David Gistau

La maraña

David Gistau

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A los pies de los Picos de Europa , el derbi no era un acontecimiento que electrizara el pueblo. Hubo que ir de bar en bar, como pidiendo ayuda, como buscando un médico o un mecánico, hasta que apareció la pantalla sobre la cual arrojarse como esos insectos de chiringuito que se electrocutan en los filamentos que los engañaron como cantos de arpías. El resultado no valió la búsqueda. Un derbi áspero, rugoso, como de luchadores de sumo frotándose las tripas, con el cual el Real Madrid inauguraba de modo ramplón un par de semanas de fútbol a vida o muerte que parece los exámenes de ingreso en los SEAL: « Cuando no pueda usted más, toque la campana y será acompañado a la puerta con su petate» .

Eso pareció hacer Zidane con los cambios de la segunda parte. Tocar la campana con la que uno confiesa que un partido exige gastos para los cuales no tiene fondos. Era el primer arreón contra el Atleti, esperaban el Bayern y el Barsa como en la sucesión de monstruos del tren de la bruja, y al Madrí ya se le empezaba a hacer largo un partido en el que enviaba la señal de que ganar era pedir demasiado, habrá que conformarse con no perder. No acabo de entender el matiz psicológico del Real Madrid por el que a veces toma la decisión consciente de volverse chiquito y mezquino aunque el rival no haya hecho tampoco mucho por asustarlo. No es una cuestión de tradición, puesto que no somos italianos ni pertenecemos por tanto a una cultura en la que un 1-0 se proteja como la primera llama de fuego cuando la custodiaron tribus que no eran capaces de encender otra. Tampoco es una cuestión de carencia de material humano, puesto que el Madrí suelta al campo jugadores como para desencadenar una tempestad de acero que ni la de Jünger, más allá de los esporádicos bajones de forma de la BBC. Es como un ataque de hipocondria que a veces le da al entrenador. Se detecta enfermedades imaginarias y se las trata.

En todo caso, la frustración en Chamartín ante el Atleti se ha convertido en una costumbre inversa de aquella por la que, durante una década, dejó hasta de existir un derbi competitivo. Incluso superado durante mucho rato, el Atleti sigue siendo una urdimbre ya mecanizada, profesional, difícil de desactivar hasta para el Tedax. Y que encima siempre se presenta con dos o tres alegres corredores capaces de hacerle la picha un lío a un gorila. En eso, lo que hizo Griezmann se lo hemos visto hacer durante el cholismo a otros muchos como Alves, Arda y Falcao . Y Griezmann no hizo más porque Keylor le cazó abajo un remate con una mano que los antiguos habrían llamado «felina». El derbi madrileño tiende, en medio de la igualdad y de la hostilidad mutua, a enmarañarse como reyerta de esas en las que abundan los goles de nuca de los centrales antes que el primor de las combinaciones. Para jugadores como Cristiano y Benzema , infiltrarse entre las líneas cholistas es una empresa tan llena de peligros que cualquier día, en lugar de meter un gol, descubrirán, al otro lado de Godín, el océano Pacífico, reducidos ellos a un puñado de supervivientes con el morrión oxidado.

Gracias sean dadas al Málaga de Míchel que transformó un empate deprimente , trufado de malos presagios, en un punto que libera tensión para el Clásico. Ese partido parecía abocado a ser la más grande de las tardes que vieron jamás los Madrí-Barsa. El Barcelona ha olvidado el sentido de la infalibilidad por el cual antaño jamás perdía una oportunidad cuando olía sangre. De hecho, puede terminar concediendo al Real Madrid un alirón que potencie la percepción triunfal de Zidane a pesar de los temblores en los cimientos por los cuales el equipo parece a veces a punto de confesar imposturas: como si ganara para engañar. No hay razones para creer que el Bayern acudirá a la eliminatoria con un ánimo tan piadoso como el del Barcelona cabizbajo, fané y desorganizado de Málaga. Esto es nuevo: entre el Real Madrid y el Barcelona, la Liga la gana quien la caga una vez menos que el otro.

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