Patrimonio natural

La hora de la verdad para nuestros ríos y peces

La contaminación produce un deterioro ecológico que provoca pérdidas proporcionales de riqueza natural difícilmente remediables

César Rodríguez Ruiz

Hace poco, consultando la obra Los peces fluviales de España, de Luis Lozano Rey, publicado en 1931, reparé en que este año hace 140 del nacimiento del autor. Mucha agua pasó bajo los puentes desde que esta eminencia de las ciencias naturales españolas y concretamente de la ictiología –estudia el grupo de los peces– plasmara aquí sus estudios sobre nuestra ictiofauna continental, recogiendo la herencia de sus ilustres maestros del siglo XIX, desde Graells hasta De Buen. D. Luis es un gran ejemplo de cómo los legados intelectuales más genuinos resisten el paso del tiempo. En las antípodas de las grandilocuentes manifestaciones de demasiados pseudoexpertos actuales, fugazmente encumbradas en la opinión pública interesada y rápidamente relegadas por su vacuidad, Lozano Rey, como buen investigador, promovió el saber objetivo. Con poco más que cuaderno, lupa y curiosidad, describió la biología de los peces en interacción con su hábitat, la gran diversificación de las comunidades ibéricas, fruto de la adaptación al medio en aislamiento geográfico, y la conciencia de su valor como patrimonio natural a proteger, manejando conceptos como biodiversidad o ecotipo mucho antes de inventarse los términos, no digamos de los estudios genéticos.

Fauna ibérica

Como todo estudioso de toda época, D. Luis no fue inmune a la subjetividad y también introdujo algún sesgo en sus estudios, aunque siempre por razones moralmente poderosas, desde una honestidad constructiva opuesta al subjetivismo intencionado, el que suele utilizar el interés del beneficio rápido, a través de la manipulación o la desinformación, para sus inconfesables fines. Pero algún éxito habrá tenido tan execrable estrategia cuando tras 60 años y tanto avance tecnológico acumulado tras el insigne naturalista, aún con el exponencial aumento del conocimiento sobre su materia de estudio, la sociedad no ha seguido la recomendación que pronunciaba en 1953 al ingresar en la Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales: valorar la importancia de la fauna ibérica y la necesidad de intensificar su estudio y protección.

De hecho, mientras se estaba produciendo la más vasta alteración de nuestros ríos, sacrificados a un desarrollo económico que parecía justificar cualquier transgresión legal, moral y ambiental. El cumplimiento de la Ley de pesca fluvial de 1942, que obligaba a instalar escalas para peces –«salmoneras»– en las presas que se construían más copiosa y masivamente que nunca por todo el país y un régimen de caudales que permitiera la «normal supervivencia de las especies piscícolas» bajo las mismas, seguramente habría procurado una prosperidad económica más respetuosa con la recomendación de D. Luis. Hoy, releyendo su excelsa obra, admirando los precisos dibujos y las fotografías que retrotraen a un pasado no lejano aunque culturalmente remoto, con el término sostenibilidad instalado en el lenguaje oficial pero ausente en conciencias y políticas, reflexiono sobre lo que nos cuesta aprender y evolucionar como sociedad. Y asumido que un manejo adecuado de asuntos como la pesca o la caza solo es posible desde el conocimiento, ¿por qué desde instituciones, Administraciones, dirigentes políticos, líderes sociales y ciudadanía nos empecinamos en ignorar la objetividad en la gestión de tantas materias y en dejarnos guiar más por prejuicios o doctrinas que por el saber científico disponible?

Contaminación de ríos

Gracias a personajes como Lozano Rey, a sus predecesores y sus herederos, hoy tenemos más certezas sobre nuestros peces continentales y su medio. Por ejemplo, que la fragmentación y contaminación de los ríos produce un deterioro ecológico que provoca pérdidas proporcionales de riqueza natural difícilmente remediables y menos justificables por un beneficio económico a corto plazo; o que nuestros peces salvajes son los más adaptados al medio, los mejores que podemos tener en nuestras aguas y seguramente los más capacitados para afrontar el cambio global que nos amenaza.

Cada vez más, es la hora de la verdad para los ríos y sus especies. Por su bien y el nuestro, urge instaurar un firme principio de prudencia, respeto y cuidado hacia nuestro patrimonio natural, en todas las mentalidades, actitudes y políticas que le afectan. Un principio perfectamente compatible con su uso y disfrute, por ejemplo, mediante la caza o la pesca sostenibles; además de armonizable  con el progreso económico y social, incorporando el mejor conocimiento disponible en cada momento e integrando procedimientos adaptativos para evitar la obcecación tecnológica y la incompetencia de las medidas. A esto nos dedicamos en esta Asociación desde hace 40 años y, convencidos de seguir la sensata recomendación de Luis Lozano Rey, así continuaremos mientras sea necesario.

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