BOXEO

Mayweather-Pacquiao, llega la pelea de nuestra vida

El boxeo acapara de nuevo los focos ante el combate que en la madrugada del sábado al domingo paralizará el planeta

Mayweather-Pacquiao, llega la pelea de nuestra vida

DAVID GISTAU

A lo largo de las décadas, los grandes combates de boxeo han consistido también en el antagonismo de dos personalidades opuestas. Éste no es una excepción. Floyd Mayweather Jr. y Manny Pacquiao , después de mucho tiempo de evitarse el uno al otro, se han avenido por fin a coincidir en una velada con la que este deporte recobra la capacidad de conmocionar al planeta entero y que además alberga un choque de formas de ser como no se recordaba desde los tiempos de Alí y Frazier. A una semana escasa de la fecha, el promotor Bob Arum dice que no para de recibir llamadas de gente dispuesta a pagar cien mil dólares por una silla de ring. «Larger Than Life». Una noche gigantesca después de la cual, si no hay revancha, el boxeo está abocado a añorar a sus dos únicos peleadores capaces de opacar cualquier otro acontecimiento deportivo, incluyendo la final de un Mundial de fútbol.

Floyd Mayweather. Detrás del «showman» arrogante y palabrón, del hombre con modos de «gansta-rap» que viaja en caravanas de Humvees, que llena de prostitutas habitaciones de hotel y se hace grabar durmiendo sobre lechos de billetes de a cien, detrás del púgil invicto (47-0, a dos del récord de Marciano) que se ha hecho fabricar un protector bucal de veinte mil dólares con diminutos diamantes incrustados, hay una historia trágica. La de Floyd, eslabón más brillante de un linaje pugilístico, y su progenitor, cuya presencia en la esquina el próximo sábado constituye una reconciliación del campeón con todos sus fantasmas íntimos.

De su padre, Floyd recordaba dos cosas: que de chico le ponía las manos para que hiciera el uno-dos y que una vez lo usó de escudo humano porque iban a pegarle un tiro. Floyd Sr. alzó el niño y se lo puso delante de la cara, el tiro se lo pegaron entonces en la pierna. Les costó años de odios cruzados ser capaces de fusionarse en una misma maquinaria gloriosa. Pero Floyd Jr. jamás dejó de admitir que siempre fue exactamente el tipo de boxeador anhelado por su padre: un maestro de la elusión y la táctica, probablemente la mejor defensa, incluso contra las cuerdas, de la historia del boxeo.

Combate para la posteridad

Manny Pacquiao. Reza mucho, como un «renacido» en la religión, y es senador por la provincia filipina de Sarangani. Nadie entendió por qué se empeñó en seguir siendo boxeador, en lugar de potenciar su carrera política a una edad casi provecta, después de que Márquez lo noqueara con un «swing» escalofriante. Ahora sabemos cuál fue el motivo: ansiaba esta pelea, pensaba que su posteridad estaría mutilada sin ella. La hará y después se retirará, salvo que cuadre una revancha. Mientras tanto, formando con su entrenador Freddie Roach, enfermo de Parkinson, una pareja compenetrada y soldada por una lealtad mutua, Pacquiao asombra por la calidad recuperada después de la derrota contra el mexicano. Algieri no le sirvió ni como saco humano, veloz de manos como nunca, un auténtico granizo de golpes.

Es probable que la pelea llegue cinco años demasiado tarde, que hubiera sido mejor hacerla cuando ambos tenían recién cruzada la frontera de la treintena. Mayweather desbarató a Canelo en uno de sus últimos combates. Pero en los dos que riñó con Maidana se lo vio más lento de piernas, más obligado a fijarse para pegar, más apurado en ciertos trances en los que tuvo que recurrir a artimañas para parar el ritmo de pelea tales como fingir dolor por un mordisco de su adversario en la mano. Una opinión contraria dice que en la madurez es cuando los grandes boxeadores ofrecen sus mejores noches. No ya por la experiencia, sino porque están demasiado avejentados para moverse y no les queda más remedio que quedarse y pegar.

El próximo día 2, la clave será ésta. Si el combate es frío, estratégico y contenido, si Mayweather lograr aplacar a Pacquiao los cuatro primeros asaltos y luego se dedica a administrar con el oficio que le sobra y con su dominio de las distancias la ventaja de puntos, el americano ganará en doce asaltos. Si Pacquiao impone su agresividad y su boxeo más dinámico y pegador, si obliga a Floyd a exponerse, entonces todos nos divertiremos más, y el filipino tendrá grandes posibilidades de ganar por K.O. en el último tercio de los doce asaltos. En mi gimnasio, los apostadores han colocado cincuenta euros por cabeza a esta última opción.

Pelea fraguada en la NBA

A la espera del desenlace, las vísperas de la pelea están teniendo un empaque casi aristocrático, porque ambos púgiles son conscientes de que su talla los exime de los juegos primarios de la provocación con los que otros calientan las veladas. Otros que se insultan y fingen agarrarse por las solapas o tirarse sillas en las ruedas de prensa. A Mayweather y Pacquiao les basta con existir para que millones de espectadores vayan a confluir en el MGM de Las Vegas. No necesitan por tanto interpretar odios que no sienten y que en ningún caso serían más poderosos que la admiración que se profesan, que la certeza que ambos tienen de ser memoria definitiva.

Sienten que este combate se lo debían, no ya a sí mismos, sino a la humanidad, modo superlativo de referirnos a los aficionados al boxeo que llevan mucho tiempo esperándolos. Cuando parecía que las negociaciones fracasarían de nuevo, los dos púgiles se encontraron por casualidad en la cancha de los Miami Heat, se miraron a la cara y se encerraron en una habitación de hotel de la que salieron comprometidos por un apretón de manos. Ese día supimos que iba a celebrarse el combate del que hablaremos mientras vivamos.

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