Año 20 d.C. (después de Curro): «Veo los toros ahora y me digo: ¿eso lo he toreado yo?»
El Faraón de Camas se fue de las plazas hace dos décadas, pero no del toreo. A pesar del tiempo transcurrido, su historia sigue siendo el futuro de la Fiesta. Su filosofía se ha convertido en religión. Aquí está resumido su evangelio

«He estado pensando que ya no toreo más». Fue en La Algaba. Plaza de tercera. Curro atendió a Fernando Fernández Román por teléfono para el programa «Clarín». Sanseacabó. No se lo había dicho a nadie. Ni a Carmen. Sólo a sí mismo. Sus ... vestidos de torear estaban colgados aquel 22 de octubre del cambio de milenio en un ropero que organizaba Gonzalito, su mozo de espadas, su hermano. Allí se quedaron para siempre. Su toreo, no. Su toreo sigue vivo en la plaza desde aquella tarde antigua del 54 en la Pañoleta.
Su madre, Andrea López , volvía de Sevilla a Camas en el regular con sus niñas. La menor, Buendía, vio el cartel en una tapia:
—¡Maíta, ahí pone Curro Romero!
Andrea dio un jipío.
—Ay, Dios mío, mi Curro.
Las tres se abrazaron y estuvieron tres días llorando . Terna para el cartel del tormento. María lo recuerda con ese gesto raro que mezcla el orgullo con la angustia:
—Mi madre no quería eso para él, aquello le quitó la alegría.
Andrea nunca vio torear a su hijo ni en vídeo . La única relación que esa mujer tuvo con el toreo fue, si acaso, la plancha. Nadie salió a una plaza jamás mejor planchado que Curro. Pero todo el toreo del Faraón ha sido un homenaje a su madre .
–Vivíamos con lo justito, pero éramos ricos. Mi infancia fue muy feliz porque nunca vimos a nuestros padres dar una voz más alta que otra, yo se lo debo todo a ellos.
Curro se hizo vegetariano durante varios años sólo por acompañar a su madre, que tenía un problema de salud que le obligaba a comer nada más que verduras.
–Cuando todo esto se acabe cogeré un camino, me sentaré en la piedra que cubre a mi madre y ahí terminará mi vida, justo donde empezó.
Romero siempre habla de ella con un charco en la retina. Llora poco, pero profundo. Curro llora como torea. Le llora la memoria, que siempre lo lleva hasta la Calle del Ángel , donde conoció la luz. ¿Puede ser esto casualidad? El Faraón nació en la Calle del Ángel. «Qué aje», se dice por lo bajini cada vez que lo recuerda. En un establo de gallinas. Dormía en un jergón con su hermana . Cuántas trifulcas por un hueco.
—Nos peleábamos mucho porque Curro cogía todo el sitio y con el culo me echaba del colchón.
Buendía le llevaba la comida a Gambogaz, lo de Queipo de Llano, cuando estaba cuidando los cochinos . Luego pastoreó ovejas y vacas. Las primeras vacas. Aquella soledad primera ha sido su vida.
—Es enorme la soledad que tiene un torero, que estás tú y él, él y tú, los dos solos. No quieres ni que nadie salga a la boca del burladero. ¡Dejadme solo!
Curro se defiende del tiempo con el cuerpo. Su forma de acercarse a aquella niñez consiste en mantenerse en forma. Le duelen los pies, ahora lleva un bastón y ha dejado de teñirse el pelo.
—Empecé a ponerme el tinte porque uno me gritó desde el tendido: «¡viejo!». Yo podía soportar que me dijeran de todo aquellas tardes en las que las cosas no se daban, menos viejo.
Con la cabeza nevada se ve más morena todavía su piel. Esa tez aceitunada. Como la de los gitanos.
—Yo no lo soy, pero hace trescientos o cuatrocientos años tuve que serlo.
