Siete orejas en la Goyesca de Ronda: Roca Rey y Pablo Aguado jugaron sus cartas

El peruano resultó el máximo triunfador de la LXIV tradicional Goyesca de Ronda tras cortar cuatro orejas

Ambos diestros salieron a hombros ARJONA

Jesús Bayort

La conmemoración del setenta aniversario de alternativa de Antonio Ordóñez llegaba menguada por las restricciones sanitarias y por la baja, de última hora, de su nieto Cayetano . Aunque esta ausencia propiciara el ‘ encontronazo ’ que tanto venía demandando la afición durante las dos últimas temporadas: Roca Rey y Pablo Aguado, mano a mano . Estoicismo y torería, frente a frente. Con un público que parecía anestesiado, dictando del caluroso ambiente al que aquí acostumbran. Ese clima atípico incluso obvió el emotivo abrazo paternal que Francisco Rivera Ordóñez , alma máter de la Goyesca, dio a su hija Cayetana , presidenta ocasional de las Damas Goyescas, enclavados en el punto exacto en el que reposan las cenizas de aquel maestro rondeño que perpetuó tan emblemática corrida.

Y ahondó sobre ese letargo un encierro escaso de voluntades , que fue mejorando conforme iban transcurriendo por la puerta de chiqueros, resultando ser la prueba del algodón que evidenciara el estado de ambos matadores, quienes terminaron justificándose en sus respectivos conceptos: Roca, jabato y mandón; Aguado, clásico y pinturero . Una corrida que comenzó rayando en lo desastroso, por las nulas opciones que ofrecieron los dos primeros cornúpetas. Hasta que salió un auténtico marrajo en tercer turno que obligó al peruano a apretarse los machos.

Roca estuvo jabato y mandón ARJONA

Seminarista ’ blasfemó sobre su nombre. Pretendía una tragedia , de la que inexplicablemente se escapó Roca Rey . Tenía por costumbre embestir con el pitón opuesto y arremetía a base de gañafones, que en varias ocasiones se remataron sobre su pechera. Un animal digno de ser pasaportado con brevedad. Aunque también resultaba oportuno para la épica torera . Y sin margen de dubitación, y comprometido por la precocidad de la música, Andrés tiró la moneda . El impasible inicio por estatuarios arrancó a la banda… y a su pundonor. El esfuerzo, de difícil comprensión para la gran masa, tuvo una efímera recompensa: una serie final que le permitió reunirse por abajo. Y para confirmar que los tiene cuadrados , se atracó en una perfecta ejecución de la suerte suprema. Un salto olímpico fue la respuesta de aquel ‘Seminarista’ cuando sintió el frío del acero. El inexpresivo público por fin se empapó de sensibilidad para reconocer la hazaña , premiándola con dos orejas .

Y Aguado comenzó la réplica del impacto limeño con dos pintureras chicuelinas . La labor al cuarto tuvo un comienzo genuflexo fulgurante , teniendo que recomponerse de un arreón cuando intentaba retomar la altura. El molinete final captó la ovación. Con la afición más tórrida, Aguado quiso edulcorar, a base de retazos de pinturería, el escaso gusto de ‘Patrón’. Supo el sevillano añadirle todos los ingredientes de los que carecía el animal, al que acabó enjaretando por ambos pitones y desmayándose durante su ejecución. Tuvo gracia su final, andándole por la cara, rubricado con un exquisito pase de las flores.

Aguado estuvo clásico y pinturero ARJONA

Engañó de salida el último cartucho de Roca Rey, quien no parecía estar dispuesto a desecharlo. Reservón y embistiendo a oleadas. Condición totalmente opuesta a la que ofreció en el último tercio. Surgió ahí la faena más potente de lo que llevábamos de corrida. Tras el brindis a Joaquín Sánchez se puso de hinojos y fue saliéndose del tercio hasta dejar su habitual cambiado. Con la derecha tuvo dinamismo y temple, redondeando en una noria incesante. Ritmo y clase rebosaba ‘Parlador’, al que exprimió de izquierdas. Con la figura mucho más aplomada y los toques más serios. Como su rostro, del que se reflejaba la ambición del triunfo. Acertó en todo el peruano: tiempos, distancia, altura… hasta cuando intuyó que el chivato de la reserva estaba a punto de encenderse y acortó la trayectoria muletera. No hubo un solo momento de caída en su labor. Terminó con una arrucina casi suicida y unas explosivas bernardinas. El espadazo resultó algo tendido y tuvo que hacer uso del verduguillo, homenajeando al apoderado (Roberto Domínguez) con un abaniqueo que ensimismó al animal, y al tendido, dejando un sutil y eficaz toque de cruceta.

Normal que ante ese panorama saliera espoleado Pablo Aguado, que recibió con una larga cambiada al sexto y continuó con un eléctrico toreo a la verónica. Mucho más reposado se mostró con la franela, iniciando torerísimamente por alto y dejando una trincherilla merecedora de ilustrar algún que otro cartel de toros. Estaba arreado, pero sin precipitarse. Sonaba el pasodoble Puerta Grande , que parecía un toque de atención sobre la moral del matador, que fue reuniéndose poco a poco con el animal hasta conseguir templadísimos pasajes. Con la izquierda parecía a cámara lenta. Y la última serie fue antológica. De maestro consagrado. La estocada cayó en el mismísimo hoyo de las agujas.

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