La loba Ribera
La prohibición de cazar lobos, la intangibilidad de una multiplicación al albur de la naturaleza y el cierre a cal y canto de su control, sea cual sea el número de manadas, su reproducción y zonas de merodeo, constituye una protección maximalista y totalitaria
Muy pocas simpatías despierta en el pueblo la excelentísima señora doña Teresa Ribera Rodríguez desde que entró en el pentágono gubernamental, sobre todo desde aquella entrevista de 5 de diciembre de 2018 en Onda Cero, que nos descubrió a una titubeante y tartamuda medio vegetariana, anticaza y antitaurina, que «cerraría mataderos, cotos y cosos». Aunque en apariciones y comparecencias intenta hacerse cercana con sonrisas forzadas y tácticos tuteos que igualen por abajo al inferior, la vicepresidenta tercera se ha ganado la antipatía de todo el mundo: agricultores, ganaderos, automovilistas, cazadores, hosteleros, taurinos, transportistas, productores de energía y consumidores de ella…, tanto como decir la España entera.
No sabe nada de ruralidad. Creo que hace senderismo. Será con bastones de bazar y emparedados de Rodilla para merendar. No distingue entre una zorra macho, un lobo hembra y un pastor alemán hembra o macho. Ni identifica en un fondo forestal la chaparra, el quejigo, la coscoja o el rebollar. Es de las que dicen haber visto en su excursión «muchos pinos y otros árboles», «bastantes palomas y más pájaros». Pero si de campo y caza está pez, en legalidad, más. Y eso que en su enjuto currículo intelectual mete lo de ser profesora de Derecho Público, sin noticia de cuándo superó las pruebas ni dónde hayamos podido leerle una línea u oírle dos minutos de disertación sobre materia constitucional o afín.
Sus méritos son más de alineamiento: afinidades, fidelidades, lealtades y parentescos. Lo que ha determinado no ir ascendiendo de puesto en puesto, sino ver elevarse de nivel progresivamente el ocupado: de la jefatura de servicio con que empezó, pasó sucesivamente a la consejería técnica, al área, a la subdirección, a la dirección general, a la secretaría de Estado, el ministerio y la vicepresidencia. No es que ella conquiste puestos, es que los puestos, engordados, la van conquistando a ella, limitada en el cargo a ir cambiando de rango, de sueldo, de coche oficial, de escolta, de imagen y de estilo para vivir muy bien (envidiable bronceado en El País de 1.9.21), vestir moda y no viajar en medios públicos ecológicos «por razones de seguridad».
A pocos les convencerá su preocupación por la desigualdad, la pobreza y los derechos cívicos, ideales que utiliza de antifaz para enmascarar que la España abandonada, la fauna, los parques, la ganadería, los incendios, la dehesa, la despoblación, la pérdida de tradiciones y tantas otras cosas de la gente corriente que coge el metro y la guagua más la traen al fresco que le caldean el cerebro. Donde no la cumplimenten, no se hace presente. Junto al mando y el confort, también le interesan harto los veganos, las mascotas y los animalistas. De urbe, eso sí.
Se habló poco, incluso en la prensa especializada, del garrotazo asestado por el Consejo de Estado a la ocurrencia riberesca de proteger el Canis lupus antes que el Homo sapiens, a costa de este y con prisas para no pasar hambre (los lobos, no los hombres). Sucedió en julio y me da que hubo quienes, perteneciendo a los ámbitos afectados, no se percataron de cómo tal Consejo tumbó inmisericorde el proyecto de orden del cánido intocable. A los letrados le bastaron cuatro folios a doble espacio para dejar sin peana la disposición pretendida, que el colectivo perjudicado y los estudiosos y expertos independientes no consideraban necesaria; únicamente Ribera y sus confidentes la veían precisa y urgente. La soberbia, fiel aliada de la ausencia de conocimientos socio-populares, más un sectarismo modélico llevaron al clan lobuno, acaudillado por ella, a despreciar a la comunidad científica más objetiva, a las autonomías que sufren el problema y a los damnificados; para, con desdén, no recibirlos ni escucharlos, simplemente apisonarlos con el rulo excluyente que allana el carril de los intolerantes hacia el poder, donde se alían con el diablo para anular la participación: ¡Aquí solo mando yo!
Cuando la loba Ribera sintió el acero del dictamen adverso, siguió enseñando los dientes con los brazos en jarra, se mantuvo en sus trece y buscó pasadizos que llegasen adonde aspiraba y artilugios con que hacer lo que un día le vino en gana, toreando –tan contra los toros ella– los arreones de nuestro máximo órgano consultivo. Escandalizan las mañas de esta superministra jurista para salirse con la suya apoyada por adictos y asalariados que apremiaban la inserción del capricho en el BOE, logrado en tiempo récord y vigencia inmediata. Pero ojo, excelencia, que así como a los lobos de monte, cuando intensifican su saña y atacan al cabrero y sus hijos, les sueltan algún estacazo, a usted, lobo de oficina, la puede estar esperando el leñazo judicial por acosar al campesinado y mofarse de la inteligencia y paciencia del paisano rural. Sus malas artes consumadas no puede cobijarlas un tribunal, no entran en el juego de las relaciones jurídicas de rectitud constitucional que cohonestan lo humano con lo racional y no anteponen las bestias a todos los demás.
Empóllese más esa disciplina de la que dice haber sido maestra en la universidad, no sea que la lección se la enseñen a usted los palmetazos de una sentencia con un sopapo y una colleja cuando no tenga fuero ni colchón. Piénselo. Una lástima que de la ruina de tantos no responda el patrimonio conyugal que la política al servicio de los demás le ha permitido juntar. Sería de justicia en un país tan desigual.