Coronavirus
Francisco Aritmendi, un campeón único y sin reconocimiento
Ningún otro español ha ganado el Mundial de cross. Tuvo que vender su medalla de oro para poder comer
![Francisco Aritmendi en la única imagen que se conserva de su triunfo en el Cross de las Naciones de 1964](https://s2.abcstatics.com/media/deportes/2020/04/13/francisco-aritmendi-kzqE--1248x698@abc.jpg)
Cuando Manolo Santana ganó en Wimbledon en 1966, muchos auguraron que ningún otro español ganaría allí, pero llegaron Conchita Martínez y Rafa Nadal. Lo mismo ocurrió con Ángel Nieto, al que sucedieron los Crivillé, Lorenzo o Márquez. O con Severiano Ballesteros, predecesor de Olazábal y Sergio García en el Masters de Augusta. Pero hay un español que hizo una proeza al vencer en el Cross de las Naciones de 1964 , el equivalente al actual Mundial de la especialidad, y detrás de él no ha venido nadie. Su título es el único conseguido por los españoles desde que comenzara a celebrarse este campeonato en 1903. Solo Mariano Haro lo acarició en cuatro ocasiones (fue siempre segundo entre 1972 y 1975). Y sin embargo, el nombre de Francisco Aritmendi es desconocido para el gran público. Costó que se le pusiera una calle en la ciudad en la que residía, Guadalajara, que sin embargo le regateó el nombre de sus pistas de atletismo. Una herida, la de no ser profeta en su tierra, que no le cicatrizó jamás. Con 81 años, aún se levantaba con fuerzas para correr cada mañana unos kilómetros.
Solo el maldito coronavirus ha frenado la zancada de este pequeño (medía apenas 1,60) y bravo atleta nacido circunstancialmente en Málaga del Fresno, pero que se crió en la localidad también guadalajareña de Cogolludo, donde su maestro, don Gonzalo, pronto detectó sus dotes y le apuntó al campeonato provincial. «Fui segundo, pero le cogí gusanillo», recordaba en la última entrevista que le realizó Patricia Biosa para ABC en 2014 al cumplirse medio siglo de su hazaña. Después, despuntó en el campeonato de España y le ficharon primero el Arenas de Zaragoza y luego el Barcelona, que le prometió un contrato que nunca llegó. Lo máximo que hicieron por él es pagarle a cambio de limpiar el estadio.
Y entonces se planta en Dublín en el Cross de las Naciones de 1964. No figuraba entre los favoritos, pero cogió la cabeza desde el principio y ya nadie le alcanzó. «Hacía un tiempo como el de Lasarte, donde había estado entrenando. Llovía, había barro... Hizo un día especial para mí», rememoraba. A su regreso a España, los homenajes y las recepciones, incluida una audiencia en El Pardo . Pero todo eso se vino abajo enseguida. No logró pasar de la primera serie en los 5.000 metros de los Juegos de Tokio 1964 y más tarde cayó lesionado. En su club no le daban ni para comer: «Andaba como un pedigüeño, pidiendo favores a todo el mundo. Y me cansé». Incluso tuvo que vender la medalla de oro que le acreditaba como campeón mundial . Se retiró a los 28 años con la amargura de no saber si, con mayores apoyos, podría haber llegado aún más lejos.
« No le debo nada al deporte español, pero el deporte español me debe a mí mucho . Yo fui el padre de toda la gente que ahora vive de esto», repetía con toda la razón un campeón único e irrepetible.