GOLF
Un tigre más humano, la misma fiera de jugador
Los problemas de Woods en la última década han producido un campeón diferente
Algunos pueden llamarlo cura de humildad, otros fuerza de voluntad. Incluso habrá quienes aboguen por el karma para explicar que lo que tenga que pasar, pasará. Pero no cabe duda de que mereció la pena esperar una década para ver el nuevo Tiger Woods que se ha reincorporado al olimpo del golf. La chaqueta verde lograda ayer en Augusta la recibió con una explosión de júbilo mucho más intimista y sincera que la exhibida en las catorce veces anteriores en las que celebró un triunfo del Grand Slam . O las ochenta en las que había festejado un título del PGA Tour . Porque lo conseguido ayer en los jardines del National fue mucho más allá de ser un eslabón más en la cadena por alcanzar los dieciocho grandes de Jack Nicklaus o de haber empatado los 81 triunfos de Sam Snead en el Circuito. Ayer, por vez primera, no había ganado para él, sino que lo hizo para su familia.
Marcado por la ferrea educación que recibió en su infancia (su padre le instruyó en la disciplina militar y su madre en la filosofía oriental de sus ancestros thailandeses), el pequeño Eldrige se convirtió en una máquina de ganar. Estaba preparado para la excelencia y no existía en su vocabulario otra palabra que no fuera triunfar. Debía sumar éxitos a su palmarés con insistencia y lo hacía de manera compulsiva, a un ritmo de record no conocido hasta el momento.
Desde pequeñito ya sorprendió a Bob Hope en un programa de televisión, por lo que a nadie extrañó que con solo veintiún años ya ganara el Masters y que rompiera todos los moldes: era el primer jugador de color en hacerlo (multirracial, apuntó él para hacer honor a su sangre materna) y su inusitada potencia obligó a los rectores del club a tener que alargar su diseño a partir de entonces para que el campo siguiera siendo competitivo.
Desde esa irrupción internacional en 1997 y, durante dos décadas, se dedicó a inscribir su nombre en todo tipo de listados: majors (14), torneos de la Copa del Mundo (18), ganancias (10) ranking mundial (683 semanas como número uno), ganancias dentro y fuera del deporte, e, incluso, en libro Guiness de los records (17). Sin embargo, era un campeón frío como el hielo, sin amigos y con una vida personal artificial y vacía.
Su cuerpo destrozado dijo basta después de su última locura (ganar el Open Estados Unidos con la rodilla rota en 2008 ) y ahí empezó una espiral descendente que le llevó directamente a los infiernos. Su mujer se hartó de sus infidelidades y desató un escándalo que acabó en comisaría y en un centro de desintoxicación de adicciones. Sus patrocinadores le abandonaron y perdió de repente todas sus habilidades en el golf.
Aunque volvió a ganar y a alcanzar el cetro mundial, su ansia por querer seguir siendo el Tigre implacable de antaño no hacían sino minarle cada vez más. Hasta que hace dos años, después de doce intervenciones quirúrgicas , decidió dar un giro a su vida. "Voy a dejar de seguir a mi corazón y voy a escuchar más a mi cuerpo", declaró entonces y rompió con su vida anterior. Abandonó las prisas y los calendarios, cambió su preparación, adaptó su swing a su cuerpo roto de cuarentón y dejó que empazara a fluir el talento.
El año pasado se empezaron a ver los síntomas del nuevo Woods: más humano en el trato con sus compañeros, más querido por el público y, poco a poco, más competitivo. Después de estar a punto de ganar en los dos últimos grandes ( Open Británico y PGA Championship ) él se vio de nuevo en la pomada y a nadie sorprendió que acabara la temporada venciendo en el Tour Championship .
Este año, solo ha tenido que volver a su reducto más especial, el campo de Georgia en el que todo empezó, para cerrar el círculo de su renacimiento. Su mirada de acero reflejaba que el carácter ganador era el de siempre y la paciencia que demostró para no salirse del guión y sacar partido donde debía, que la experiencia es un grado. Su quinta chaqueta verde, con la que retoma el reto de alcanzar al Oso Dorado (seis Masters, dieociocho salmones), tenía un sabor muy especial para él. "Mis hijos nunca me había visto ganar un grande y no quería privarles de esa experiencia", reconoció entre lágrimas. Este triunfo era para ellos .