mundial de ciclismo

Un maillot arco iris difuminado

La mejor carrera del año ha perdido algo de pedigrí por los recorridos afeitados y los últimos campeones

Un maillot arco iris difuminado

j. c. carabias

Veinte años atrás, Abraham Olano ingresó en la galería de celebridades por un ataque salvaje, desaforado, en el tremendo circuito de Duitama, Colombia profunda entre las montañas de Boyacá. Tenía la rueda pinchada pero no desinflada y una expresión fiera en el rostro desfigurado por la lluvia y el barro. El sprint por la plata se ventiló entre dos leyendas del ciclismo, Induráin y Pantani. Fue el campeonato del mundo más excitante y conmovedor de las tres últimas décadas. Aquel maillot arco iris entronizó a Olano porque lo pelearon dos campeones. Llega el Mundial de Richmond (hoy, en Teledeporte, desde las 16.00 a las 21.30) en la próspera Virginia (doscientos kilómetros al sur de Washington) y el pronóstico de los especialistas señala a velocistas, buenos pegadores y ciclistas en forma. No a los primeros espadas del pelotón, aquellos que perduran intocables en cualquier palmarés.

A Richmond no han acudido Alberto Contador, Chris Froome o Nairo Quintana . Las figuras de hoy no sienten la atracción por una carrera fabulosa y seductora, pero que lleva tiempo afeitando recorridos, proponiendo sedes por razones comerciales y de márketing global y entregando campeones sin hechizo. El recuerdo de Oskar Camenzind, Romans Vainsteins o incluso el español Igor Astarloa vienen a la memoria como fetiches de un certamen que ha difuminado su carácter sagrado.

Al maillot arco iris quisieron acceder casi todos mitos del ciclismo y no todos lo consiguieron. Miguel Induráin, Gino Bartali, Jacques Anquetil, Roger de Vlaeminck, Sean Kelly o Laurent Fignon lo persiguieron en el ciclismo en sepia y en el trasvase al color. Fueron derrotados con honor por especialistas o adversarios con pedigrí. Pero dejaron ronchas de piel sobre las carreteras por alcanzar el maillot arco iris, la prenda más hermosa del ciclismo.

Los Mundiales han deparado decorados sin igual, denodadas luchas en cotas de soberbias rampas y medallistas con tanto nombre o más que los ganadores. El instinto comercial que incita a la globalización ha diseñado recorridos muy suaves en los últimos tiempos. Y la fórmula de las selecciones nacionales , inamovible en honor de la tradición, ha derivado en combinados construidos en torno a un candidato que se lleva a los mejores gregarios. España lleva este año a Valverde como punta de lanza y a Movistar en la pechera como reclamo publicitario. El Mundial es una lotería.

Se echan en falta durante los últimos tiempos rasgos humanos, que exalten los sentimientos en un deporte proclive a las emociones como el ciclismo. Las lágrimas de Purito Rodríguez en Florencia (2013), con la plata colgada al cuello y el horror por haber perdido el oro, son el ejemplo. Poco favorecen al maillot arco iris imágenes como la del último Tour de Francia. Cayó el líder, Tony Martin, y sus auxiliares le escoltaron hasta la meta, incluido el último campeón del mundo, el polaco Kwiatkowski.

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