MOLINETES Y TRINCHERAZOS
El milagro a la verónica
El temple, sí, ¡pero es el toro el primero que lo debe poseer! Ningún torero, por templado que sea, puede someter con temple si el toro no se presta a ello
Jesús cayó con su cruz camino de su crucifixión, fue Verónica la que se acercó a limpiarle la sangre de su faz. Qué difícil es torear con el capote, viene a ser como el Santo Grial del toreo. Torear a la verónica, a mi gusto, la suerte rey de la tauromaquia sin desmerecer a todas las demás; tal es así, que sólo Belmonte, Curro Puya, Cagancho, De la Serna, Ordoñez, Romero, Paula y también Morante han poseído este secreto. El toro sale virgen de chiqueros, cegado en su oscuridad por ese haz de luz que significa salir al albero, y atiende con su ritmo y pujanza aún inertes a las telas del torero. Echarle el capote 'alante' para traerlo toreado, someterle ganándole terreno, echar la pata 'alante' y torear con todo el cuerpo, desde las zapatillas a la montera. Los brazos mandan, pero son las muñecas las que impregnan el pulso del corazón, y si se puede... templar. El temple, sí, ¡pero es el toro el primero que lo debe poseer! Ningún torero, por templado que sea, puede someter con temple si el toro no se presta a ello, eso es mentira y forma parte de esos odiosos típicos tópicos.
Y si torear de salida es casi milagroso, no lo es menos cuando con el toro ya picado se le dispone hacerle un quite, pues si bien ya se han visto las virtudes del toro, se precisa ahora estar a la altura de esas virtudes, y si se puede... soñarlas. Torear con los vuelos es saber de los enigmas y efluvios del aire, y eso, claro... está en las muñecas. Fue Cagancho el primer torero en bajarle las manos a los toros con el capote, lo cual me parece un logro capital, pues bebiendo del ritmo y temple creados por Belmonte, es el gitano de los ojos verdes (la talla de Montañés que nos dijera Corrochano) quien le diera a la verónica su ser, mas sería su primo Curro Puya el que hiciera de la verónica su seña al bajarle las manos y hacerlo naturaleza. Ordoñez, más frío pero más poderoso, continuaría esa senda del toreo clásico. Ese clasicismo tornado en gracia y empaque majestuoso en Curro Romero, y alcanzando su quintaesencia más desgarradora y dolorosa en la profundidad de Rafael de Paula, quien con sus muñecas partías, alcanzaría dimensiones irrepetibles.