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Rotundo triunfo de Manzanares que sale a hombros junto a Aguado en la última corrida del verano en El Puerto
En la jornada de este sábado se ha cerrado el breve ciclo estival taurino en el coso portuense
Morante de la Puebla, hacedor del milagro a la verónica, se lleva la bronca; Manzanares se encuentra con Magistrado, el toro supremo
Puso fin la temporada taurina portuense con una corrida que había levantado mucha expectación entre los aficionados, dada la acreditada calidad de la terna anunciada. Festejo que se saldó con el rotundo triunfo de José María Manzanares, que cortó tres orejas y cuajó la faena más redonda de todo el ciclo estival, con la entregada e inspirada labor de Pablo Aguado y con el exiguo goteo de detalles aromados de un Morante de La Puebla que volvió a estrellarse con un lote sin opciones.
Abrió plaza un negro ejemplar de El Freixo, que se quedaba debajo del capote de Morante y que no se desplazaba en los lances con que éste lo recibió. Toro que cogió por los pechos al caballo de picar y lo derribó, poniendo en serio peligro al varilarguero Pedro Iturralde, quien a continuación dejara un puyazo en todo lo alto. Acertada labor de la cuadrilla que tuvo su continuidad en los dos soberbios pares que prendiera Joao Ferreira, quien hubo de corresponder con saludo la unánime ovación de la concurrencia. Antes de ello, el de La Puebla había estampado un cadencioso, lentísimo quite a la verónica, que hizo crujir la plaza con los cerrados olés que generó. Asida la franela, tras un inicio de faena de ensueño en genuflexa posición, los esbozos de tandas poseyeron aislados parajes de brillantez, pues el toro, de embestidas desiguales, rebrincada a veces e imprevisible e incómoda siempre, se vino muy pronto abajo. Con un pinchazo y una estocada trasera y tendida puso fin Morante a este primer capítulo del festejo.
Su segundo oponente marcó desde su salida el carácter áspero, brusco y sin entrega de unas embestidas que carecían del más mínimo recorrido. Cuando el sevillano tomó la muleta, el toro se desentendió por completo de la pelea, al tiempo que salía con la cara alta y en abanto trote de cualquier atisbo de cite. Y ante el sonoro estupor de un público estupefacto, Morante empuñó raudo la espada, con la que despacharía al manso de un bajonazo trasero y un descabello.
Sin lugar adudas, los dos toros de más boyante condición del encierro fueron a parar a manos de José María Manzanares. Y bien que lo aprovecharía el alicantino, que aunque lanceó sin apreturas la humillada embestida de su primero, asida la pañosa y tras sucesivas probaturas, cuajó la primera tanda de derechazos ligados, a la que seguirían otras más del mismo tenor, de muletazos despegados y con abuso de pico en los cites. Más enjundia poseyeron los naturales, en los que el toro respondió mejor. Fue este un noble animal que, aunque carentes de profundidad, regaló acometidas suaves y entregadas. Que sería finiquitado por Manzanares de estocada algo trasera y atravesada.
El quinto, que lucía la divisa azul de Jandilla, presentó desde su salida gran humillación y palpable saña repetidora, con el que el diestro de Alicante dibujó un lucido ramillete de verónicas. Empujó el toro en varas y, ya en el último tercio, Manzanares lo fijó con pases por bajo de suma estética y recio mando, antes de dar paso al toreo en redondo, donde su enemigo derrocharía franqueza en su embestida y un desplazamiento largo, de viva acometividad. El diestro se prodigó en tandas macizas de derechazos largos y rotundos, aderezadas con airosos cambios de mano y hondos pases de pecho. Dos pases cambiados por la espalda abrieron un tramo final del trasteo en el que Manzanares se rompió con el toro y encandiló a la concurrencia con un toreo desgarrado, entregado, de mano muy baja. Abrochó su gran actuación con una perfecta ejecución del volapié.
El tercero de la tarde no permitió a Pablo Aguado estirarse a la verónica, se quedaba muy corto en su acometer y hasta se colaba por ambos pitones. En el transcurrir de su lidia ya se comprobó que era un toro con genio, de embestida poco clara y que se revolvía con presteza. Ante él, Aguado expuso en recia lid, lo pasó con pureza por ambos pitones y hasta alcanzó puntuales naturales de exquisita inspiración. Faena seria que remataría con una buena estocada de efecto fulminante.
Cerró plaza un ejemplar colorado de El Freixo que ya presentó una embestida adormecida desde su salida de chiqueros. Pablo Aguado jugó los brazos con donosura y lentitud a la verónica y galleó después con suma plasticidad por clásicas chicuelinas de mano alta, rematadas con aromada media verónica. Tras un bello quite, también por verónicas, brindó al público. Y en armónico inicio de faena, se prodigó en pases por alto y por bajo de bella factura. Pero al acometer el toreo fundamental, el toro, muy justo de casta y de fuerzas, ya había perdido el escaso brío que poseía, por lo que su embestida se tornó sosa y protestona, sin viveza ni transmisión. Aguado lo intentó por ambos pitones, citó con verdad y ortodoxia, acompasó las acometidas, se gustó a veces...pero el nivel de su trasteo no pudo alcanzar las excelencias desadas. Con otra gran estocada al volapié se cerraba la corrida y se daba por clausurada la temporada de toros en El Puerto.
FICHA
Se lidiaron tres toros de Jandilla, 3º, 4º y 5º, y tres de El Freixo, 1º,2º y 6º, desiguales de presentación y de comportamiento, Destacó por su buen juego el 5º, que fue ovacionado en el arrastre.
Morante de La Puebla, de nazareno y oro. Ovación y pitos.
José María Manzanares, de burdeos y oro. Oreja y dos orejas.
Pablo Aguado, de grana y oro. Oreja y oreja.
Plaza de toros de el Puerto. Más de tres cuartos de entrada en calurosa tarde con fuerte viento de levante que condicionó la lidia.