El Cid, «Sonajerillo» y la sombra de José Tomás en La Magdalena

Manuel Jesús corta una oreja a un estupendo toro del Pilar y el de Galapagar «reaparece»

El Cid, emocionado con la bandera de España, en su despedida de Castellón Efe

Rosario Pérez

Uno vuelve siempre a los viejos sitios en los que amó la vida. Y a ese lugar regresaron ayer Padilla, José Tomás y El Cid . Cada uno, a su manera. Pero no, no era ese el cartel...

Pasadas las seis, un revuelo tremendo se formó de golpe en la naya de Sol. La gente peregrinaba por los tendidos en dirección al asiento número 105. Como si allí habitase un dios, que no era otro que el de Galapagar. Un día después de anunciarse su presencia en Granada, José Tomás «reapareció» en La Magdalena para ver la corrida del Pilar, uno de los hierros que podría matar en la Feria del Corpus. El torero había acudido de incógnito, con gafas de sol, una gorra calada y poblada barba , pero en cuanto un espectador se percató, la noticia corrió como la pólvora mediterránea. Y en la naya se concentró la afició n a la caza de una foto con el ídolo , que a mitad de festejo tuvo que abandonar su localidad: «Tal lío de gente había que no le dejaban ver los toros. Ni a él ni a los que estábamos al lado», comentó un abonado cercano, entre la sonrisa cómplice de un sanitario que daba fe de la desorbitada expectación. Más abajo, otros mostraban con orgullo su selfi con el fenómeno madrileño y besaban la pantalla del móvil cual estampita.

José Tomás, en la naya de Castellón, posa para la cámara de María Jesús, una aficionada ABC

La reunión de divinidades tardaría en llegar. Hubo que esperar al estupendo cuarto para ver lo mejor del desigual conjunto del Pilar , que manseó en líneas generales aunque «sirvió». Era el último ejemplar en la arena castellonense para un Cid que, por momentos, viajó en el tiempo a aquella época de distancias largas, pecho ofrecido y muleta adelantada, con «Sonajerillo» embistiendo de maravilla. Por el izquierdo, cuando cogió confianza, trazó tres naturales de clásicos vuelos. Un circular invertido, la firma y un desplante rodilla en tierra fueron el epílogo. O eso parecía. Porque Manuel Jesús se entretuvo luego en unos derechazos de más abandono. La tizona cayó defectuosa y, con la bandera de España, paseó feliz una oreja –el pilarico era de dos– tras una obra brindada a Padilla , el otro triunfador de la tarde desde que pisó el callejón: no hubo manos de las barreras de Sol y de Sombra que no estrechara mientras recorría el callejón. Antes, con el anovillado primero, rebrincadito pero con movilidad y queriendo humillar, el de Salteras dejó pasajes con clasicismo entre altibajos.

Manso, mirón y midiendo mucho. Así fue el segundo, una joyita en la que Arruga se libró por suerte de la cornada –el toro apretó mucho en banderillas– y con el que López Simón no tuvo frutos. Anduvo deseoso en el quinto, sin redondeces, y saludó. El alto y feote tercero valía a su modo. Y Román lo intentó al suyo sin que aquello cuajara, con demasiadas despedidas hacia fuera. Dispuesto anduvo con el último, que regaló embestidas boyantes aunque a menos.

Solitario trofeo y un gran toro para El Cid, ya de retirada; de los jóvenes se espera que aprieten más. El viento de la anochecida traía el runrún de José Tomás . Su sombra, aun con sus escasas y escogidas comparecencias, es alargada. Y a Granada peregrinará la multitud que un día amó la vida en la pureza tomista. Como muchos lo hicieron otrora en la cidista.

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