La muerte del Espartero, el torero de la mítica expresión «más cornás da el hambre»
Le llegó en las astas de Perdigón, «miureño de la antigua casta, difícil y de cuidado para la muerte»
Ya es mítica aquella frase de «más cornadas da el hambre». Aunque algunos se le han atribuido a otros toreros, fuentes como El Cossío afirman que fue El Espartero quien la pronunció. Así lo cuenta en su anecdotario: «Se nos ha transmitido como ejemplar del estoicismo de los toreros una frase impresionante de Manuel García Espartero que, aunque repetidísima, no puede faltar en este anecdotario. Se ponderaban en su presencia los trabajos, sustos y riesgos de la profesión, que debía hacerla indeseable. Ante aquella evocación de los peligros y de la experiencia de las cornadas, comentó sobriamente el diestro: "Más cornás da el hambre"».
Lo cierto es que Manuel García -Maolillo le llamaban de chico-, nacido en Sevilla el 18 de enero de 1865, tenía un valor a prueba de cornadas; por ninguno de los 30 percances que sufrió se le fueron su arrojo y su valentía. Y de una cornada murió. Las astas del toro Perdigón, de Miura , le arrebataron la vida. Ocurrió el 27 de mayo de 1894 en la plaza de Madrid.
Aficiones contaba en «El Imparcial» que el toro era «miureño de la antigua casta, difícil y de cuidado para la muerte». Había tomado «cinco varas a cambio de cinco caballos» y desarrolló muchas complicaciones en banderillas. Las mismas dificultades que mostró en la muleta, alargando la testa y colándose.
Y llegó la hora final: El Espartero cuadró a «Perdigón» junto a las tablas del tendido 9. Pinchó en hueso y fue encunado, con una voltereta sin consecuencias. «Rehízose enseguida, y volviendo a empuñar los avíos tomó al toro de muleta cinco veces, y a favor de la querencia de un caballo muerto, en los tercios de la plaza, frente a la puerta llamada de Madrid, se arrancó otra vez a matar por derecho con temerario arrojo , dando una estocada contraria y siendo nuevamente enganchado y corneado después de caer sobre la arena», relataba Aficiones. Aquella espantosa imagen se grabó en las retinas: el torero se llevó las manos a la altura del estómago «y se contrajo violentamente hasta unir las rodillas con la cara; cogiéronlo en hombros, estiró brazos y piernas con horrible estremecimiento y cubrióse su semblante, sin expresión alguna de dolor, de cadavérica lividez ».
Parte médico
El parte médico, letra a letra, punto a punto, era desolador, la crónica de una muerte anunciada: «Plaza de toros de Madrid. Enfermería. Función del 27 de mayo de 1894. El profesor de medicina y cirugía que suscribe, encargado del servicio facultativo de la plaza en el día de hoy, da parte al señor presidente que, durante la lidia del primer toro, ha sido conducido a esta enfermería el diestro Manuel García (Espartero) en un estado de profundo colapso . Reconocido detenidamente, resultó presentar una herida penetrante en la región hipogástrica con hernia visceral, una contusión en la región esternal y clavicular izquierda. Prestados los auxilios de la ciencia para el caso más alarmante, que era el de colapso, y reconocidos al cabo como ineficaces, se le administraron los últimos sacramentos , falleciendo el herido a las cinco y cinco minutos de la tarde, y a los veinte minutos de su ingreso en la enfermería. Todo lo cual tengo el sentimiento de participar a V.S. -El jefe del servicio, Marcelino Fuentes ».
Mientras la vida del Espartero se paralizaba bajo la imagen de la Virgen de la Soledad , en el ruedo continuaba la lidia de la miurada, con Fuentes y Zocato.
«Los toritos de Miura/ ya no le tienen miedo a nada,/ que se ha muerto El Espartero,/ el que mejor los mataba...», lloraría luego la canción.