ALPINISMO
El cruel tributo del Everest
La película que recuerda la tragedia de 1996 reabre el debate sobre la explotación comercial del techo del mundo
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El negocio del riesgo pagó su tributo más alto al Everest en 1996 , cuando ocho personas que participaban en expediciones comerciales fallecieron en su intento por hollar el techo del mundo . Un relato salpicado de ambición desmedida, heroismo, intrigas y negligencia que quedó recogido en dos libros con versiones enfrentadas que se han convertido en clásicos del alpinismo: «Everest 1996», de Anatoli Boukreev, y «Mal de altura», de Jon Krakauer. El suceso ha inspirado una gran producción cinematográfica que acaba de estrenarse, con lujoso elenco e impecable factura, y que ha puesto de nuevo el foco sobre una polémica cuestión: ¿Está al alcance de cualquiera la gloria de la ascensión a este coloso?
«Para escalar a 8.000 metros, donde cada error se magnifica por el escaso oxígeno, donde un sorbo de té caliente puede ser la diferencia entre la vida y la muerte , no hay dinero en el mundo que pueda garantizar el resultado. Quizás el precio para subir al Everest se tenga que calcular de una manera diferente. Parece que cada vez hay más personas dispuestas a pagar dinero al contado [hasta 65.000 dólares], pero no todas tienen intención de invertir en sí mismas, de aportar el esfuerzo que haga falta para prepararse gradualmente, en cuerpo y mente, de comenzar en cimas más bajas y dificultades más sencillas para intentar al final subir ochomiles». Esta reflexión del kazajo Boukreev pone el dedo en la llaga de una actividad, la explotación comercial del Everest, que ha cavado profundas trincheras en los bandos de los defensores y detractores.
En aquella primavera más de 400 personas instalaron sus tiendas en el Campo Base por la vertiente nepalí, a 5.300 metros. Un escalador lo describió como un circo, «pero con más payasos dentro de las tiendas». Las expediciones se burlaban unas de otras. Había una taiwanesa sobre la que se cruzaban apuestas: ¿cuántos de sus miembros saldrían vivos de la montaña? Entre las que prometían la gloria estaban «Adventures Consultants», liderada por el neozelandés Rob Hall , y «Mountain Madness», con el norteamericano Scott Fischer al frente. «Perros del dólar», según la jerga al uso.
«Outside» , la revista de ocio y tiempo libre de mayor tirada en EE.UU., decidió patrocinar al periodista y escalador Jon Krakauer para que escribiera un artículo sobre este fenómeno, y se unió al grupo de Hall. Entre los clientes había tipos con experiencia en cotas menores y los llamados «stocks» marginales. De los que pueden matarse y matar a sus compañeros.
Diversidad de opiniones
«Las expediciones comerciales son un despropósito» , comenta Sebastián Álvaro , aventurero y documentalista. «Estoy de acuerdo con Boukreev: el Everest tendría que ser el último peldaño. Si lo intentas, hazlo como debes, sin botellas de oxígeno y sin que te lleven a cuestas, consciente de que el fracaso no es un deshonor. Quien vende la garantía de éxito está mintiendo». Carlos Soria , el único alpinista que ha escalado diez ochomiles después de cumplir los 60 años , cree en cambio que estas expediciones «funcionan bastante bien» y que el problema del 96 fue que «los guías tomaron decisiones equivocadas» . «Hay alpinistas de verdad que forman parte de estos grupos y han ayudado a otros a salir de trances peligrosos. He visto cómo en el Kanchenjunga morían cinco que no iban precisamente de excursión porque se les hizo tarde en la cumbre».
Un error que cometieron los jefes de «Adventures Consultants» y «Mountain Madness» para satisfacer el ansia de los que habían pagado una fortuna por llegar a los 8.848 metros. Se retrasaron mucho y una tormenta los sepultó. El Everest se quedó con ellos. Krakauer escribió un artículo incendiario en «Outside» que fue el embrión de su libro. Acusaba a Hall de jugar con Fischer «a ver quién era más valiente». También se despachó a gusto con Boukreev por bajar sin esperar a su grupo. Pero el kazajo tuvo un proceder heroico y salvó a varios montañeros. «El título en inglés del libro de Krakauer, ‘Into Thin Air’ , es más correcto que su traducción», concluye Sebastián Álvaro. «Está inspirado en ‘La tempestad’, de Shakespeare , y alude de forma poética a la levedad del aire. Estamos hechos de sueños. Pero algunos de esos sueños pueden aniquilarnos».
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