Las graveras como refugio de aves acuáticas
Las lagunas que con los años se forman en ellas contribuyen al asentamiento de especies de avifauna
Una gravera es el yacimiento del que se extrae la grava, conjunto de pequeñas piedras procedentes de rocas fragmentadas y disgregadas. Sabemos que el árido ha sido una de las materias primas más importantes desde los comienzos de la historia del hombre, iniciándose su uso masivo en la revolución industrial con la llegada del ferrocarril, allá por la década de 1830, para después crecer de forma paralela al desarrollo tecnológico. Y también sabemos que el trabajo en una gravera consiste en extraer el material detrítico con palas excavadoras y transportarlo en volquetes a la planta de tratamiento para ser cribado y seleccionado por tamaños. Retirada la capa superficial de ese material continúa la extracción en profundidad hasta alcanzar el nivel freático de agua subterránea, con lo que la gravera se inunda formando humedales de gran extensión a modo de lagunas. Cuando las labores extractivas se dan por finalizadas, estas lagunas, con el paso de los años, pueden convertirse en lugares privilegiados para el asentamiento de una buena cantidad de especies de avifauna acuática, hecho puesto de manifiesto en una apreciable cantidad de graveras distribuidas a lo ancho y largo del territorio español.
Ahora bien, no es oro todo lo que reluce. Estas perforaciones de tierra (y en muchas ocasiones de los lechos de ríos) según ciertos expertos generan efectos indeseables en el medio ambiente, tales como la eliminación de la vegetación de la superficie, pérdida de la fértil capa superior del suelo, producción de fluido repleto de barro con el lavado del árido, contaminación acústica y atmosférica debido al ruido de las máquinas y al levantamiento de polvo y partículas de suspensión, e incluso la creación de la laguna porque repercute en el descenso del nivel freático a la evaporación y salinización del agua.
Otros expertos son conscientes de que cuando los trabajos en la gravera terminan debe llevarse a cabo una restauración que tiene como objetivo que el terreno afectado vuelva a tener los usos iniciales o bien se adecúe a las nuevas necesidades del territorio; esto es, en el primer caso replantar árboles y vegetación autóctona de la zona, y en el segundo caso construir vertederos controlados , polígonos industriales o incluso zonas de recreo. Y propugnan la restauración integrada que se realiza en fases sucesivas durante la explotación de la gravera y que tiene características diferentes dependiendo del uso final a que se destine el terreno.
Sea como fuere, y en el caso de mantenerse la recién formada laguna, de seguro que con el paso del tiempo se transformará en un magnífico ecosistema para la fauna , en particular para la acuática. Tal ecosistema puede acelerarse llevando a cabo las labores fijadas para estos casos, como lo pueden ser, entre otras, la plantación de vegetales (arbustos, planta, árboles), el aporte de alimento básico de animales invertebrados (insectos, moluscos...), la introducción de la ictiofauna adecuada, el tratamiento de las aguas con su renovación y limpieza, etc.
Puedo atestiguar llegado a ese punto, el de la completa consolidación de la zona lacustre, que tendremos a nuestra disposición un excelente humedal en el sentido más amplio, que va desde una zona en la que la avifauna acuática obtiene casi el total de sus requerimientos biológicos relacionados con la migración (residencia de invernada, estival, de paso) o con su vida sedentaria (residencia permanente), hasta un lugar dedicado a la caza. Lo atestiguo porque conozco bien el devenir de ambas utilidades. En su aspecto de lugares protegidos por la Administración he tenido ocasión de visitar más de uno en nuestro país, sobre todo en la Comunidad de Madrid, siendo, por lo general, bastante gratificante la observación de las distintas especies de aves que los pueblan. Y en su aspecto de lugares dedicados a la caza, tanto natural como de suelta, me fue muy grato también el visitarlos por la experiencia vivida. Recuerdo con verdadera satisfacción y nostalgia las cacerías de patos azulones ‘de suelta’ en unas lagunas de graveras segovianas en las proximidades de Villacastín magníficamente gestionadas y manejadas por su arrendatario.
En definitiva, el segundo uso de la gravera como zona húmeda adquiere una relevancia especial, admitida desde hace años por muchos y variados especialistas en la materia, desde ornitólogos a gestores, entre los que es posible citar de estos últimos a los ingenieros de montes Ramón Coronado , por desgracia desaparecido, y Carlos Otero, autores del manual Caracterización de embalses y graveras para su adecuación ecológica, en el que presentan un programa dirigido a mejorar estos enclaves en favor de la naturaleza. Por lo tanto, y sin dudar, los implicados de alguna manera en la explotación y posterior adecuación de la gravera como laguna deben ser conscientes de su importancia en el contexto de los ecosistemas y, por ende, de su conservación, manejo y principalmente ‘guardería’, quehacer que impedirá su desaparición bien por desecación, bien por sobreexplotación, bien por capricho, como desgraciadamente está ocurriendo con alguna de ellas en la citada comunidad madrileña.