San Isidro

En la tarde de Roca, Ureña ha sido el rey en Las Ventas

Con el mejor lote, corta dos orejas y sale a hombros, a costa de una posible fractura de costilla

Paco Ureña dibujó estupendos naturales De San Bernardo

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Lleno de «No hay billetes» y enorme expectación por la última actuación de Andrés Roca Rey pero el que se lleva el gato al agua ha sido Paco Ureña , con el mejor lote. Después de recibir un golpazo en el tórax, quizá con fractura de alguna costilla, corta las orejas al último -uno de los grandes toros de la Feria- y, después de su percance, cumple, al fin, su sueño de abrir esta Puerta Grande. Sin quitarle mérito, hay que reconocer que el público madrileño lo ha «adoptado» totalmente -igual que a Diego Urdiales-, mientras que mide con rigor escrupuloso a Roca Rey y al Juli. Así ha sido siempre esta Plaza. Los toros de Victoriano del Río han dado un juego desigual; varios, justos de fuerzas, mansos y con genio. Los dos de Ureña, excelentes; sobre todo, el último, merecedor de mayor premio: no entiendo por qué no se le ha dado la vuelta al ruedo. Tampoco entiendo que, por un pinchazo, antes de la estocada, no se le haya concedido un trofeo a Ureña, en su primero. Si vemos cómo está la política nacional, no es extraño que, también en los toros, falte criterio.

Después de varias jornadas emocionantes, el nivel de interés de la Feria había bajado mucho esta última semana , con toros mansos y carteles mediocres. Felizmente, la Feria concluye «en punta», como una sinfonía romántica, con la presencia de los jóvenes que, ahora mismo, más interés suscitan: el sábado, Roca Rey; el domingo, Pablo Aguado. En términos valencianos, una verdadera «mascletá».

El ingenio de Simón Casas ha bautizado a ésta como la «Corrida de la Cultura»; supongo que por reunir a un diestro francés con un español y un peruano. En realidad, todas lo son: de la cultura taurina, que es parte importante de la gran cultura española. Todo sea por proclamar una realidad evidente: la dimensión internacional de la Fiesta, aunque, en el mundo entero, se reconozca como seña de identidad de la cultura española. (¿Servirá alguna vez esta dimensión universal de la Fiesta para que se presente a la Unesco la petición de que sea declarada integrante del Patrimonio Cultural Universal? Supongo que no: se podía haber hecho desde la Ley de 1913 y ningún Gobierno, de uno y otro partido, se han atrevido).

Castella no ha llevado una buena Feria, ni con Jandilla ni con Garcigrande. El primero, bien armado, humilla y repite pero flaquea y surgen las protestas. Hacer el poste, por alto, no ayuda a un toro con las fuerzas justas. (Como si a alguien, al que le duele la espalda, le hacen que coja algo de un estante alto). En esa serie se ha dejado sus pocas fuerzas: se cae y se para. Muy en corto, el trasteo resulta anodino y le tropieza el engaño. Aunque logre algunos muletazos suaves, alargar esta faena no tiene sentido. Cuando va a entrar a matar, se escucha un sabio consejo: «¡Mátalo!» Le hace caso pero a la segunda y trasero. En el cuarto, después de las inevitables chicuelinas, el toro hace hilo, en banderillas; se mueve, repite, puntea la muleta. El voluntarioso trasteo no cuaja y acaba impacientando, cuando el toro se raja a tablas. (Cañabate hablaba de los toreros que «nos muelen a muletazos»). Mata mal.

Paco Ureña ha demostrado estar totalmente recuperado de su percance, en lo físico y en lo anímico: cortó una oreja de un toro de Juan Pedro y otra de un Alcurrucén. Ha tenido suerte con los toros pero la ha aprovechado. Juega bien los brazos a la verónica en el segundo; se luce el picador Juan Francisco Peña. Recurre Roca Rey a las chicuelinas (¡qué le vamos a hacer!) y casi se lo lleva por delante. Las suaves verónicas y la media abelmontada de Ureña alcanzan más eco. El toro, encastado, transmite emoción. Comienza sentado en el estribo; mejora en la línea clásica: naturales de frente, dando el pecho. En un muletazo, el toro se le queda debajo y lo engancha por el tórax. Todavía consigue naturales suaves. La faena ha conjugado calidad y emoción pero pincha antes de la buena estocada y le niega el Presidente la oreja: no sé por qué. Toda la vida, esa faena era de oreja. Parece, a veces, que algunos Presidentes le tienen miedo a la posible reacción del sector exigente… Ureña pasa a la enfermería, en medio de una gran ovación. Sale para matar al último, bravo en el caballo, bien picado por Pedro Iturralde. Traza suaves verónicas Ureña; brinda a una Plaza que se le ha entregado desde el comienzo, en lo bueno (los trincherazos) y en lo menos bueno (el pase del desdén). El toro embiste con enorme fijeza y clase: una vez más, en esta Feria, un gran sexto toro, «Empanado», ha salvado un encierro regularcito. Ureña logra buenos muletazos, muy a favor de corriente, en una faena breve, y mata bien, escuchando gritos de «¡Torero, torero!» El clamor colectivo exige las dos orejas. (Yo le hubiera dado una oreja en cada toro). Ha debido darse la vuelta al ruedo al gran toro.

Todos los focos se concentran, por supuesto, en Andrés Roca Rey, la estrella del momento . Sobreponiéndose a una voltereta, triunfó rotundamente con un gran toro de Parladé y superó la prueba de lidiar los toros de Adolfo Martín. Si alguno sigue negándole el pan y la sal, es porque eso siempre les ha sucedido a las primeras figuras. (Recuerdo muy bien cuando algunos «exigentes» se quejaban de la repetición del cartel de Diego Puerta, Paco Camino y El Viti, que hoy tanto añoramos). El tercero, muy suelto, se va al picador de reserva. Andrés sólo ha podido esbozar unos delantales y renuncia al quite (antes, nunca lo hacía). Está adoptando una parsimonia excesiva en todos los trámites. También empieza haciendo el poste, sin sujetar a un toro huido, y ha de rectificar. El toro humilla, embiste con fiereza, pega tornillazos. Los muletazos mandones tiene emoción pero, muy pronto, el toro se raja. Cuando se lo enrosca a la cintura, sin dejarle irse, la emoción sube pero también le reprochan la colocación. Concluye en tablas, con el toro volviendo al revés, y mata a la segunda, caído. Sin triunfo, ha demostrado su gran capacidad. Por el percance de Ureña, mata el quinto, protestado de salida por algunos pero abierto de pitones y astifino, muy suelto. También renuncia Roca al quite (si el toro no tiene condiciones para ello, hace bien, pero antes no lo hacía). En banderillas, el toro ya se refugia en tablas y, cuando le saca, vuelve a su querencia. Los suaves muletazos son más que correctos pero el toro transmite poco. Surge la división, típica de esta Plaza, con las primeras figuras. Ha de acabar toreando en tablas, donde el toro quería (la sabia regla de Marcial). Muestra de nuevo su gran técnica pero el toro no dice nada, no cabe faena lucida, y vuelva a fallar, con la espada.

Quizá lleva rota una costilla Paco Ureña pero sale feliz, a hombros, soportando la paliza muy exagerada que ahora es habitual: en la tarde prevista de Andrés Roca , él ha sido el rey.

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