia»

Javier Hidalgo

Hace años y con ocasión de una de las mil batallas libradas por la preservación de Doñana-Marismas, se me ocurrió acudir a ciertos contactos internacionales, para que el entonces presidente del World Wildlife Fund –el príncipe Felipe, duque de Edimburgo– escribiera a Su Majestad el Rey Don Juan Carlos I con el ruego de que el Estado español concediera mayor atención a nuestro primer espacio natural.

No pasó mucho tiempo antes de que yo recibiera la llamada de un aristócrata amigo, muy cercano al Rey, para interesarse por la situación de Doñana y que así nuestro monarca pudiera contestar al duque de Edimburgo. Mi respuesta fue bastante escueta: dile a Su Majestad que Doñana estaría a salvo si las Administraciones responsables ejercieran la gestión que tienen encomendada y cumplieran e hicieran cumplir las normas que tenemos establecidas en materia de conservación medioambiental.

A la vista de la situación presente de Doñana, me temo que mi gestión no surtió mucho efecto…

En este mes de abril hemos perdido al príncipe Felipe, un profundo conocedor del campo, cazador y, como tal, conservacionista, vocaciones que ejerció a lo largo de su vida desde el conocimiento racional de los equilibrios naturales y de la gestión humana que los facilita y beneficia. Una actitud que contrasta con la de los grupos animalistas, que desde sus circunscripciones urbanas y desde la más aguda ignorancia se empeñan en denostar la caza con argumentos infantiles y en no entender ni aceptar que los pioneros y más eficientes conservadores de los espacios y las especies naturales han sido y son los cazadores.

John James Audubon, el más conocido ornitólogo norteamericano, autor de la primera guía de campo de las aves de su país, era un experimentado cazador. Como también lo fueron muchos de los que, junto al príncipe Felipe, promocionaron la creación del WWF. Entre ellos, el príncipe Bernardo de Holanda y sir Peter Scott, el famoso pintor de patos y gansos y creador del Wildfowl Trust. Y en nuestro país, cuando se fundó la Sociedad Española de Ornitología allá por los años cincuenta del siglo pasado, muchos de los socios fundadores eran igualmente cazadores y gente de campo: Sáez-Royuela, Maluquer, Valverde, González-Gordon, Hidalgo, etcétera.

Estando en la finca de un amigo común en Norfolk, Gran Bretaña, me contó una vez el duque de Edimburgo la decepción que había sufrido aquella misma mañana en Sandringham, cuando los alumnos de un colegio local que estaban visitando la propiedad vieron a una gallina clueca incubando los huevos huérfanos de una perdiz y preguntaron por la razón de tal hecho. El guarda mayor, que los acompañaba, les explicó que un zorro había matado a la madre perdiz y para que no se perdiera la camada habían colocado los huevos bajo una clueca doméstica. La reacción de los niños que sorprendió a Prince Philip fue: «Eso no es posible, los zorros son criaturas bondadosas que no hacen daño a nadie». «¡Eso es lo que les enseñan en el colegio!», me comentó su alteza real.

Descanse en paz este príncipe de la conservación y la caza. Un abuelo que, cuando sus nietos perdieron a su madre en aquel oscuro y fatídico accidente de París que sumió a la familia real y a todo el país en un profundo desconcierto, se los llevó para distraerlos a recechar un venado de catorce puntas en los brezales de Balmoral.

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