Miguel Induráin EFE

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El antiguo Banesto de Induráin era una casa de tradiciones. Una de ellas consistía en que los ciclistas podían tomar una copa de vino en las cenas de los hoteles durante el Tour. Miguel Induráin mantiene la costumbre vinícola. Le gusta el vino y es un gran entendido en la materia. El campeón ciclista luce un aspecto físico envidiable para un tipo de 56 años : delgado, sin tripa, sin mofletes, las piernas robustas de siempre... Va a debutar en la Titán Desert que comenzará el 2 de noviembre en Marruecos y está en forma. Ahora ejerce de ciclista por placer, por el mero entusiasmo de hacer ejercicio y disfrutar de la naturaleza. «Bicis tengo demasiadas, lo que no hay son piernas», dice. Altruista y desinteresado, ha donado a causas benéficas una gran parte de los recuerdos que conservaba de su época gloriosa en el ciclismo. Conserva, eso sí, algunos fetiches. Un león amarillo, Credit Lyonnais, por cada Tour que ganó . Y la «Espada» de contrarreloj con la que disputó contrarrelojes en Francia. La del récord de la hora es propiedad de la familia Pinarello, el fabricante de bicicletas. Induráin, cuyo hijo exciclista abandonó el deporte y se gana la vida en Mallorca, se cansó de la burocracia de las federaciones e instituciones ciclistas. Fue él uno de los impulsores de la ley que amplió de 1 a 3 kilómetros la zona de protección sin tiempo de penalización para los ciclistas en caso de caída al llegar a meta. En la UCI tardaron casi tres años en cambiar la norma. Tampoco le gusta comentar carreras o dirigir equipos o pruebas. Solo gestiona su carrera popular, la Induráin, en agosto y lleva una vida apacible y sin líos en Pamplona.

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