Alpinismo
Desafío invernal en la montaña asesina
Alex Txikon afronta desde hoy el asalto al Nanga Parbat en la estación más extrema, algo que nadie ha logrado jamás
Si Alex Txikon vuelve con la cima, una amiga suya dejará de fumar. «Cuando se lo dije, poco antes de su marcha, me dio un apretón de manos y me contestó: "¡Eso está hecho"». Nahia Egaña, del equipo de producción de este alpinista nacido en Lemoa (Vizcaya) hace 33 años, podría estar apurando sus últimos pitillos. Aunque el reto es colosal : vencer al Nanga Parbat (8.125 metros), la novena cumbre más alta del mundo, en la estación más extrema. En los últimos 25 años se han producido 20 intentos, todos infructuosos (la máxima cota alcanzada ha sido de 7.800 metros). Junto al K-2, es el único ochomil que todavía se burla en invierno de los montañeros que intentan su conquista. Conocida como «la montaña asesina» por su dificultad y el número de muertos que se ha cobrado a lo largo de la historia (más de 70; 31 antes de que fuera hollada por vez primera en 1953), se encuentra en Pakistán, en el extremo más occidental del Himalaya.
Una cordillera que fue el postrer escenario de la exploración humana en el planeta. Después de la victoria sobre los polos norte y sur, faltaba el tercer polo, la «diosa madre del mundo», y el resto de las cumbres de más de ocho mil metros de altura. Fue, sobre todo, una operación de orgullo nacional. Los ingleses pusieron sitio al Everest; los franceses, al Annapurna; los alemanes, al Nanga Parbat. Al prestigio se le unía la épica y una particular filosofía de la vida. Un clásico, Lionel Terray, hablaba de «la conquista de lo inútil». «¿Por qué quiero subir el Everest? Porque está ahí», contestó de forma lacónica el legendario alpinista británico George Mallory.
Una experiencia mágica
Alex Txikon, que atiende por teléfono a ABC desde el campo base del Nanga Parbat, a unos 4.100 metros de altura, tiene sus propias razones para estar a los pies del coloso, con temperaturas que bajan hasta los -40 grados centígrados y nieve, mucha nieve, rodeando su tienda de campaña. «La soledad, la dureza, el carácter competitivo... Hay algo mágico. Es himalayismo de 2015, pero tiene un sabor auténtico. En el Everest, en primavera, hay agencias que te recogen en el aeropuerto de Katmandú y casi te llevan a horcajadas a la cumbre. La globalización permite que todo el mundo se entere de que hay una gran expedición en un ochomil y acude un montón de gente a chupar rueda. Nosotros estamos prácticamente solos aquí, compartiendo el campo base con unos iraníes y equipando la ruta conjuntamente».
La idea original de Txikon era afrontar la escalada invernal al K-2. Contaba con los permisos de China (la cara norte de la gigantesca pirámide, de 8.611 metros, es más fría, aunque menos ventosa), pero las autoridades cambiaron de idea a última hora. Entonces el alpinista vizcaíno enfiló hacia el Nanga Parbat. Está acompañado de dos paquistaníes con una amplia experiencia en el Himalaya, Muhammad Ali «Sadpara» y Muhammad Kan, a los que conoce de anteriores viajes y que ya han ascendido a la cumbre, aunque en otra estación más favorable. Para este intento se decantarán por la ruta Kirshoffer que, aunque «muy helada y dura de pelar» parece menos expuesta a aludes que la vía Messner.
Ascensiones en inverno
«Atravesaremos una zona donde en primavera se producen desprendimientos de rocas. Ahora está todo "soldado", es una ventaja. Pero una expedición invernal está llena de imprevistos. En mayo o junio estaríamos en el campo base en pantalón corto. Ahora hay un metro de nieve y, por la noche, una temperatura de -25 grados dentro de la tienda. Abrir camino hasta el campo I , a 5.050 metros, nos ha costado tres días, cuando lo normal habría sido uno. ¿Qué condiciones serían buenas en el asalto final? Yo firmaría un viento de 40 kilómetros por hora y -30 grados. Es una carrera de larga distancia en la que, al final, la montaña decide tu suerte».
La ascensión de ochomiles en invierno comenzó en los años 80, una vez que Reinhold Messner se convirtió en el primer hombre en hollar los catorce (su hermano Günther murió cuando ambos descendían precisamente del Nanga Parbat en 1970). Los alpinistas empezaron a valorar la dificultad técnica por encima de la cima, y también intentarlo en una época del año hasta entonces impensable. Los polacos fueron pioneros y, ya en el siglo XXI, el italiano Simone Moro resucitó la fiebre. Ahora Alex Txikon quiere unir su nombre a esta lista de gestas.