El Pilar de Villalta y Miguel Fleta que atronó la Misericordia
En la feria de 1925, el diestro de Cretas en tarde triunfal y el tenor de fama mundial se fundieron en un brindis que sigue vivo entre los aficionados
En los más de dos siglos y medio de vida de la zaragozana plaza de toros de la Misericordia , las efemérides son incontables. Parte de la historia del toreo se ha escrito en su arena, tardes de triunfo, de gloria, también de sangre y tragedia, y algunas con un significado especial para los aficionados aragoneses.
Uno de esos días que ha quedado grabado en la memoria de la afición de la capital aragonesa, y que ha ido pasando de generación en generación, es el 15 de octubre de 1925. Se celebraba la cuarta corrida de la Feria del Pilar, que en aquel año comenzó de forma inusual el día 12, pues hasta casi los años sesenta del pasado siglo, el ciclo comenzaba siempre el 13 de octubre. Pero lo importante de la Feria de hace noventa y cinco años se produjo en la cuarta corrida. Se anunciaban ocho toros de José Encinas para Marcial y Pablo Lalanda, Niño de la Palma y Nicanor Villalta. La tarde se la llevó de calle el de Cretas en un día en que temblaron los cimientos de la Misericordia por el entusiasmo que se vivió en la plaza.
Al tercero, Villalta, el de las inalcanzables cincuenta y dos orejas en Madrid, le hace una faena de muleta “soberbia”, metido entre los pitones con pases de todas las marcas, “sobresaliendo tres naturales, y agarra una estocada superior”, dos orejas y rabo, y apoteosis en la vuelta al ruedo.
Pero lo que hizo que aquel día pasara a los anales sucedió en su segundo toro, el séptimo. Villalta le “enjareta varias verónicas superiores ”. Las ovaciones se repiten en los quites. Y se intensifican cuando el público se da cuenta de que el brindis de la faena va dirigido al tenor Miguel Fleta, que ocupaba una barrera, y que en aquellos años era considerado como el mejor del mundo. Fleta, que había llegado a Zaragoza para pasar las fiestas con sus paisanos, despertaba pasiones allí donde acudía. A partir del brindis, entre oles y fervor, la faena va a más. Tres magistrales naturales y el obligado de pecho hacen sonar la música. Cuentan las crónicas que una nueva tanda al natural resultó colosal y desató un “diluvio” de sombreros en medio del entusiasmo general. Se perfila para matar, el punto fuerte de Villalta, y los máximos trofeos fueron a parar a sus manos. Cuatro orejas y dos rabos. ¡De los años veinte!
En ese momento Fleta salta al ruedo y se funde con un abrazo con Nicanor. La plaza se pone en pie y les obliga a dar la vuelta al ruedo, a la que se une el ganadero, José Encinas. El delirio, la admiración hacia dos aragoneses que estaban en lo más alto y que acabó con Villalta a hombros por la puerta grande. El broche final a una tarde todavía viva en la memoria de los aficionados zaragozanos, conocida desde entonces como “la de Fleta”.