Su abuela era anticuaria. Ella fue la que le consiguió un trabajo en la botica que regentaba un cliente suyo. Lo recuerda como si fuera ayer mismo porque tiene la ilusión intacta. Para mantenerse enhiesto y poder refugiarse en la soledad es imprescindible no necesitar ayuda. Curro ha seguido el consejo de Pepe Luis . Se ha comprado unos pedales y todos los días, mientras ve partidos de tenis en la tele o la Giralda desde la ventana, se lleva dos o tres horas dale que te pego desde el sofá. Tiene las piernas duras. Y la fuerza de voluntad como la de cuando era niño. Ha vencido un cáncer con mil fatigas que para él se quedan. El dolor le resulta natural. Sabe tratarlo. Sabe salir de su cara andando sereno en busca de aquellos momentitos.
«Todo el mundo tiene mucha prisa. Estás con alguien hablando y no se está enterando porque está pensando que se tiene que ir»
—Después de esa soledad tan enorme, había gente que se acercaba y me decía: «Me has hecho llorar». Cagondié, se me remueve todo el cuerpo.
Lo único que ha pasado rápido para él es la memoria. La vida. Todo lo demás lo siente despacio. Por eso le cuesta entender la forma de vivir contemporánea .
—El problema es el mismo para el toreo y para España: ahora no se para nadie para nada, todo el mundo tiene mucha prisa . Estás con alguien hablando y está mirando el reloj. No se está enterando de lo que le estás diciendo porque está pensando que se tiene que ir.

Esa es la diferencia entre Curro y el resto. En eso consiste su leyenda. Él se fue sin pensarlo. Como su madre le planchaba los vestidos. Como él se salía de su cuerpo cuando el toro consagraba su obra bailando en la cadencia de su muleta, que es lo único de lo que se acuerda. Ni las siete puertas grandes de Madrid, ni las cinco del Príncipe en Sevilla, ni las orejas, ni los vestidos que llevaba, ni los premios. Nada.
—Yo todas esas cosas las he olvidado. Pero los momentos en los que pude sentir esa cosa extraña con un toro no los olvidaré nunca. Es una sensación muy grande, como si no pisaras el suelo , como un escalofrío que va de abajo a arriba… Yo he toreado sólo por encontrar esos momentos, nada más.
«Los momentos en los que pude sentir esa cosa extraña con un toro no los olvidaré nunca»
Su madre, que lo entendía mejor que nadie, respetó su decisión sólo por eso. Nunca lo despertó para ir a los tentaderos . Curro es dormilón. Se quedaba siempre cuajado y luego se pasaba dos días sin hablarle. Pero Andrea comprendía esa necesidad espiritual de su hijo que no tenía relación con el triunfo ni la gloria, sino con la trascendencia. Con el arte.
—El instinto de conservación es lo más sagrado del ser humano, pero en esos momentos que gracias a Dios sólo se dan de cuando en cuando, porque si se dieran con mucha frecuencia no valdrían nada, te olvidas hasta del instinto más natural y todo es exposición . No hay miedo, le ofreces al toro lo más valioso que tienes, que es la vida.
Curro habla de sus cosas más hondas en la mesa. Es un hombre de cuchara.
—Estas manitas de cerdo están «exagerás»...
Abre la plaza siempre con una copa de oloroso mezclado con solera. Rara es la vez que en ese rito no se acuerda de alguien de su estirpe. Entorna la mirada para pensar lejos. Para traerse al mantel todo lo que fue de chiquillo. Sus reflexiones más graves esperan detrás de silencios abisales. Y la sentencia aparece vestida de anécdota, como si no tuviera importancia.
—Una vez estaba a gusto con un toro y empezó uno en el público: «ole, ole, ole». Decía los oles tan seguidos que parecía que se iba a ahogar . Entonces me paré y me pregunté: «Dios mío, ¿tan rápido estoy toreando yo?»
En realidad, él está todavía en el cartel de la Pañoleta. Allí, en la juventud que aún brilla en su piel, está detenido su toreo. Como le dijo Picoco a uno que le preguntó en Jerez en la puerta de la plaza una hora después de la corrida. «¿Buscáis a Curro? Está todavía ahí en el ruedo terminando un muletazo » Una media verónica suya no tiene fin. Porque en el Faraón se da una paradoja sublime: sus faenas eran cortas, sus pases infinitos. Este es uno de sus grandes salmos. La lentitud no está reñida con la brevedad.
