Boxeo
Ardy, un demonio burlón
A este boxeador, jardinero de profesión curtido en la calle, le llega su gran oportunidad este sábado, a los 30 años

El gimnasio de Jero García , «La escuela», ubicado en el Lucero, es una antigua cochera acondicionada que habla en morse al barrio con los golpes a los sacos. En la puerta metálica, hay un grafiti que representa un puño vendado e incorpora el lema del escudo de armas de Jero, si lo tuviera: «El boxeo es vida. Vive duro» . Dentro, suena rap y ritmos latinos y se mezclan para entrenar luchadores aficionados con profesionales y candidatos olímpicos tan prometedores como Eric Pambani –púgil y rapero fraseador–, su primo Damián Biacho , Miriam Gutiérrez y Álvaro Rodríguez , alias «Ardy», que este sábado, dentro del ciclo de peleas programadas por el casino de Torrelodones con interludios para las cartas y el champán, disputará el campeonato de España del peso supergallo con Cristian Rodríguez.
Ardy, que se ha dejado largos el pelo y una barba como de hipster con peligro que aún no sabe si se afeitará para la velada, suele usar para entrenar viejas sudaderas del Atleti que le consigue su padre, empleado en el Cerro del Espino. Su devoción atlética no constituye precisamente una excepción en el gimnasio de Jero, cuya forma de dirigir los entrenamientos vendría a ser un cholismo con la imaginación para los exabruptos del sargento instructor de «La chaqueta metálica».
Ardy no se parece nada a sus compañeros de gimnasio, con los que está unido por los años de convivencia como en una fraternidad que desmiente que el boxeo sea un deporte individual: se corrigen los unos a los otros, se animan a voces en las veladas, se tiran chanzas. En el gimnasio hay un ciclo vital que los profesionales ya arrancaron hace años y cuyo inicio es evocado por algunos chavales de seis o siete años que empiezan a templar guantes, como acogidos a sagrado contra los desvíos de la calle. Ar dy es distinto porque boxea de un modo excéntrico , gozador, casi insolente. Se le caen las manos hasta la cintura, como si fuera un muñeco desarticulado, y todo lo fía a la esquiva y el golpe de contra. Para esquivar tiene una rapidez prodigiosa, es un Nicolino Locche que hace que el adversario se sienta como si fuera el pistolero de «Pulp Fiction» que falló todos los disparos. Su estilo a veces desquicia a la hinchada rival, porque parece burlón. Y otras se antoja imprudente, si delante hay un gran pegador. Pero él dice que no sabe hacerlo de otra forma: «Yo subo las manos y me siento raro, no soy yo, y además no veo». En el último guanteo de preparación, contra un buen «sparring» rumano que pegaba tres golpes y luego se hacía elusivo, Jero le pidió paciencia y que recordara que diez asaltos son una distancia demasiado larga para recorrerla entera sin que tanto dinamismo termine por aflojar: el cansancio es lo que al final fija a los boxeadores esquivos. Y es verdad que, según avanzaba el guanteo, Ardy se sentía cada vez más cómodo, porque él prefiere que lo persigan a perseguir.
Carrera tardía
Ardy tiene una hija y otra en camino. El otro día los invitaron con Jero al estreno de la película de Paco León y Ardy y su mujer se sintieron en la Gran Vía como paseando una avenida del extranjero: «Y está a cinco minutos... Pero siempre estamos metidos en el barrio». Es jardinero, pero acaba de apañar un trabajo de repartidor que le dejará todas las tardes liberadas para entrenar. El combate supondrá para su esquina unos 2.500 euros , y hablamos de un título. Ardy tiene treinta años. Por su talento, estos combates tendrían que haberle llegado mucho antes. Pero Jero tuvo que esperar a que Ardy se sacara la calle de la mente y comenzara por fin a pensar en boxeador, a consagrarse a ello. Un tipo alegre, vividor, que demoró el sacrificio y coleccionó en la calle un montón de anécdotas que no son para escribirlas.