Atletismo

Adiós a Saneyev, leyenda olímpica del triple salto que terminó trabajando como repartidor de pizzas

Fue oro en los Juegos de México 68, Múnich 72 y Montreal 76 y rompió tres veces el récord del mundo. Ha fallecido en Sídney a los 76 años

Viktor Saneyev, campeón olímpico con la URSS en 1968 ABC

S. D.

La vida de Viktor Saneyev nunca fue fácil. No lo fue cuando nació en una familia muy pobre en la antigua Unión Soviética y tampoco cuando comenzó a entrar como atleta, deporte que le atrapó siendo solo un niño. En casa hacía falta el dinero y su padre, parapléjico, murió cuando él era solo un chaval. Tocaba arrimar el hombro, pero Saneyev nunca dejó de lado su pasión.

Así empezó a despuntar en varias disciplinas, hasta su primer entrenador le dijo que debía centrarse solo en una: el triple salto. Con solo 18 años, acabó tercero en una competición con los mejores saltadores de la URSS. Poco después, estaba en la final olímpica de México 1968 , sus primeros Juegos y la prueba donde llegó su consagración internacional.

Ganó allí su primer oro olímpico y ese mismo año rompió dos veces el récord del mundo ( 17.23 y 17.39 ), plusmarca que volvería a atesorar cuatro años después con un 17.44 . Comenzaba un dominio del triple salto que alargó hasta los Juegos de Montreal 76 . Tres oros consecutivos (también triunfó en Múnich 72 ) que le convirtieron en una leyenda del atletismo y a los que sumó dos oros europeos (1969 y 1974).

Quiso perpetuar sus éxitos en Moscú 80, ante su gente, pero ya no era su momento y la sombra de aquella cuarta final olímpica le perseguirá. Hubo polémica, pues poco antes de la prueba todos los oficiales de la federación internacional fueron retirados y en su lugar se colocó a oficiales soviéticos. Los nulos señalados a varios de sus rivales, en saltos que parecían claramente legales y que eran más largos que el suyo, mancharon su cuarta medalla olímpica, una plata de la que nunca se sintió orgulloso.

Retirado tras esos Juegos, vivó durante años en Tiflis (actual capital de Georgia) hasta que se rompió la unidad soviética y estalló la guerra civil. Emigró entonces a Australia, donde tuvo que llevar a cabo todo tipo de trabajos para sobrevivir, entre ellos el de repartidor de pizza . Lo pasó tan mal, que estuvo a punto de vender sus medallas olímpicas, pero no tuvo que hacerlo, rescatado como profesor de educación física en un colegio local. En sus últimos años, fue entrenador de atletismo en un instituto de Nueva Gales del Sur.

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