La chaqueta que no devolvió Seve y que sigue reclamando Augusta
«Hace poco mandaron una carta a la oficina de mi padre para preguntar por ella», afirma el hijo del campeón español
El Masters es un torneo de tradiciones. Quizá el que más. Son tan extremistas a la hora de conservarlas que algunas se han quedado ya anacrónicas, como la de los marcadores manuales. Siguen tan apegados a esos once enormes paneles en los que las personas que hay dentro van cambiando los numeritos de los resultados que es harto difícil seguir la competición in situ. Como están prohibidos los instrumentos electrónicos y las pantallas gigantes en el campo, al final funciona el boca-oreja para saber qué jugador va en cabeza.
Sin embargo, la principal costumbre consiste en investir al campeón de cada edición con una chaqueta verde que puede lucir durante doce meses, pero que debe devolver al año siguiente cuando él repita la escena con su sucesor. Esto ha sido así en toda la historia del evento, salvo en el caso de la de Seve Ballesteros . La prenda luce orgullosa en la casa museo del genio de Pedreña. «Cuando me la pidieron dije que se me había perdido» recordaba en su momento el jugador con un gesto de picardía en los ojos, algo que no debió de sentar muy bien a los rectores del National porque todavía no renuncian a ella. «De hecho, hace poco mandaron una carta a la oficina de mi padre para preguntar por ella», comenta su hijo Miguel, ahora custodio de la joya en su vitrina.
Pero no es el único objeto con intrahistoria de la Fundación Seve Ballesteros . Junto al blazer se exhibe también la gorra blanca con la que jugó esa semana y que lanzó al aire después de su exhibición golfística. Curiosamente, el campeón se la regaló al doctor Campuzano, un amigo que le ayudó mucho en sus comienzos; pero al fallecer el médico el recuerdo regresó a su protagonista. «Su viuda me comentó que le gustaría que volviera a la familia Ballesteros y yo le dije que perfecto, que a sus hijos les encantaría», fue el acertado consejo de Manolo.