Giro de Italia

«Una victoria no merece tanto sufrimiento»

En los Dolomitas, donde hoy y mañana se decide la carrera, los ciclistas del Giro de Italia vivieron una de sus jornadas más crueles por una dantesca tormenta de nieve en el Gavia en junio de 1988

Andy Hampsten y Erik Breukink, líder y ganador de etapa tras la terrible jornada del Giro de 1988 en el Passo di Gavia ARCHVO ABC
David Vilares

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Andy Hampsten tenía marcado el cinco de junio de 1988 entre círculos rojos. En pleno despertar de Estados Unidos ante el ciclismo, dos años después de que Greg LeMond ganase el Tour, este muchacho de Ohio de 26 años quería ser el primer americano en ganar el Giro de Italia.

Dos días antes, Hampsten había ganado su primera etapa en Selvino y se había puesto quinto en la general, a poco más de un minuto de Franco Chioccioli , el líder de la carrera. El americano sabía que podía ser su año y sabía que la etapa del cinco de junio, en la que se subía el Passo di Gavia en plenos Dolomitas, iba a ser crucial: si las cosas iban bien podría vestirse la maglia rosa de líder al terminar el día. Lo que no sabía Hampsten es que él y todos sus compañeros de pelotón se iban a enfrentar a la jornada más dura de sus carreras.

La etapa era corta, 120 kilómetros entre Chiesa Valmalenco y Bormio , dos aldeas entre las montañas de los Dolomitas , montes en los que entre hoy y mañana se empezará a decidir el Giro 2016 . Tampoco había muchas subidas: antes del temible Gavia solo se ascendía el Passo dell’Aprica , de segunda categoría. Pero en Chiesa Valmalenco, a unos 900 metros de altitud, hacía mucho frío y había nevado durante toda la noche. Si el panorama estaba allí así, el Gavia, con su cumbre a más de 2.600 metros, iba a ser dantesco.

Como la organización supo que la carretera del Gavia –que contaba con muchos tramos sin asfaltar– estaba transitable, decidió que la etapa se disputase, de forma íntegra y sin modificar la ruta. Cuando los ciclistas llegaron a pie de puerto empezaron a arreciar los copos de nieve sobre el barro que se había formado en las zonas de tierra, y sobre las paredes de nieve que rodeaban al camino que llevaba a la cima.

Nieve, barro y frío

En esas circunstancias, los ciclistas quedaron forzados a comprender que iban a jugarse algo más que el Giro de Italia. En ese pelotón estaba Pedro Delgado , que unas semanas después ganaría el Tour de Francia y que se había tomado el Giro como preparación, con lo que no tenía opciones en la general. «Cuando estaba más perdido en la general llegó el Gavia –rememora–. El hecho de no estar metido al cien por cien en la general me hizo ir un poco más relajado, pero no por eso pasé menos frío».

Tiempo después, Hampsten relató que en el valle que llevaba al Gavia estaba enfadado porque creía que el que debía ser su gran día se iba a truncar por las brutales condiciones de la etapa. «Pero poco a poco empecé a aceptar que el día también iba a ser malo para el resto», dijo. «Me convencí a mí mismo de que debía seguir con el plan que habíamos trazado semanas antes». Ese plan era atacar, y lo hizo a mitad de subida.

Solo le siguió el holandés Erik Breukink . Por delante estaba Johan Van der Velde , otro ciclista de Holanda que había demarrado en las primeras rampas del Gavia. Al inicio de su carrera, Van der Velde parecía destinado a ser un ciclista muy importante: ganó el premio al mejor joven en su primer Tour, y con 26 años fue el tercer clasificado de la carrera francesa. Pero con el tiempo su figura, siempre elegante sobre los pedales pese a todo, se desinfló y dejó de aparecer como candidato a las grandes victorias.

En este Giro no era distinto, pero aun así subió el Gavia como nadie. Llegó a la cima de la montaña con un minuto de ventaja sobre Hampsten y algo más respecto a Breukink. Desde arriba solo restaban 25 kilómetros de descenso hasta la meta en Bormio, lo que en condiciones normales le llevaría unos 15 ó 20 minutos a un ciclista profesional.

