«Manolete ya se ha muerto, muerto está que yo lo vi»
El 28 de agosto de 1947, «Islero» propinaba una cornada mortal a Manuel Rodríguez
La muerte de Manolete en agosto del 47 estremeció toda la piel de toro. ABC la llevó a su portada con tres fotos: un retrato del torero, un natural y una estampa con su madre, Doña Angustias.
La crónica de ABC relata que Manolete vio enseguida las malas condiciones de «Islero», pero mostró su raza de figura y su infinito amor propio, en personales muletazos y unas manoletinas tremendas. Cuentan que marcó mucho el volapié y que la espada se hundió a la vez que el pitón. Un cornada seca. Como diría Agustín de Foxá, estaba el miura «sin siglo, eterno; con sus duros cuernos » y su muerte española preparada.
«Manolete ya se ha muerto. Muerto está que yo lo vi» (K -Hito, 1947 ). Aquel agosto la parca que tantas tardes había barbeado las tablas de un torero de valor descomunal apareció en Linares. Manuel Rodríguez «Manolete» se había vestido aquella tarde en el hotel Cervantes, en la habitación número 42. Dice la leyenda que Manolete llevaba la muerte escrita en la cara antes de pisar el ruedo de Linares.
Aquella madrugada del 29 de agosto se alarga a través de los tiempos. Manolete era el personaje de rostro pálido, «marcado para el luto y el dolor» como el toro de Miguel Hernández. Vestido de inmortal y rosa, era el ciprés que se ceñía la muerte a la cintura. La España del hambre y la penuria perdió aquel mes sangriento al símbolo de una época.
La cornada
La corrida de Miura comenzó a las cinco en punto de la tarde. El público le obligó a saludar una ovación tras el paseíllo, pero no tuvo suerte con su primero. El segundo de su lote enseñó sus aviesas ideas desde el saludo. «Islero» se llamaba , herrado con el número 21. Su gente le pedía que abreviera, pero Manuel Rodríguez quiso demostrar su condición de figura.
Aquellas dagas astigordas y macabras han dado pie a páginas y páginas cargadas de historias, al igual que la transfusión de un plasma defectuoso de la II Guerra Mundial . Dicen que la cabeza del toro fue descuartizada antes de que Manuel Rodríguez pronunciase sus últimas palabras: «Qué disgusto se va a llevar mi madre». Doña Angustias, que así se llamaba, no llegó a tiempo para despedirse de su hijo. Más cerca se encontraba la otra mujer de su vida, Lupe Sino , aunque dicen que no pudieron despedirse en el lecho de la tragedia por temor a un matrimonio «in articulo mortis».
Según relata Fernando González Viñas en «Manolete, biografía de un sinvivir» , la manaña de la tragedia el Monstruo cordobés había recibido en su habitación del hotel, «en pantalón de pijama», a los periodistas K-Hito y Bellón : «Les dice que le gustaría que ese festejo fuese el cierre de la temporada. Lúgubre premonición...»
En este mismo libro se recoge un fragmento de la entrevista que le realizó El Caballero Audaz en julio, donde Manolete anunciaba que se retiraría al finalizar la temporada:
«-Me retiro profesionalmente al final de esta temporada.
-¿Por qué?
-En realidad, y tal vez únicamente, ¡el hambre que tengo ya de vivir la vida y no continuar siendo un muñeco y un esclavo de ella ! La existencia que llevamos los toreros es muy triste, aunque el público crea lo contrario. La vida que hacemos es peor que la de los anacoretas; no sacamos de ella ningún jugo; de un lado para otro, sin descansar en ninguna parte, cargados de angustia, llevando a cuestas la vergüenza de las tardes malas, cuando el público se convierte en una fiera ululante de terrible crueldad, que no quiere ver las razones que hemos tenidos para no hacer faenas brillantes a un toro que está huido, que no embiste, que da cornás a diestro y siniestro, que está queado o que, muchas veces, está toreao antes de llegar a la plaza. El público no quiere saber de razones. Ha ido a divertirse, para eso ha pagado caro y no tolera la menor vacilación ante el toro, como si la vida nuestra no valiese na. Es muy dura, ¡muy dura! esta profesión, porque no hay que olvidar la rabia de nosotros, los artistas, cuando nos vemos insultados por una muchedumbre de cobardes, que no tienen respeto para el hombre que se está jugando la vida».
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