Molinetes y trincherazos
La fidelidad es morirse de frío
En la pintura, como en el toreo, existieron y existirán muchos artistas pero muy pocos seres con arte
La historia nos lo dicta: ser fiel al arte conlleva, cual estigma, pasar duquelas y fatigas o, como me gusta llamarlo… morirse de frío. Ya el propio Picasso, tan genial como el primero, no hacía ascos a su espíritu birlongo cuando le convenía. Así, no tuvo escrúpulos, según algunas teorías, en traicionar a su Guernica. Cierto es que esta teoría no está sujeta a pruebas fehacientes, pero cada vez veo más claro que el Guernica no está inspirado en aquel bombardeo trágico, y sí en la trágica muerte de su amigo Ignacio Sánchez Mejías. Poco le importó transmutar tan mastodóntica obra en lo que quería el Gobierno para adquirir una suculenta cifra, dejando de lado toda fidelidad romántica. Y ya el toro no es toro, ni el caballo caballo, ni el torero torero. Por todo ello, no atesora Picasso la bohemia esplendorosa de un pintor menos conocido, pero no por ello igualmente universal, como es Baldomero Romero Ressendi, nacido en Sevilla, el cual nunca se traicionó, y en sus pinturas de toreros, borrachos, flamencos y siniestros atormentados, nos refleja el profundo sufrimiento de la cruda realidad del arte. Los toreros de Ressendi a menudo nos aparecen absorbidos por el espiritual fracaso, por la melancolía de tiempos pasados, y no duda en explicarnos sin explicar que el arte es morirse de frío. Claro, que ser fiel al arte, aun en sus penurias, no es ningún ejercicio o propósito, sino un destino del cual el verdadero creador ni sabe ni puede huir, y en ese no saber, radica la gran virtud, el verdadero fuego fatuo de su misterio, pues se sabe poseedor de lo que a su vez no puede poseer… su duende mismo. Por ello, en la pintura, como en el toreo, existieron y existirán muchos artistas pero muy pocos seres con arte, que pareciendo lo mismo, es bien distinto.
Rafael el Gallo supo de esto como el que más, dejando una impronta única de genialidad, y a su vez, siendo víctima de su genialidad misma. Tuvo que ser su compadre don Juan Belmonte quien en sus últimos años ayudara para que al Gallo no le faltaran sus cafés, helados y puros. ¡Qué maravillosa incertidumbre la del arte! Tan injusto, tan ingrato, y a su vez tan necesario para la vida.