Toros en Sevilla.
Novillada en la Maestranza: un triunfo orillado a lo sentimental, con más arcilla que paisanaje
El novillero Álvaro Burdiel, sin partidarios en los despoblados tendidos, debió cortar una oreja en el tercero y perdió otra con la espada en el sexto

Una brigada de patrulleras de la Policía Local despejaba la calle Adriano a la misma hora en la que las otras furgonas, las de los toreros, enfilaban Antonia Díaz hasta la cuestecita de Iris. Vaciaban el Baratillo, a modo de solar. El barrio, con más policías que vecinos , era el signo premonitorio de lo que vendría: unos tendidos con más arcilla que gentío . Pasada la tormenta del serial, llegó la calma. Y frente a los excesos del albor de mayo, las carencias en su postrimería. Sin fútbol ni clima playero , la única justificación recaía en el traslado rociero . Por justificar lo injustificable.
Y entre un mar de excusas y pretextos, Álvaro Burdiel fue la justificación de la tarde. Ante la plaza, ante la empresa y ante su apoderado, José Ortega Cano . Algo le vería el maestro de Cartagena para darse cuenta antes que los demás. Aunque a punto estuvo de acariciar el trofeo, obsequió a los poquísimos aficionados que cumplieron con la cita con el mejor regalo posible: la intención de torear. De torear bien , que ya es decir. Cuando la tarde no da para más, hay que ahondar en la disposición y las maneras de los toreros. Y aunque casi todo quedara en mera intención, Burdiel merece el beneplácito y la confianza, con la esperanza de volver a verlo en una tarde sin viento y con mayor bagaje en sus muñecas.
La novillada de Villamarta también apuntó cosas: destacó por su armónica presentación y fue tan intermitente como colaboradora, por momentos. Una recompensa para el ganadero Federico Molina , tras complicársele la cornada del astado de 'Wuham'. Burdiel, con sus lógicas carencias, la entendió. Como al agradable 'Fundaplata', lidiado en tercer lugar, que tenía reservada pizquitas de oro . Concretamente, quince, que fueron los muletazos en los que pudo dibujar su buen estilo torero. A ese novillo algunos lo catalogarán como « justo de presencia », y es lo correcto, según el mastodóntico animal que pretenden lidiar hoy; aunque ciertamente era el idóneo, según la calamitosa situación que atraviesan estos novilleros. Burdiel pretendió la excelencia , tanto en su inicio de hinojos, buscando la hondura y no la defensa, como en el trasteo fundamental. La manera de hacer la suerte suprema también lo fue. Le pidieron la oreja . Paradójicamente, en el curso con más trofeos de toda la historia de la plaza, se la negaron a uno que aspira a torear bien. Con el sexto, más descarado de pitones, redondeó lo anteriormente apuntado. Se gustó en los ayudados por alto y supo torear con la mano izquierda , sin desplazar, embarcando con la muñeca y recogiendo el codo. En las cercanías no busca el ademán de falsa valentía , sino el encaje para profundizar cada pases. Daba gusto verlo metido entre los pitones, ofreciendo el pecho con la única intención de torear, no de pasar al toro. Marró con la espada.
Más intención que acierto
Lo precedieron el rondeño Pablo Páez , que solventó como pudo la papeleta, y Jaime González-Écija , voluntarioso y estiloso. El primero inauguró la tarde postrado frente al portón de toriles. Un gesto que terminaría veinticinco minutos después sumergido en el olvido , cuando se ovacionaba la despedida de 'Acusadillo', tan astifino como bien presentado. Sin exageraciones ni limitaciones. En su lomo podrían haber colocado una canica que no se hubiera tambaleado. La codicia, acompañada de bufidos, se mantuvo en los primeros tercios. Cuando el rondeño intentó plantear faena ya había dado más de cincuenta arrancadas en los capotes y atravesado un largo puyazo. Lo mejor, la estocada; lo más anecdótico, el provocador cite del banderillero: « A ver si es verdad que te vienes ». Con 'Arrumbalento', otro agradable y colaborador novillo, no encontró el acople.
El ecijano mostró su evolución técnica y brilló en sendos inicios de muleta. Elegante en sus formas , se comprometió con el ofensivo quinto , basando su labor, sorprendentemente, en el pitón izquierdo, el más complicado de los dos.
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