FERIA DE JEREZ
Todo bien menos el indulto
Los momentos de mayor brillantez del festejo se vivieron con la labor de Talavante frente al segundo de la tarde
Tarde enrocada en los rigores de la inclemencia del viento y de la lluvia primaverales, que contó con el ambiente genuino de los grandes días de toros, con lleno en los tendidos y un público proveniente de heterogéneas latitudes, ávido de sensaciones y grandezas. Cartel de figuras para el que había enchiquerado un agradable encierro de Zalduendo que derramó tanta nobleza como escasez de casta, de fuerzas y de agresividad. Conocido por repetido contexto en el que, a veces, salta la liebre de la jubilosa eclosión de un acontecimiento grandilocuente o excepcional. En esta ocasión sucedió el inesperado indulto de uno de los ejemplares lidiados, sin que se advirtieran elementos objetivos que lo justifiquen. El agraciado fue “Tonteras”, de 490 kilos, negro de capa y propiedad del hierro de Zalduendo. Toro que de salida mostró una embestida corta y huidiza bajo el capote de López Simón, al que no permitió estirarse a la verónica. Escaso de fortaleza, su trámite en el caballo consistió en un simulacro descarado de la suerte de varas, en la que apenas sufrió castigo. Las primeras series de muletazos las tomó el animal a regañadientes, con acometidas largas pero carentes sosiego y de templanza. Poco a poco López Simón lo fue abduciendo en el engaño hasta el punto de extraer tandas de redondos y naturales, cuyos pases eran cada vez más dilatados y ligados. Si bien, en ocasiones, daba la sensación que su labor adolecía de falta de algo de temple y ceñimiento. A medida que la faena avanzaba, el astado se iba convirtiendo en una animada máquina de embestir, con la que el madrileño, más asentado, dibujaba muletazos de gran belleza en unas series en las que destacaban los cambios de mano y los adornos por bajo finales. Una postrera tanda de hinojos provocó ya el éxtasis definitivo en ciertos sectores de la plaza, antesala de una ruidosa petición de indulto, que el presidente, en equivocada decisión, no dudó en conceder. Superlativo premio, a todas luces excesivo, para un toro cuya única virtud consistió en ser buen colaborador en la muleta de su matador, pero al que le faltaron otros muchos atributos para ser considerado como un toro bravo.
Contó López Simón con el lote más propicio del encierro. El ejemplar que cerraba plaza presentó una escueta pero humillada embestida, que fue conducida con suavidad bajo los vuelos de su capote. Inició el trasteo de muleta con pases por bajo, en genuflexa posición, de mucha torería y mando. Era éste un toro boyante, de gran fijeza en el engaño y con repetición en las acometidas. Se sucedieron las series por ambos pitones, que resultaron de impronta ortodoxa, de académica ejecución pero alejadas de la exquisitez. Como ocurriera con el tercero, los pasajes más lucidos los logró López Simón durante el tramo final de su trasteo, donde derrochó mayor temple y suavidad en los muletazos. Tras una estocada logró el apéndice que lo erigía en triunfador del festejo.
Los momentos de mayor brillantez del festejo se vivieron con la labor de Talavante frente al segundo de la tarde. Se hizo presente en el ruedo el extremeño con un variado y luminoso saludo capotero mediante lances a pies juntos, cordobesinas, tijerillas y el broche final de una airosa larga. Nobleza, recorrido y templanza, tríada de soñados caracteres en un toro, que Alejandro Talavante advirtió en su enemigo para plasmar un arrebatado y plástico inicio de faena a pies juntos con ceñidos pases cambiados y por alto. Dos tandas de derechazos apretados, hondos y gráciles, marcaron la cima estética de su labor. Al tomar la franela con la zurda, su enemigo se rajó y buscó la huida con descaro. Junto a tablas, en los terrenos marcados por la querencia del animal, aún pudo Talavante rematar su faena con pases de frente ligados y postreras manoletinas. Con una gran estocada abrochaba su destacada actuación. El quinto fue un ejemplar mansote y sin fuerzas que llegó al último tercio renqueante de los cuartos traseros y perdiendo las manos con asiduidad. El diestro, percibida la imposibilidad de ejecutar el toreo con tales mimbres, empuñó raudo la espada para despenar al inválido de certera estocada.
Cadencia y gusto poseyeron las verónicas con las que Morante recibía al ejemplar que abría plaza. Un toro que ya mostró en esos lances iniciales una embestida muy templada pero una fortaleza muy limitada. Recibió una vara en la que ya se definió como manso. Portentoso resultó el quite con que el de La Puebla deleitaba a la concurrencia, chicuelinas de manos bajas, rematadas con el chispazo, el arabesco súbito de una media tijerilla. En el inicio del trasteo ya marcó el burel su tendencia a la huida y a rebrincar una acometida que se iba tornando más breve, más inocua, más sosa. Intentó con denuedo Morante el lucimiento pero sólo pudo gotear la excelsitud en aislados detalles y un par de parsimoniosos naturales. No tuvo suerte el fino torero con la condición de sus oponentes. El cuarto fue también un toro muy justo en casta y fortaleza, si bien, poseía una constante de nobleza que el diestro supo aprovechar para dibujar algunos pases de cierta enjundia. Pero el animal deshacía cualquier intento de brillantez al echar con contumacia la cabeza arriba en los finales de los muletazos. Aplomado el astado con premura, quedaba patente que el de La Puebla no iba a poder armar el trasteo pretendido.
Con el triunfo de dos toreros que salían del coso a hombros se cerraba un festejo en el que se vivieron episodios interesantes y en el que un exceso de la euforia desatada provocó el bochorno de los buenos aficionados.
Se lidiaron seis ejemplares de Zalduendo, correctos de presentación, nobles, descastados en general y escasos de fuerzas. El tercero, bueno en la muleta, fue indultado.
Morante de La Puebla, de celeste y azabache. Palmas y silencio.
Alejandro Talavante, de malva y oro. Dos orejas y silencio.
López Simón, de grosella y oro. Dos orejas y rabo simbólicas y oreja.
Plaza de toros de Jerez. Lleno en tarde fresca y lluviosa.