Ajedrez
Carlsen reina en el ajedrez de Fischer
El número uno se proclama campeón oficioso de «ajedrez 960», donde se sortea la posición inicial de las piezas
Bobby Fischer no inventó el ajedrez aleatorio, pero fue un gran impulsor de esta variante, en la que se sortea la posición inicial de las piezas (los peones siguen en su sitio) para evitar la preparación casi científica en las primeras jugadas. El estudio obsesivo de las aperturas ya amenazaba en la era preinformática con condenar el juego a un exceso de tablas. O al menos eso pensaba el campeón. Esta modalidad también se conoce como ajedrez 960 , además de Fischer Random Chess (o FRC), porque ese es el número de posibilidades con las que puede empezar cada partida. Imposible anticiparse a todas, como se ha podido ver estos días en la ciudad noruega de Høvikodden, cerca de Oslo.
Allí han celebrado un duelo a 16 partidas el campeón del mundo, Magnus Carlsen , y el estadounidense Hikaru Nakamura , consumado experto en diversos azares (también juega al póquer) y número ocho. El noruego se impuso por 14 a 10 puntos, resultado dentro de lo previsible. Las primeras ocho partidas, más lentas, valían dos puntos, mientras que las ocho rápidas finales contaban como uno.
El enfrentamiento tuvo emoción y buen juego, al igual que Federer y Nadal son capaces de brillar en cualquier superficie. Pero sobre todo se pudo ver un ajedrez distinto, más alegre y, como quería Fischer, con menos tablas. Nueve de las 16 partidas terminaron con un vencedor y solo cinco acabaron en empate . También se pudo constatar —aunque la muestra es pequeña— que la ventaja de llevar las blancas se mitiga bastante. Es más difícil aprovechar la ventaja del «saque». De hecho, las negras ganaron el duelo por 5 a 4.
Otro atractivo para el público es que los grandes maestros necesitan pensar desde la primera jugada. En una partida «normal», pueden llegar a efectuar entre 15 y 20 movimientos de memoria. Aquí el territorio virgen empezaba en los primeros pasos, con lo que eso tiene de aventura.
Salvaje Oeste
El duelo permitió comprobar también que el estilo de cada jugador es impermeable al entorno. Carlsen buscaba enseguida posiciones familiares, lógicas, en las que aplicar su extraordinaria fuerza bruta, su comprensión sin par de las leyes más secretas del ajedrez. Nakamura, por el contrario, comprendió pronto que su única opción era convertir el tablero en un escenario del salvaje Oeste, donde es más importante ser rápido que respetar las reglas.
El momento más sorprendente llegó en la octava partida. Carlsen perdió por tiempo un final con pieza de más. No quiso conformarse con las tablas y, ofuscado, apretó demasiado en busca de la victoria, su mejor virtud. «En el calor del momento, perdí la cabeza y no reclamé tablas a tiempo», confesó el número uno. Sobra decir que se repuso sin titubear.