«Le compré una casa a toda mi familia con una habitación para cada uno y ahí se acabaron todas mis aspiraciones. Ya no volví a torear más sólo por dinero»
—Los toreros de hoy, los pobres, tienen que luchar con ese toro que se para. Ellos quieren triunfar y se llevan ahí de tiempo… Venga y venga y venga. Tendría que haber una persona en el callejón que les diga: «¡Entra ya a matar!».
A Curro tampoco le sobra nada hablando. Si no tiene nada que decir, se pega horas callado. Pensando.
—Yo me quité de hacer natación cuando estaba en Marbella porque no se puede nadar y pensar a la vez .
Su senequismo viene del colchón de foñisco en el que dormía con su hermana. De las fatigas. De lo que aprendió de sus padres.
—Eran dos fenómenos porque no nos han dejado nada más que buenas formas siendo dos personas que no sabían leer ni escribir, pero tenían una educación selecta, de verdad, auténtica. Por eso les dije cuando tomé la alternativa: «Ya no trabajáis más».
Se le quiebra la voz. Pero ahí está toda la razón de ser de su toreo, de su condición de artista, de su mito.
—Le compré una casa a toda mi familia con una habitación para cada uno y dejamos de dormir todos juntos. Ahí se acabaron todas mis aspiraciones . Ya no volví a torear más sólo por dinero. Descubrí que mi felicidad era el toreo no por la situación económica, sino por ver a la gente gozar viéndome torear.
«Nunca me traicioné, no creo en la mentira. Prefería una bronca a hacer cosas que no sentía. Si yo engañase a la gente, no me quedaría dormido luego»
Cuando las cosas se hacen para uno mismo, todo tiene un sentido verdadero. Esa es la definición de la pureza. Si le preguntas por qué nunca daba dos medias verónicas seguidas, él lo motiva por derecho: «¿Tú has visto a alguien que se despida dos veces del mismo?» . En Curro todo es tan sencillo que es imposible.
–El toreo es hasta donde te dé la mano, de cadera a cadera.
¿Y hasta dónde da la mano?
—Hasta donde tú sueñes.
Fácil. No se trata de pelear. El toreo es amor. Curro le dio la alternativa a Cristina Sánchez en Nimes y al entregarle los avíos le dijo una sola frase: «El toreo es acariciar y eso las mujeres lo hacéis mejor» . Esto consiste en querer al toro tanto como a uno mismo, en pretender antes la gloria del animal que la propia.
—A mí me da pena incluso que a ese toro le corten las orejas y lo mutilen después de muerto. ¡Guardadlo con sus orejitas para adentro! ¿Yo para qué quiero esas orejas?
Curro prefiere el rabo, pero en el plato. Bien guisado. Con tiempo. «Lo más difícil del mundo es comer despacio cuando se tiene hambre» . Le gusta comer tanto como a Vicente Picoco, su viejo amigo, que «desgastaba dos cucharas al año». Pero no le gustan nada los elogios.
—Prefiero una bronca a hacer cosas que no siento. No creo en la mentira. Con los toros de hoy, yo no habría sido torero . Cuando los veo, digo: «A este hace ya cinco minutos que me lo he quitado del medio». Si yo engañase a la gente, no me quedaría dormido luego.
«Cuando yo toreaba, no me acordaba de nadie. Ni de mis padres, ni de mis hijas, de nadie. Pero desde que conocí a Carmen (Tello) sólo toreaba para ella»
Carmen Tello lo resume en redondo: «No he conocido a nadie tan puro como él» . Curro le hizo una declaración de amor en público durante la recogida de un premio que ningún actor de cine ha superado.
—Cuando yo toreaba, no me acordaba de nadie, ni de mi padre, ni de mi madre, ni de mis hijas, de nadie. Sin embargo, desde que conocí a Carmen sólo toreaba para ella . ¿Qué tendrá el amor que puede con todo?
De sus hijas se acuerda cada segundo. Concha y Coral. Ellas están siempre en el cielo de su boca. Las protege con el silencio. Las tiene cosidas a la carne más que la peor de sus cornadas . La de Almería, la de Aranjuez…
—Cuando más he llorado en mi vida fue con Coral y luego cuando perdí a Camarón.

