Illumbe

El toreo clásico no pasa de moda

Urdiales corta una oreja y Ginés la pierde por la espada en una floja corrida de Zalduendo en San Sebastián

Diego Urdiales remata con una media Efe

Andrés Amorós

Concluye una Feria donostiarra de cuatro tardes que ha resultado, en general, bastante positiva. Un gran toro de Cuvillo propició el triunfo de Manzanares; otro, magnífico, de Domingo Hernández, el de El Juli. También hizo méritos para salir a hombros Ferrera. No resultó la presunta apuesta por la juventud; lo peor, comprobar el camino populista que eligen y cómo lo aplaude este público (y casi todos).

En Illumbe, comento con Fernando Savater , filósofo donostiarra, que los ataques exagerados a la Fiesta están provocando una reacción contraria, en muchos jóvenes. Remacha él: «Es lógico. Yo siempre he sido aficionado a los toros pero basta con que quieran prohibirme algo, sin sentido, para que aumenten mis ganas de hacerlo».

Los toros de Zalduendo muestran poca fuerza y casta. Urdiales corta una oreja; Ginés Marín la pierde, por la espada. Ureña, con peor suerte, deja también buena impresión.

Diego Urdiales se siente ahora «Valorado», como su primer toro, que acaba rajándose. Después de la indigestión de «inas» del viernes, verlo correr la mano suavemente al natural es un soplo de fresca brisa. (Lo que tanto echamos de menos esta tarde calurosa, con la cubierta absurdamente cerrada: me dicen que es responsabilidad del propietario, el Ayuntamiento). Mata a la segunda. El cuarto es flojo, se quiere ir. No logra Diego una faena completa pero sí, al final, lentos y hermosos naturales. Mata bien: oreja. He recordado los versos del donostiarra Gabriel Celaya: «Toreo lento./ Las olas van y vienen,/ son como besos».

Cargando la suerte

La pérdida del ojo no sólo no ha perjudicado a Ureña sino que parece que le ha estimulado: triunfó en San Isidro. Recibe al segundo con verónicas cargando la suerte, ganándole terreno, como mandan los cánones. El toro es flojo, manso, reservón. Tragando mucho, le saca muletazos de mérito. Mata perpendicular. En una vuelta de campana, el quinto se parte el pitón. El sobrero trae lo que todos deseamos, mucha «Salud» (más de 600 kilos): derriba pero se distrae y se raja. Los intentos de Ureña evocan «la tierra baldía», el título de T.S.Eliot. De un espadazo se lo quita de en medio.

Siempre espero que Ginés Marín alcance el puesto que por sus cualidades puede ocupar. En el tercero, saluda Fini, en banderillas. Con facilidad y estética, Ginés mete en el canasto a este «Zurrón», flojo pero noble, traza naturales largos, algo rapiditos. (No están a ese nivel, aunque los aplaudan, los remates con el desprecio ni las bernadinas). Pierde la oreja al pinchar, antes de la estocada. El último es un «Juguete» de más de 600 kilos que se ha quedado sin pilas. Los limpios muletazos de Ginés carecen de emoción y mata mal.

La belleza del toreo clásico no pasa de moda; eso sí, hay que elegir ese camino y saber realizarlo. Los tres diestros de esta tarde lo hacen: hemos vivido momentos hermosos, pero el toreo clásico necesita también toros con casta y fuerza; sin eso, todo se queda a medias.

Postdata. En el viejo Chofre se lidiaron toros de 1903 a 1973. Allí torearon Joselito y Belmonte, Manolete y Pepe Luis, Antonio Bienvenida y Manolo Vázquez, Paco Camino y El Viti; fueron espectadores Charles Chaplin, Orson Welles y Hemingway. El 14 de agosto de 1948, en ABC, Cañabate anota que ha visto, en los ojos de la Princesa Soraya, «la clara luz que despide la hermosura, asequible aún al más lego en Tauromaquia». Las corridas de toros atraían a miles de visitantes y eran el centro de la Semana Grande; felizmente, han vuelto a serlo, se ha cumplido el lema de la pancarta que exhibieron los areneros, el 17 de agosto de 2012: «San Sebastián, con la Fiesta. Toros, sí». Un triunfo de la libertad.

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