FERIA DE JEREZ
Un indulto sin motivos
El Juli y Morante de la Puebla salen a hombros ante un descastado encierro de Garcigrande en la última de feria de Jerez
Lo peor que le puede ocurrir a una afición es que le cuelguen el sambenito de torerista, ambiguo concepto que suele regalar una vía libre para colar sin miramientos a las supuestas figuras de siempre y al mismo ganado de siempre que éstas exigen. La última prueba de ello, como gota que hubiera de colmar el vaso de la paciencia del aficionado de este sector, ha consistido en la sorprendente aparición en los carteles de Paquirri, torero que se retiró solemnemente hace sólo dos años con el crédito agotado y que reaparece ahora sin que exista constancia de su reclamo por parte de la afición. Con la cantidad de nuevos toreros que vienen empujando, que sí despiertan el interés del público y a los que se cierran las puertas sistemáticamente.
Paquirri recibió de capa sin apreturas y con suavidad al muy templado ejemplar que abría plaza, toro de pobre presencia y nula casta, que ya marcó su clara querencia a tablas en los primeros tercios. Terrenos de dentro donde Rivera desarrolló su labor muleteril, compuesta por una sucesión de pases sin convicción ni apreturas. Que duraron hasta que su enemigo se rajó y al que despachó de una certera estocada, de colocación algo trasera y desprendida. Mansa condición evidenció también el cuarto de la suelta, que desarrolló un punto de brusquedad en el último tercio, lo que provocó que Paquirri plasmara una actuación ventajista, anodina y sin atisbo alguno de plasticidad o delicadeza. El silencio con que la plaza respondía a la multitud de pases ejecutados es altamente significativo. Con una estocada casi entera puso fin a su actuación.
No pudo estirarse a la verónica Morante de La Puebla ante la condición huidiza y sin fijeza de su primer oponente. Tras recibir éste una vara en toda reglaa, acontecimiento inédito en toda la feria, a su natural comportamiento de manso se sumó un adquirido menoscabo en su tracción. Cualidades nada halagüeñas para descorchar el tarro de las esencias morantistas, pero el de La Puebla supo aprovechar la nobleza y suavidad del animal para componer una faena floreada de aisladas exquisiteces, arabescos imprevisibles y pasajes delicados como unos bellos cambios de mano, pintureros molinetes o relajados naturales. Erró en la ejecución de la suerte suprema, por lo que todo se quedaría en una fuerte ovación.
Voluntarioso, arrebatado y dispar resultó el saludo capotero de Morante al quinto, compuesto por chicuelinas, verónicas y serpentina. Espectacular resultó su inicio de trasteo muleteril, con pases sentado en el estribo y ajustados trincherazos posteriores. Pero al toro le faltaba mucha raza y, con ella, capacidad de repetición y profundidad en las embestidas, lo que imposibilitó que la faena del sevillano resultara compacta y rotunda. Sólo la excelsitud goteada en algunos naturales elevó, por instantes, el listón de lo exquisito. Acertó esta vez con la espada y le fue concedido un generoso doble trofeo.
Con mucha facilidad y solvencia lanceó El Juli las repetidas y humilladas embestidas que le regaló el tercero de la suelta. Tras pasar éste simuladamente por el caballo, el diestro madrileño quitó por unas chicuelinas que, superado el trámite rehiletero, sirvieron de preámbulo a la explosión muleteril. Se consumó ésta, por fin, en las postrimerías de una faena que vino marcada por un molesto gazapeo del toro. Fue entonces cuando El Juli, una vez desengañada y más aplomada la res, pudo lucir en algunas series por ambos pitones. Cerró este capítulo con un pinchazo y una estocada trasera. Sufrió un desarme al recibir de capa al que cerraba plaza, episodio que desluciría el frustrado conjunto de verónicas. Suelto y huidizo arribó el astado al último tercio, lo que obligó al diestro a plantear la lid en los medios y a recogerlo con esmero en cada muletazo. Una vez en jurisdicción, destacaron algunos redondos y naturales dibujados con cierto gusto y desmayo. Las series finales, de ortodoxa ejecución, conectaron vivamente con los tendidos. Hasta el punto de que éstos solicitaron el indulto y el torero siguió toreando, en vergonzosa actitud. ‘Corchero’, nº 42, negro mulato, de 460 kilos de peso fue indultado sin acreditar merecimiento alguno para ello. Un nuevo insulto a la fiesta se acababa de perpetrar. Otra vergüenza para el aficionado.