Tras su retirada se supo que Van der Velde había desarrollado una fuerte adicción a las anfetaminas, y explicaba que la razón era que se había acostumbrado tanto al éxito que no pudo soportar cuando dejó de tenerlo. También se hizo público que había desarrollado otro hábito peligroso, robar, y fue condenado a prisión por asaltar una oficina de correos y por hurtar unas máquinas cortacéspedes para pagar otra de sus adicciones, las apuestas. Quedó completamente arruinado.

El infierno esperaba en el descenso

Van der Velde coronó el Gavia congelado y se asomó a la cornisa de lo que prometía ser un descenso dantesco. El esfuerzo de la subida mantenía a los ciclistas relativamente calientes, pese a tener la ropa totalmente empapada, pero no podían contar con nada de eso en la bajada: eran ellos solos frente al frío extremo y la lluvia en la que se había convertido la nieve. «Estaba preocupado por la hipotermia y no sabía cuánto más frío podría estar antes de no poder pedalear», confesó Hampsten después.

Un manojo de ciclistas separados, solos ante la inmensidad de la montaña y presos de una tiritona insufrible se lanzaron a los peores 20 kilómetros de sus vidas. Muchos se bajaban de sus bicicletas –tan heladas que no podían cambiar las marchas– para correr a pie algunos metros y librarse de algo de frío , aunque fuera a costa de perder tiempo en la clasificación, pero la única carrera que en realidad libraba el pelotón a esas alturas era contra la congelación.

Algunos espectadores, sin saber si la carrera se había suspendido o no, paseaban por mitad de la carretera. Otros socorrían como podían a los ciclistas, dejándoles abrigos y dándoles bebidas calientes. En la bajada, difícil incluso con la carretera seca, muchos ciclistas apenas tenían sensibilidad en las manos para dirigir la bicicleta, ni en los pies para manejar los pedales.

En la cima del Gavia, el sitio al que había llegado antes que nadie, Van der Velde se tomó tres minutos para abrigarse . No le sirvió de mucho: pese a coronar el primero, terminó la etapa veinte kilómetros después a 47 minutos del ganador . Nadie sabe con certeza cómo fue su descenso, pero el frío le noqueó.

Van der Velde terminó ganando la clasificación de la regularidad de la carrera y se retiró a final de año, como consumido por los abismos del Gavia. Al terminar su condena se convirtió en un hombre religioso, se alejó del ciclismo y se puso a trabajar como obrero. Hace dos años volvió al mundo de la bicicleta como conductor del modesto equipo Roompot en su país.

Hampsten tenía a tiro la maglia rosa en el descenso, pese a que su cuerpo estaba totalmente bloqueado. Breukink, que iba mucho menos abrigado que él y por lo tanto bajaba con menos peso y más rápido, le adelantó sin que el americano hiciese ni el intento de seguirle. El adelantamiento fue una de las pocas imágenes que se pudieron ver en directo por televisión en la parte final de la carrera.

Breukink le sacó siete segundos en meta, pero Hampsten se convirtió en el líder de la carrera y terminó ganando el Giro. Por detrás de ellos entró un rosario de ciclistas en solitario que apenas se podía mantener sobre la bicicleta. Pedro Delgado contaba años después que lo que más le sorprendió al llegar era la cara de preocupación del público y de los periodistas: «Yo vi ese día a periodistas que se quitaban sus abrigos para dárselos a los corredores».

La meta de Bormio se convirtió en la práctica en un hospital de campaña, hospicio de ciclistas congelados, temblorosos y destrozados. A varios corredores les tuvieron que practicar un masaje cardiaco, y otros estaban prácticamente desvanecidos. «Te juro que si lo sé esta mañana, no tomo la salida», declaró Benny van Bravant al terminar la etapa. Jean-François Bernard , que terminó 14º a nueve minutos de Breukink, habló con los medios mientras bebía whisky y café a la vez: «¿Cuánto he perdido con Breukink? ¿Nueve minutos? ¿Diez? No me importa nada: estoy vivo. Una victoria no vale tanto sufrimiento».

Breukink, triunfal al ganar la etapa en Bormio ARCHIVO ABC
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