Con José podía pasarse días sin que se cruzaran media palabra. Eran amigos a muerte . Tanto como aquellos niños de su calle, el Chiquito y el Marqueño, con los que se turnaba la muleta para torear de salón . Una semana cada uno. Con Camarón se turnaba el duende.
—Una noche cantó en el Morapio una seguiriya y cuando nos miramos estábamos todos llorando, con las camisas «partías», dándonos abrazos… ¿Eso cómo se explica?
No es artista sólo el que crea una obra propia. También lo es quien la entiende. Curro y José se entendían. Rafael de Paula lo resumió una noche después de presentar un libro de su hijo Jesús en Sevilla. Cenando tranquilamente, el gitano de Jerez montó una muleta con la servilleta y el cuchillo y se puso a explicar la verdad del toreo dejando a medias la tarta de galleta. «Esto es por aquí, esto es por allí». Curro lo miraba sereno y asentía. Y entonces Rafael sentenció:
—Por eso en la historia ha habido muchos matadores con gracia torera, pero artistas,artistas de verdad, sólo ha habido tres: Cagancho, este señor (la mano sobre el hombro del Faraón) y mi menda lerenda.
Una vez le presentaron a Romero en Jerez a un cantaor bohemio, Luis de la Pica . Gitano de barbas espesas y alpargatas. La voz corta, las noches largas. Al darle la mano, Luis le dijo al maestro: «Que conste que yo soy de Paula». La respuesta de Curro es su santo y seña, la definición más certera de su grandeza:
—Y yo también, Luis, y yo también.
Ese es el motivo por el que Curro Romero sigue estando en activo veinte años después de aquel anuncio inesperado en la radio. Rafael González-Serna dio con el secreto. «No hace falta haberlo visto en la plaza, yo he visto torear a Curro por los ojos de mi padre» . El Faraón está en los ojos de la memoria. No se ha ido nunca porque los artistas no tienen un tiempo concreto.
—¿Hay algún pintor o escritor que diga «me voy a retirar ya»?
Él nunca ha querido ser responsable de su leyenda. Se encoge de hombros. Una vez llegó al Corpus nazarí harto de almohadillas. Bronca en todas las plazas . Todo el mundo estaba esperando a José Julio Granada, que ese año estaba en boga. Y a Curro le salió su torito. La lio. El apoderado de José Julio era Enrique Bernedo «Bojilla» , viejo taurino de la cuerda del maestro, que se estaba retorciendo de la rabia en el callejón.
—¿Aquí has venido a despertar, Curro mío?
El Faraón se limitó a su susurrar mientras el tendido se venía abajo:
—Y yo qué culpa tengo, Bojilla...
El currismo es más que una filosofía artística . Es una religión, como llegó a poner el juez Santiago Romero de Bustillo en una sentencia, porque no hace falta haber visto al profeta para creer en él. Por eso acaba de cumplirse el año 20 d.C. (después de Curro) y el templo de su toreo sigue intacto . Romero no se fue en La Algaba después de aquel festival para los niños con cáncer de Andex. No se ha ido nunca. No se irá.
—Ahora veo las corridas y digo: «¿Yo he sido torero, Dios mío?» Casi ni me lo creo. Veo los toros y me digo: «¿Eso lo he toreado yo?».
Pero sigue teniendo la condición de artista ilesa, casi virginal.
—Han pasado veinte años ya y todavía tengo una cosa dentro que me ha dado Dios y que me permite seguir sintiendo aquellas cosas. No lo sé explicar y tampoco creo que merezca la pena.
Mientras reflexiona estas cosas en la sobremesa, un chiquillo de la generación que tutea , más o menos de la edad que él tenía cuando se turnaba la muleta con los novilleritos de su Calle del Ángel sin que su madre se enterara, se acerca nervioso:
—Maestro, ¿podría hacerme una foto con usted?
Curro asiente y le pregunta:
—¿Tú toreas?
Sabe que en los valores del toreo , la lentitud, la verdad, la lealtad, el respeto y la pureza, está el futuro que él aprendió en un colchón de foñisco. Sus canas, tan luminosas como las de Andrea, la mujer que lo parió, no son tiempo pasado. Son el porvenir.
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