Especie cinegética
Amenazas para la perdiz: «Soy agricultor y no me siento sospechoso»
«La prohibición por parte de la UE de realizar ciertas prácticas tradicionales antes muy extendidas trae consecuencias palmarias»
Soy agricultor castellano cerealista y soy cazador. ¿En qué orden? Corazón y cabeza van unidos y, aunque generalmente antepongo mi forma de vida antes que la caza, otras veces se impone mi vertiente cazadora.
La agricultura moderna, tal y como la conocemos hoy, es una práctica extensiva basada fundamentalmente en la rentabilidad. ¿Cómo se consigue? Con la reducción de insumos (costes derivados de la producción –abonos, siembra directa, etc.) y esto afecta a nuestra fauna esteparia de manera muy directa. La prohibición por parte de la UE de realizar ciertas prácticas tradicionales antes muy extendidas trae consecuencias palmarias.
La PAC lleva acoplado un pago llamado greening que supuestamente está enfocado a las buenas prácticas agrarias, a un uso agrícola de conservación: no arrancar árboles, el cuidado de los arroyos… Y, paradójicamente, mientras se prohíben prácticas como la quema de rastrojos por las emisiones de CO2 que produce, llenamos nuestros campos de elementos químicos que no sabemos qué efectos pueden tener a largo plazo tanto en nuestra tierra como en nosotros mismos: metribuzina, pendimentalina y un largo etcétera de sustancias que hoy ya sabemos que afectan a la cría de las aves esteparias, entre ellas la perdiz roja.
Hace dos campañas me desplacé a trabajar a Zaragoza y Huesca. Cosechaba cereal sembrado en ecológico, es decir, nada de productos químicos, ni abonos ni herbicidas. Cada vez que volvía la vista para comprobar el nivel de la tolva veía insectos arremolinados en el montón de trigo. Cuando me desplacé de nuevo a mi zona, donde realizamos una agricultura más intensiva, y miraba la tolva, rara vez me encontraba con algún saltamontes, mariquita o cualquier otro bicho.
La perdiz tiene para mí un periodo crítico y es el que va desde principios de julio a finales de agosto. Los pollos necesitan proteínas animales en forma de insectos y, si los privamos de ellos con nuestros herbicidas y fungicidas, muchos, debilitados, morirán. Es frecuente ver a la perdiz con 10 o 12 pollos en julio y tan solo media docena una semana más tarde. A eso hay que sumar la acción de los predadores.
Hace veinte años hablarle a mi padre de roya parda, septoria, rincosporiosis, en el apartado de enfermedades fúngicas que afectan muy gravemente al cereal en sus estadios más tardíos, era como hablarle de temas espaciales. Ahora, si no se realizan tratamientos cuando trigo y cebada están espigados, te arriesgas a que tu cosecha merme entre un 30–40% por la afectación de estos hongos. Hablarle de tronchaespigas (un bicho que se introduce por la caña del trigo ya maduro y, como su nombre indica, troncha la espiga) o de zabrus (otro bicho que se introduce desde la tierra en el cereal recién nacido y que no se manifiesta hasta que se empiezan a ver corros de las siembras comidos enteros) le provocaría cara de incredulidad. Curiosamente, antes no existían. Todo esto se combate con elementos químicos. ¿Queremos los agricultores aplicar estos tratamientos? Rotundamente NO. ¿Debemos? Cualquier ataque de los arriba mencionados nos produce pérdidas cuantiosas y no podemos evitarlo dados los bajos precios con los que trabajamos.
Quemas controladas
¿Soluciones? Por ejemplo, retomar algunas prácticas tradicionales como las quemas controladas. Las he conocido y, bien realizadas, son muy beneficiosas. Recuerdo los finos brotes de hierba que brotan tras una quema y cómo perdices con sus pollos, así como liebres y conejos, iban a comerlos.
Los agricultores queremos un campo limpio y nos inquieta pensar en nuestra salud cuando aplicamos estos tratamientos químicos y en los EPIS (Equipos de Protección Individual) que necesitamos para manejarlos. La rentabilidad del agricultor es muy baja gracias a los bajos precios y sobre todo a la dependencia de los tratamientos químicos que se han impuesto.
Un buen amigo sevillano siempre que está conmigo me pregunta cuánto cuesta un kilo de trigo; cuando yo le respondo que 25 pesetas (0,15 €/kilo) siempre me espeta «para que este país prospere debería costar lo mismo el ABC, un café y un kilo de trigo».
Largo me lo fía.