Golf
La pesadilla americana
Lejos del mito de las estrellas, cada año numerosos golfistas se encuentran con la cruda realidad de jugar en EE.UU.
Cuando aparecen fenómenos como Jon Rahm , que consiguen acceder al PGA Tour en su primer año como profesional, parece que el camino hacia el mejor circuito de golf del mundo es fácil. Si lo puede hacer un chaval sin experiencia, después de apenas seis torneos jugados, ¿por qué no lo van a poder conseguir otros con más rodaje?
La respuesta es sencilla: porque son muchos los llamados y muy pocos los elegidos . El atractivo de la competición es tan importante (comparable a la NBA) que cada año hay miles de golfistas de todo el mundo que pelean lo imposible por llegar a ese olimpo. Sin embargo, para dar cabida a todos los que quieren entrar hay que sacar a los que se van quedando rezagados, y ahí es donde llegan los problemas. Como dice el refrán, lo difícil no es tanto llegar como lograr mantenerse en esa elite que mide su talento en función de los dólares que gana.
A grandes rasgos, el funcionamiento del sistema es simple: los que obtienen mejores resultados suman más dinero a final de año y así conservan sus derechos (la tarjeta de juego) para el año siguiente. En función del nivel en el que estén (PGA Tour, Web.com Tour o PGA Latinoamérica) contabilazarán en una lista o en otra y, los de abajo podrán optar a subir de categoría si quedan en los puestos de honor. Por contra, los que no alcanzan el mínimo exigido pierden el sitio y deberán recuperarlo por las distintas formas o exenciones previstas.
Por poner ejemplos concretos, Gonzalo Fernández-Castaño perdió la carta de primera en 2015, la recuperó en 2016 y la volvió a perder un curso después. Este año, se ha quedado de nuevo sin el ascenso y ha decidido renunciar a la aventura americana después de cinco años. «Creo que rectificar es de sabios y si ya no tengo futuro en Estados Unidos prefiero volverme a Europa y jugar donde tengo nivel para ganar», comentó el madrileño en Valderrama, donde acabó quinto en el Andalucía Masters. Gracias a ese puesto se aseguró los derechos para 2019 en el European Tour, donde ya ha vencido siete veces. « Los sueños son muy bonitos, pero tengo cuatro hijos y con los ideales no pago las facturas », reconoció con resignación.
Las escuelas de clasificación
Cuando no se logra el objetivo en la temporada regular, toca ir a pelearse a las escuelas, donde no se respetan los galones. Ahí se juntan desde veteranos que van perdiendo fuelle hasta los jóvenes que vienen con más fuerza. Y se lo juegan a una carta en torneos maratonianos en los que hay muy pocas plazas en juego . «En el fondo los circuitos lo que quieren es proteger a sus jugadores y cada vez ponen más pegas a que entre gente nueva a base de restringir las plazas de acceso y de encarecer las inscripciones», comenta Patricia Sanz , que este año ha vivido la dureza del Symetra Tour. Después de pasar seis meses en la segunda división femenina, y al no acabar entre las primeras que daban acceso directo al LPGA, se pensó mucho el ir a la Escuela. «Soy consciente de que estoy invirtiendo en mi futuro y así me lo tomo, pero es muy duro tener que pagar 4.000 dólares más para ir a jugarme una de las 25 plazas que se ofrecían para 260 competidoras».
Más duro todavía fue el caso de su hermana Marta, que a pesar de ganar un torneo en el Symetra se quedó fuera de la fase final por solo 30 dólares , la diferencia entre ser la número 30 del Orden de Mérito o la 31. «Fue un momento muy duro, porque empiezas a recordar todos tus golpes de la temporada y a pensar dónde te has podido equivocar -recuerda-, pero en el fondo no te queda otra que aferrarte a lo positivo, a la experiencia ganada y a tratar de aprovecharla al máximo el año que viene».
Quien vivió una situación similar el año pasado y se está planteando abandonar la aventura americana es Samuel del Val . El bilbaíno se quedó al límite de la tarjeta por 127 dólares en 2017 y su campaña en la segunda línea masculina este año ha sido muy difícil. Tanto que ha perdido sus derechos para 2019 y no sabe si regresar a la tercera división (donde ya ganó en 2016) para retomar impulso o tirar la toalla y volver a casa. «Por ranking nacional podría entrar en varios torneos del Alps y del Challenge y así empezar a labrarme una carrera europea desde abajo. Acabé la universidad en 2010 y me quedé en Estados Unidos, nunca he intentado esta vía y puede ser una opción», reflexiona Del Val.
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