Indy 500
¿Por qué brinda con leche el ganador de Indianápolis?
Si Alonso gana la mítica prueba, además de llevarse un trofeo gigante con las caras de los ganadores, tendrá que «descorchar» en el podio una botella de leche
Los organizadores de las mítica prueba de las 500 Millas de Indianápolis conocen ya a la perfeccción a Fernando Alonso . Su palmarés, sus logros en la Fórmula 1, su estilo de conducción... e incluso el tipo de leche que le gusta o suele beber. El motivo es una peculiar tradición de la famosa carrera estadounidense, en la que el ganador en lugar de beber o brindar con una botella de 'champagne' lo hacen con una de leche.
Louis Meyer, tres veces ganador de la Indy500 , bebía suero de leche en días muy calurosos siguiendo el consejo de su madre para refrescarse, así que el piloto no dudó en hacerle caso también tras conseguir su tercer título en 1936, el año en el que se instauró el mítico trofeo Borg-Warner , que contiene los rostros de cada uno de los campeones desde entonces.
Un ejecutivo de la industria láctea local descubrió una fotografía de Meyer bebiendo de una botella en un periódico del día después y convenció a los organizadores para repetir ese gesto entre los ganadores de los años siguientes. De esa manera, la leche se convirtió en santo y seña de las victorias del circuito entre 1937 y 1941, y también en 1946, justo después de la II Guerra Mundial, pero esa tradición desapareció entre 1947 y 1955 .
Finalmente, se recuperó en 1956 y desde entonces los pilotos deben elegir, días antes de la carrera, qué tipo de leche desean para tenerla lista en los frigoríficos del Indianapolis Motor Speedway en caso de victoria.
Puede que esa sea la tradición más conocida, por lo peculiar, pero no es la única en la mítica carrera.
Los más de 300.000 espectadores que acuden a la cita viven con la piel de gallina el momento en que, unos pocos segundos antes de que arranquen los motores, suena el tema «Back Home Again in Indiana» , un clásico que se viene repitiendo desde la mítica actuación del cantante de ópera James Melton en 1946.
En años posteriores tomaron el testigo artistas como Mel Tormé, Vic Damone, Dinah Shore, Ed Ames, Peter Marshall, Dennis Morgan, Johnny Desmond o Jim Nabors. Al final de la actuación, cientos de globos multicolor se lanzan al aire y señalan el comienzo de la carrera.
También se celebra el 500 Festival Parade, un desfile de bienvenida a los pilotos en plena ciudad que se organiza en la jornada previa a la carrera desde 1957.
Ese evento se originó gracias al ímpetu de unos columnistas locales que pretendían llevar a Indianápolis el mismo ambiente que se respira en las horas previas al Kentucky Derby , la carrera más importante de la temporada hípica en EEUU.
Pero todo esto tiene un origen, un punto de partida llamado Carl Fisher, el fundador de la Indy 500, que murió arruinado tras la gran depresión después de haberse convertido en multimillonario vendiendo la patente de la creación de los faros de acetileno, cuando por entonces los vehículos no disponían de ellos.
Fisher, todo un visionario, se lanzó, con ayuda de otros socios, a la construcción en 1909 del Indianapolis Motor Speedway tras la compra de más de 1.300 metros cuadrados de terreno de cultivo al noroeste de Indiana.
«Las empresas automovilísticas de Indiana necesitaban un circuito donde probar sus vehículos. De ahí surgió la idea sobre el recinto, y Fisher supo explotar su potencial», explicó Bill Heely, oriundo de Speedway, la pequeña localidad de 12.000 habitantes donde se celebra la carrera y a la que cada año viaja, desde California, para disfrutar de la velocidad y reencontrarse con viejos colegas.
«La superficie era mala, repleta de gravilla, y la primera carrera se saldó con un par de muertos . Después colocaron 3,2 millones de ladrillos y pasó a llamarse la 'Brickyard'», rememoró este octogenario, que en 1944 comenzó a trabajar en las instalaciones tratando de espantar los conejos que abundaban entre las gradas.
Tanto era así, que Heely y su hermana llegaron a adoptar hasta 40, sin saber que ellos mismos devoraban a sus propias mascotas ya que sus padres les decían que esa carne que comían, en realidad, era pollo.
Aquella casa donde se crió, a tres manzanas del circuito, sigue en pie , y a ella regresa puntualmente cada año en estas fechas.
«Hacemos una reunión anual con los alumnos de mi instituto. Es una bonita tradición. Nos sentamos juntos a recordar, tomar unas cervezas y reírnos a la sombra de la 'Brickyard'. Es historia de América», recalca emocionado.
Tradiciones, grandes y pequeñas, para una jornada de gran significado para el aficionado del motor que, además, eleva el tono patriótico por enlazar con la celebración del Día de los Caídos en Estados Unidos.
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