Feria de las Colombinas de Huelva
La paradoja de Daniel Luque: correcto con los buenos, excelso con los malos
El torero de Gerena indultó al superclase 'Manzanillo' de Juan Pedro Domecq y se entendió con el más peligroso; Morante se inventó dos faenas y Aguado se volvió sin suerte
Una caravana de sevillanos inundaba la A-49 sentido Huelva. Entre taurinos y veraneantes nos apoderábamos de la carretera. El destino se intuía según fuera la bandeja trasera de cada coche: los de las almohadillas, a los toros; los que rebosaban bártulos, a la playa. Entre aficionados nos saludábamos, como los peregrinos que se desean un buen camino. La singular ermita estaba bajo el Monte Conquero, donde se le rendiría culto al toro bravo. Concretamente a uno: Manzanillo, de los animales más enclasados de esta temporada.
Rugían los tendidos con el recibo a la verónica de Daniel Luque, de cuyos extraordinarios lapazos perdimos la cuenta. ‘Manzanillo’ hacia surcos por el albero. Y el de Gerena se lo ajustaba hasta límites insultantes. Priorizando la facilidad sobre la pasión. Como en el vibrante inicio por estatuarios, a una mano, que confirmaba mi teoría de su pocos dotes como agente comercial: no sabe vender un producto tan singular como es su torero. Estuvo acertado, ajustado y poderoso con ‘Manzanillo’, pero sin alcanzar la excepcionalidad esperada. Lo lucía con distancia y generosidad, cuando aún más profundo embestía. Se ralentizaba en el embroque, colocando la cara con talento. La obra fue pulcra, más técnica que plástica. Por buscar una imperfección, las reolinas finales. ‘Manzanillo’ era un verso suelto en la temporada con más marrajos de su carrera.
Y con el quinto ahondó en mi segunda teoría: impacta más ante el malo que ante el bueno. Que no es que ‘Zorongo’ fuese un barrabás, pero traía un defecto en la vista del ojo izquierdo que ponía en aprietos al torero. Como en la mascada que le propinó en un exceso de confianza a la verónica, donde volvió a cuajar varios lances de categoría. Su capacidad le hizo imponerse por el lado chungo, por donde terminó cuajando momentos soberbios. Estuvo sencillamente perfecto con este toro.
Bajo un minuto de silencio habían comenzado estas Colombinas 2022. Era el modo de honrar al gran maestro de la tierra: Miguel Báez ‘El Litri’. Y al impulsor de este coso, José Luis Pereda. Aunque el recuerdo más especial lo desempolvara Morante de la Puebla, gran anticuario taurino, tras sus brindis al cielo: el pase del ‘Litrazo’. Le dio distancias al ya desfondado primero para iniciarlo con ese quiebro, al que siguieron dos exquisitos naturales de frente a pies juntos. El resto se lo inventó todo él. Que endulzó con todo tipo de condimentos un plato de lo más corriente. Casi al volapié lo asó con la espada. En el cuarto recordé el titular de hace un año: «En la carriola de Morante cabemos todos». Hasta los animales más insulsos. El de la Puebla, antes que excelso artista, es el torero más valiente y lidiador de todo nuestro escalafón. Insufló de aire los pulmones de ‘Zoquete’. Más bien de casta. A través de la paciencia, y de las concesiones. Le permitió ir al terreno de chiqueros, y lo esperó hasta sentirlo acariciar la franela para tirar de él y despertarle la virtud del celo. Que terminó embistiendo hasta con codicia. Pleno de inspiración, hizo ademanes de espaldinas y dejó dos de pecho con una rodilla en tierra. Tremendo. Como la estocada final, en corto y contundente. Iba feliz en la vuelta al ruedo, como si hubiese olvidado la decepción del día anterior tras ver el ‘embarque’ que le metieron a su pupilo Manuel Luque ‘El Exquisito’.
Los pitones de Viticultor sublimaban el ‘cuchareo’. Hondo ese tercero, aunque mermado de fuerzas. Aguado lo intentó de principio a fin: desde el recibo bailando por chicuelinas hasta los tres naturales finales cargados de solera. Pero no había lugar del que rascar, y el encimismo inicial tampoco terminó de ayudar. Con el sexto nada pudo hacer, volviendo a caer en su mayor pecado: la espada.