Ecologismo, caza y ecologistas

Un movimiento que fue cercano al conservacionismo se ha radicalizado, con planteamientos más políticos que medioambientales

Juan Del Yerro

El siglo XX sigue caliente. Muchas de las decisiones de este recién estrenado siglo están marcadas por lo ocurrido en esos cien años. Unas para bien, tomando los hechos sucedidos entonces como instrumento de aprendizaje; y otras para mal, renunciando al aprendizaje para solo justificar arbitrarias revanchas políticas y satisfacer sentimientos de venganza.

Y el ecologismo podría ser uno de esos casos de cuestionable evolución. Sin profundizar en exceso, el ecologismo o movimiento verde es un fenómeno social y después político que encuentra sus primeras bases en los movimientos conservacionistas de los años treinta del siglo pasado. Podría parecer que hablamos de lo mismo, pues en teoría el ecologismo promueve la conservación, pero no es del todo así.

El conservacionismo defendía simplemente la preocupación por el futuro de las especies animales –de todas, en tierra, mar y aire– y sus hábitats. El ecologismo , sin embargo, se convierte enseguida en un movimiento reivindicativo que pretende cambiar nuestra forma de vida para asegurar, en teoría, un futuro mejor. Mejor, siempre, según la opinión de los principales grupos ecologistas, normalmente al albur de los intereses políticos del momento.

Así, es un conservacionista francés, el abogado y cazador Maxime Ducrocq , quien recurre en el año 1928 a la mayoría de los Estados europeos para crear el Consejo Internacional de la Caza y Conservación de la Fauna (CIC), que se convertiría después en uno de los foros de reflexión más relevantes en Europa a favor de la protección del medio ambiente. Concebía la caza como un uso sostenible de los recursos naturales y veía la protección de esos medios naturales como la única forma efectiva de garantizar su propio futuro. Constituyó la base para llegar a la concepción del cazador actual como cazador-conservador.

No fue el único. En 1948 se creó la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN por sus siglas en inglés), quizá la más influyente a nivel mundial en la defensa de la integridad y biodiversidad de la naturaleza; en 1961 se crea el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) e incorpora en 1968, para España, a ADENA , la Asociación para la Defensa de la Naturaleza que cofundó Félix Rodríguez de la Fuente ; y también destacable la Fundación Fondena, que desde 1982 y cada dos años premia los mejores proyectos en defensa de la biodiversidad de la fauna y la flora en España. Y así, inspirados en aquellos buenos ejemplos y muchos otros, surgen nuevas organizaciones en este siglo que pretenden seguir sus buenos criterios, como la Fundación Artemisan , que por cierto está haciendo una buenísima labor.

El ecologismo es algo posterior a Ducrocq . Surge en los setenta como denuncia social del dominio de la naturaleza para servir al desarrollo industrial y económico. Se politiza casi desde sus inicios, con sus principales valedores asociados a la izquierda. Un sindicalista y activista brasileño llegó a afirmar que «el ecologismo sin lucha social es simple jardinería».

Pero, siendo cierto que el ecologismo bien entendido ha contribuido a concienciar de la necesidad de proteger el medioambiente , también parece cierto que los ecologistas radicales están desvirtuando esa noble intención. El ecologista europeo actual –normalmente extremista– se ha convertido, en la mayoría de los casos, en un simple cazasubvenciones que solo sabe prohibir. Si de los ecologistas dependiera, prohibirían la ducha como medio infalible para asegurar los recursos hídricos del futuro. Poco importan sus proyectos, que solo esconden jugosas contabilidades –a veces de fondos públicos que nadie se preocupa de auditar. Con su actitud, se cargan los ideales del ecologismo. Con su actitud, solo identificamos al ecologista con ese tipo de personaje que se ampara en el bien general para buscar su bien individual, como solo pensamos en una especie animal cuando nos referimos al jamón de ibérico.

En suma, el enemigo del ecologismo no es la caza ni los cazadores, mucho menos el cazador –conservador actual que los ecologistas se niegan a reconocer. Tampoco lo es siempre el desarrollo industrial ni nuestra forma de vida. El auténtico enemigo que el ecologismo debe conseguir superar son los grupos ecologistas radicales que prosperan recurriendo al mensaje manipulado del miedo, generando un efecto contrario y cargándose nuestra motivación para preocuparnos por el medio ambiente. Si no cambiamos nuestra forma de vida, nos quedamos sin planeta. Si no dejamos de cazar, nos quedamos sin fauna. No contemplan siquiera la posibilidad de que intentemos mantener nuestra manera de vivir, pero seamos capaces de adaptarla a unos mejores índices de conservación que aseguren un futuro saludable de nuestro querido mundo.

No contemplarían opciones diferentes a prohibir la ducha, como no contemplan opciones diferentes a prohibir la caza . Son, sencillamente, incapaces de aprender que la mejor manera de promover la conservación de la naturaleza es otorgando a la Humanidad y a su forma de vida la misma importancia que otorgan a la Conservación.

Desde luego, es para asustarse.

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